miércoles, 28 de abril de 2010

Los chicos de historia **

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Autor: Alan Bennett.

Traducción: Jose Maria Pou.
Intérpretes: José María Pou, Josep Minguell, Maife Gil,
Jordi Andújar, Nacho Aldeguer, Albert Carbó, Orial Casals,
Alberto Díaz, Xavi Francès, Ramón Pujol, Juan Vázquez.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: María Araujo.
Iluminación: Pep Gámiz.
Dirección: José María Pou.
Teatro: El Canal. (22.4.2010)
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En el centro de esta historia conoceremos a un envidiable profesor -Héctor, cerca ya de su jubilación-, independiente, opuesto al sistema tradicional. En sus clases de literatura, rompe los esquemas, enseñando que la cultura no consiste en el sumario de la programación. Recibe sus reflexiones y dictados un grupo de ocho estudiantes secundarios, en un reducido aula de la Escuela dedicada a preparar el ingreso a la Universidad, de Oxford o de Cambridge. Se sientan por las mesas, saltan, responden o se comunican entre ellos, con bromas y comentarios sobre las palabras de este Héctor. Llega él cada día en su moto, descuidado y despistado.

    Alan Bennett (Leeds, Inglaterra, 1934) sitúa esta obra en los años ochenta, quizá donde también existieron, aisladamente, profesores similares, más interesados por el conocimiento real que el del aprendizaje. En todo caso, la rígida enseñanza inglesa es imposible de comprender. Hay un profundo cariño a estos jóvenes, Los chicos de historia, entre las páginas de textos poéticos, citas de autores y libros, o callado, silencioso en sus pensamientos. Es la libertad en el aula, y se rinden todos, desde el tímido al extrovertido o el ambicioso que sueña con su triunfo. Ríen entre abiertas opiniones y encuentros, haciendo sonar el piano con canciones surgidas, como La vida en rosa. Esta relación, como en otras escenas, nos recuerda la famosa película de El club de los poetas muertos (1982; Los chicos de Historia, 2006), donde los muchachos aprendieron el Carpe diem -aprovecha el tiempo-, la mayor ruptura anterior acerca del profesor y de los alumnos. Son personajes que llegamos a conocer con riquísimos diálogos, y que ha sido capaz de crear Bennett.
    Pero no todo es un sueño: frente a las clases, se encuentran el despacho y la sala de profesores. Reconoceremos al siempre Director de la school: dueño, represivo y reaccionario, que terminará expulsando a Héctor. Lo hace estupendamente Joseph Mingell. Y ha encontrado al joven sustituto perfecto, encargado de la asignatura de Historia. Jordi Andújar clava a este profesor, de la nueva generación, que únicamente exige aprender de memoria nuestra historia; sabremos que su biografía termina con su dedicación a la política, sobre una silla de ruedas: un símil de la inutilidad, idea hiriente que se le ha ocurrido, con 74 años, al británico Bennett. En el ángulo, la madura Sra. Lintott –genial trabajo el de Maife Gil-, lleva ya treinta años en este colegio, siempre inteligente e irónica, que de pronto se opone al Director, defiende al protagonista, y suelta un esperado discurso sobre la necesidad de un nuevo sistema educativo en el Centro. Como en muchas escenas, el público ríe ante la derrota del Director.
    Son estos estudiantes los que comprenderán que la Historia no pertenece solo al cerebro, sino igualmente al corazón. Pasaron todos ellos el esperado examen, con un final dramático, la dolorosa desaparición del profesor. En la película citada, le despedían con el Himno de la Alegría. Y en esta obra, la muerte se recibe sin perder la esperanza, cantando el Bye, bye, blackbird! Es un final feliz.
    Durante abundantes escenas, hace aparecer Bennett –homosexual- varios juegos sexuales, como el abuso del profesor hacia los alumnos, mostrando además a uno de ellos como gay, o el Director que le toca el culo a la profesora cuando pasa a su lado. Son elementos completamente ajenos a la historia que se nos cuenta.
    José María Pou ha dirigido perfectamente esta comedia, y, sobre todo, su trabajo sobre Héctor, íntimo, cínico, amoroso, inteligente y a mis ojos verdaderamente genial. Se come toda la escena en cuanto aparece. Es una exhibición: tanto, que ha querido, al final, situar una gigante fotografía del rostro del personaje, de él mismo.
Enrique Centeno

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