domingo, 27 de septiembre de 2009

Don Carlos **

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Autor: Friedrich von Schiller.Dramaturgia: Marc Rosich y Calixto Bieito.
Intérpretes: Begoña Alberdi, Ángels Bassas,

Rafa Castejón, Josep Ferrer,
Carlos Hipólito, Rubén Ochandiano,
Violeta Pérez, Mingo Ràfols.
Escenografía: Rebecca Ringst.
Vestuario: Ingo Kügler.

Iluminación: Nicole Berry.
Direción: Calixto Bieito.
Teatro: Valle-Inclán (CDN). (17.9.2009)

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Muchas historias se cuentan acerca del príncipe Don Carlos. Este hijo –el primero- de Felipe II es tan ajeno a la monarquía, que apenas se menciona, excepto que fue encerrado. Nos han contado de él que estaba loco. Después, unos historiadores aseguran que le mató su padre, quizá por temor a que llegara al poder este desequilibrado y, además, por los amores con su tercera esposa, María Valois; otros afirman que tuvo un accidente, por una escalera, del que quedó enfermo mental; la versión última es que Felipe II le encerró y ordenó que fuera envenenado, decidiendo él mismo en la prisión morir por inanición. El caso es que se murió este primogénito y que Schiller ha imaginado otra versión más.
Fiedrich von Schiller (1759-1805) quiso, en el Romanticismo, crear una tragedia operística –música de Verdi- plagada de fantasías. Como la del Confesor del Rey, el más curioso y llamativo personaje, la cortesana Princesa de Éboli, de quien en realidad lo único que conocemos es su seducción, bellísima, a pesar de ser tuerta, con un parche en su ojo derecho en el famoso retrato que vemos en las enciclopedias. Vemos en la obra su pasión –después despechada-, y el apoyo al pobre Don Carlos, que opuesto a su padre quiso ayudar a conseguir la libertad de Flandes.
Los dramaturgos de Don Carlos, Marc Rosich y Calixto Bieito, buscan una dura versión de la ópera con un estilo shakesperiano, con infidelidades, engaños, odios e incluso crímenes. El levantamiento español de la Contrarreforma fue una guerra religiosa; el Rey ejecutó a numerosos vencidos arrojándolos a tumbas abandonadas. Los dramaturgos han querido referirse a la represión y los asesinatos desde el siglo XVI hasta la actualidad. Son referencias desde el imperio del “aquí nunca se pone el sol” hasta la dictadura.
Con la sala encendida, el protagonista inicia la función recorriendo las escaleras -con un impreciso vestido de trapos viejos-, entre saltos y gritos, hasta situarse en el lateral del escenario, encerrándose en una especie de jaula metálica, una celda del preso Don Carlos que recita sus quejas y protestas. Una especie de Segismundo lejano, por suerte, del horroroso montaje de La vida es sueño que hizo Bieito en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2000), donde le gustó que al príncipe le hicieran una felación en el primer episodio, de modo que también ha querido que enseguida su enamorada le regalara una mamada a este otro Príncipe.
La hermosa escenografía –de Ingo Kügle, con iluminación de Rebecca Ringst- es un amplio invernadero en el que Felipe II cuida sus flores en la hilera derecha, y plantas en la izquierda, donde se desarrollan conversaciones monárquicas. Se haya buscado o no, parecía un mapa de Europa: a un lado el luciente Rey de España, y enfrente los Países Bajos. Desde el fondo avanza, en ocasiones, un gran aparato de hierros que representa la corte con el alto sillón de Felipe II, y que llega casi hasta el cielo. Insistimos en que todo ello es de gran imaginación, como los campos de amor del Príncipe. Hay también un precioso vestuario -Nicole Berry- lo mismo en los intemporales como en los impresionantes trajes de época.
Bieito dirige muy bien, con fuerza. La adaptación es confusa, no termina de construirse, con escenas que no se enlazan para desarrollar la historia: se escuchan con agradecimiento textos sensibles y poéticos. Y quizá la perdición es el actor que interpreta a Don Carlos; habla de tal modo que entendemos una línea sí y otras dos no, al menos la noche del estreno –en las filas de arriba- oíamos su voz grave e intentábamos averiguar qué era lo que decía. El personaje más construido durante toda la obra es el Confesor e Inquisidor, desde su falsedad, su cinismo hasta llegar al asesinato brutal con su morada estola y su crucifijo. Es quizá la escena más dramática, con una admirable interpretación de Mingo Ràfols. Es natural que Carlos Hipólito interprete a Felipe II, y están magníficas tanto Àngels BassasÉboli, por cierto, no vimos su famoso parche- como Violeta Pérez -Isabel de Valois-, junto a Begoña Alberdi, Rafa Castejón y Josep Ferrer.
Enrique Centeno

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