domingo, 7 de febrero de 2010

El arte de la comedia ***

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Autor: Eduardo De Filippo.
Traducción: Ana Isabel Fernández Valbuena.Intérpretes: Enric Benavent, Markos Márín / Luis Moreno,
Carmen Machi / Lidia Otón, Arias, Pedro Casablanc, José
Luis Alcobenda, Jesús Barranco, Joaquín
Hinojosa, Lola Manzano, Ernesto Arias / Ciprino Lodosa /
Óscar de la Fuente, Palmina Herrera / María Miguel /
Ana Cerdeiriña, Diego Galeano.
Dirección, escenografía e iluminación: Carles Alfaro.
Teatro: La Abadía. (3.2.2010)

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El napolitano Eduardo De Filippo (1900-1986), escasamente representado en España, se crió en una compañía portátil, y de allí eligió salir, en soledad, buscando un nuevo sentido personal. Ya no paró, como director, actor y otros trabajos en los escenarios. Comenzó a escribir a los 22 años de edad, y declara él mismo: ¿He dicho demasiado, o demasiado poco?. Fue en su primera obra Farmacia de Turno, que tardó una década en poder estrenarla. Pero ya, desde entonces, no cesó de representar más de dos decenas textos, tanto como actor y director de su propia compañía. Entre nosotros, únicamente lo citamos, o recordamos, en su conocida Filomena Marturano. Por ello es tan agradecido que el director Carles Alfaro lo estrene en el teatro La Abadía.
El arte de la comedia (1964) es uno de sus fuertes textos con acusaciones al poder político, en un tono que pertenece a su estilo de la farsa con el drama. Es la historia de una modesta compañía itinerante que, tras el incendio de su carpa, solicita al Gobernador que le ceda el Teatro Principal para poder actuar en él. Oreste Campeso -director de la compañía de cómicos-, inicia la función con un enternecedor monólogo en el que habla, consigo mismo, de la situación profesional, con su sentido del teatro social y vivo, entre ironías que provocan continuas rupturas entre el humor y el drama. En el encuentro con el gobernador, -cínico, burlador y presuntuoso- poco a poco, con su humildad, incluso su timidez, el cómico irá reaccionando contra el ofensivo político, terminando todo ello con la ruptura y la expulsión del despacho. Antes de salir, pudo aún el comediante asegurar que los actores demostrarían su poder.
En la segunda parte, comenzarán a pasar por el despacho, al parecer –o por equivocación- quienes ha concedido recibir, una serie de personajes que explican sus propias necesidades para el bien de la ciudad. Desde el médico al cura o de la maestra al farmacéutico, provocan continuas carcajadas dedicadas al Excelentísimo. Van dudando la realidad o la nueva ficción estos cómicos caracterizados. Ya con Oreste en escena, se menciona a Pirandello, Seis personajes en busca de un autor, asegurando que no existía ninguna relación con ello, burlándose cada vez más. (Pirandello, entusiasmado por las obras de Eduardo De Filippo, hizo que se representara alguno de sus títulos. No es difícil recurrir a esta creación italiana, desde la commedia dell’arte hasta los ataques de Goldoni. El realismo poético de Eduardo fue adorado por Fellini y montado por Streller).
A esta obra se la quiso censurar por la defensa y el ataque por el abandono: era una década en la que Milán –donde se estrenó- mantenía todavía los restos de la guerra, y la recuperación de los edificios no incluía la de los teatros. El arte de la comedia es, en ese sentido, un propio homenaje a los comediantes, autores, actores y directores. Esa necesidad que De Filippo tenía, y que debería ser siempre “el espejo de la vida humana”.
En esta misma temporada hemos visto en Madrid, la estremecedora tragedia Proprio come se nulla fosse avventuto (Como si nada hubiera pasado), sobre la ciudad de Nápoles, plagada de cadáveres bajo los bombardeos de la guerra. Y De Filippo montó su ¡Nápoles, millonario!, en 1945, terminada la Guerra Mundial, representándola para calmar el dolor de los niños. No es extraño que en Italia sea casi adorado como escritor.
Acudimos al estreno de El arte de la Comedia, sabiendo lo que iba a ocurrir, ya que lo dirigía Carles Alfaro. Él sabe montarlo con sensibilidad y una suavidad que hace volar los textos y los diálogos, pudiéndose paladear desde las butacas. Ha diseñado él mismo un escenario realista que forma la gran sala -palacio decadente- con ese despacho por el que irán entrando todos los personajes. Junto a la corbata del teatro deseado, iluminado, llega Oreste, con frío en una noche nevada, y reflexiona mientras contempla las tablas con la esperanza de poder actuar allí; lo que no consigue. Lo hace Enric Benavent, ese magnífico actor a quien ha llamado varias veces Alfaro. Intervino en la primera obra montada en La Abadía, dicho queda porque este teatro celebra el decimoquinto aniversario de su fundación. Nos seduce, nos emociona, como probablemente nos habría pasado con De Filippo, él mismo como protagonista.
Al Gobernador, creíamos que lo había traído Carles Alfaro de un Ministerio, pero no: era el actor Pedro Casablanc, permanentemente en escena, con un trabajo duro en el que hace una creación asombrosa, como si fuera uno de esos directores que a veces vemos por ahí. Quizá también ha ido visitando las parroquias el actor Joaquín Hinojosa, para conocer al cura exigente y hortera. Hace de médico rural otro estupendo actor, Jesús Barranco, que mezcla genialmente a este sujeto, y no adivinamos bien –texto inteligentísimo- si se trata de un farsante improvisador en la Compañía de Oreste, o interpreta al verdadero personaje del médico. Igual que tampoco se puede asegurar si el Gobernador es otro intérprete o el Farmacéutico, que enloquecido sufre un súbito ataque mortal pasando a ser el figurante de un cadáver. Está igualmente estupendo Diego Galeano.
Lola Manzano aparece como una jovencita maestra, dulce y maternal que, ante todos, dedica un monólogo al Gobernador contándole el drama de los niños, con un estilo realista y con una interpretación magistral, entre el verdadero personaje y la ficción de la farsa. Desde el antedespacho al gobernador, entran y salen dos funcionarios: el Secretario lo hace brillantemente José Luis Alcobendas, en su estirado y estúpido personaje que trata a todos como una reina. Con la obligada sumisión, el ayudante hace gestos significativos de desacuerdo.
Podríamos no estar seguros de si este espectáculo lo produce el teatro de La Abadía a la Compañía de Oreste. Lo que sí es seguro es que el público aplaudía entusiasmado en cada uno de los mutis de los actores. Es necesario citar, igualmente, a Ernesto Arias, Palmira Ferrer o Carmen Machi, en personajes menos importantes pero jugosos. (En el programa de mano algunos de los personajes corresponden a dos o tres alternativos intérpretes, sin que sepamos, exactamente si el primer nombre de cada uno son a quienes vimos el día del estreno. Vaya, en todo caso, nuestro aplauso).
En el último momento de la función, todo el equipo miraba hacia las butacas, y nos invitaba a averiguar si interpretaba a la Compañía de Comedias o a los personajes de la historia. Era, en realidad, el Arte de la comedia, esa búsqueda conseguida entre el humor y el drama, de Molière o de Goldoni. Fue siempre lo que buscó Eduardo De Filippo.
Enrique Centeno

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