martes, 25 de mayo de 2010

Muerte y reencarnación en un cowboy

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Autor y dirección: Rodrigo García.

Teatro: El Matadero (Teatro Español). (22.5.2010)
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En la segunda parte de esta función, los dos intérpre- tes, echados sobre tumbonas con gafas de sol, visten de traje, calzan botas y se cubren con sombreros de cowboy. No llevan revólver, que quizá ya ha agotado Rodrigo García disparando al teatro, del que en ocasiones, ha afirmado que ya ha muerto. Hablan en párrafos largos, uno hacia el otro, con una literatura adornada, intelectualista, y que, poco a poco, va pasando a un lenguaje más común, contando su visión de descarada burla hacia cualquiera. Tal como una pareja al reencontrarse en el aeropuerto, que, tomados de la mano, amorosos, irán a cenar cariñosamente a un chino, para llegar después a casa donde follarán; lo cuentan con desprecio convencidos de que este estilo hará que la pareja dure muy poco en esa cursilería; otras parejas se dirigirán inmediatamente a su casa para lanzarse a la cama ansiosamente: se mantendrán juntos poco más de un año; el que más será aquél que se la tira en el mismo parking. Es este texto que, fríamente, recurre al arte cómico de cuentos graciosos o de gags que hacen reír en chistes por los cafés o salas de teatro. Una diversión fogosa y barata.
    Y en otro estilo, muy diferente, nos regala el autor y director, García, durante media hora, un fortísimo sonido, de música propia de un disc jockey que soportaremos obligatoriamente. Uno de los hombres aparecerá embarazado con un monitor bajo la camiseta, y se mostrará a la vez su ecografía en directo, sobre una gigante pantalla. Este creador utiliza siempre su conocimiento audiovisual, que mantendrá durante toda la función. Han nacido dos mellizos, y en una especie de coreografía –liberal, pobre, de movimientos de escaso talento- se arrastrarán por el suelo –no pensar en Grotobwski-, se enlazarán en fingidas peleas e irán creciendo. Ya incorporados -también le place al autor el desnudo-, surge la sexualidad, dándose por culo y masturbándose con sus grandes penes o felaciones.
    Se marchó una cincuentena de espectadores –especialmente ya mayores-, y ese día del estreno se les dirigió–ellos no salen a saludar- pateos, silbidos y aplausos. Ya en el vestíbulo, escuchamos bravos. Yo quisiera ver el entusiasmo que produciría esta buena pantalla a los divertidos del botellón. Camino de casa, atravesé con mi bici, alrededor del estadio del Bernabeu, un panal de "tifosi" que gritaban al salir de la victoria de la "Champions". A mi también me gustó ver Muerte y reencarnación en un cowboy, porque no siempre hay que ir al teatro.
Enrique Centeno

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