lunes, 2 de noviembre de 2009

Eileen Shakespeare ***

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Autor: Fabrice Melquiot.
Traducción de Helena Tomero.
Intérprete: Elena Fortuny.
Escenografía: Marta Gil Polo, Cristina Ayala.
Vestuario: Isabel Franco.
Iluminación: Sylvia Kuchinow.
Dirección: Marta Gil Polo.
Compañía Tantarantana.
Teatro: Cuarta Pared. (29.10.2009)

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Este título de Eileen Shakespeare era incomprensible, y vimos que se trataba del nombre que ha otorgado el autor francés, Fabrice Melquiot (1972), sustituyendo, o imaginando, a una mujer con el mismo apellido de William Shakespeare. Ella se convertirá en una vida dolorosa, injustamente fracasada hasta su tragedia.
La primera luz de la función es un pequeño cenital que ilumina unos zapatos blancos que calza este personaje. Representa el recuerdo de una infancia carente de educación, sin enseñanza; desprecios y castigos físicos, donde esta Eileen empieza a interpretar escenas en las que su padre le golpeaba. Irá contando su biografía tras situar, en el borde del escenario, una colección de calzados, como candilejas de un deseado teatro; blancos, grises, azules: sus escenas recorrerán su biografía. Quiere el autor ir pasando desde el siglo XVI hasta hoy, partiendo de William frente a Eileen. Es una discutible comparación con la propia hija se Shakespeare, efectivamente analfabeta.
El texto es duro y cruel, escrito con una sensibilidad poética. Y la actriz va recorriendo los años; al principio, con un cierto humor, que pronto se convierte en aquella sumisión, órdenes hasta la desnudez. A la formidable actriz Elena Fortuny parece haberle desaparecido el personaje, integrándolo a sí misma. Muestra su apellido con una insinuada gola y falso bigote con perilla, que le acercan al autor y actor Shakespeare, en la inglesa época isabelina que a ella le prohibía actuar y donde era despreciada su capacidad para escribir. Es Eileen un personaje entre burlas y mercado de mujeres. Y rompe el tiempo, en alguna ocasión, con las grandes autoras de hoy, mencionando a Simone de Beauvoir, Virginia Wolf, Mercè Rodoreda o Ana María Matute –tal vez me equivoco de nombres- tras haber conseguido ya sus valores.
Fue éste un estreno agradecido, porque vemos habitualmente muchos intentos, por aquí y por allá, aspirantes a escribir monólogos desastrosos, a veces con pretensiones feministas; pero en esta ocasión, afortunadamente, se encuentra a un dramaturgo capaz de crear un texto teatral para un único personaje.
Al fondo de este escenario hay una especie de muro brillante, como un espejo que refleja al personaje –sus creadoras son Marta Gil Polo y Cristina Ayala-, iluminado, riquísimamente, por Sylvia Kuchinow, en verdaderas pinturas cambiantes, entre tonos de tinieblas, de gritos, mares o cárceles, lugares del nunca o del allá, que se apoyan también con imágenes de video.
Nos figuramos a la directora, Marta Gil Polo, peleando, empujando, frenando, corriendo y arrastrando a la actriz. Sin su precisión, de gran trabajo y sabiduría, esta función no hubiera conseguido el éxito de esta hermosa obra.
Enrique Centeno

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