miércoles, 4 de mayo de 2011

Sin rencor *

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Autores: Sam Bobrick y Ron Clarrk.
Versión de Juan J. de Arteche.
Intérpretes: Carlos Larrañaga, María José Goyanes,
José Olmo, Luis Perezagua, Marta Gutiérrez.
Vestuario: Lola Barrera.
Escenografía: José María Brioa.
Teatro: Príncipe. (5.9.2000)
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Guapo, petulante y con rifle


María José Goyanes

Roberta Lane, la infeliz protagonista de esta función (María José Goyanes), ha esperado hasta el día de la boda de su hija para hacer el atillo y abandonar a su impresentable y acomodado marido, Ronald (Carlos Larrañaga). Se tiene la impresión de que a éste lo que de verdad le disgusta no es tanto el perder a su mujer, sino el verse abandonado siendo rico, apuesto, simpático y seductor; y, sobre todo, que ella se marche con un simple camarero que, además, no es “norteamericano”, como él, sino un vulgar meteco griego. A partir de este planteamiento tan vulgar, tan visto, de tan escaso interés, ya se supondrá que todo está al servicio del viejo galán, de su simpatía, de la complicidad que establece con su público, que acepta esa presuntuosidad clásica del galán de comedia tan abundante en nuestros escenarios. Lo hace bien, que quede constancia. Importa un pimiento, que quede fe de ello igualmente. Se le ve feliz, en ese personaje machita, presuntuoso, fascista (se lo llama su propia esposa), xenófobo, violento (llega a utilizar un rifle contra el amante, lo cual se presenta en una escena como algo verdaderamente gracioso): es, en fin, el paradigma de todo lo despreciable de un hombre y que, sin embargo, los autores se empeñan en presentar como objeto de humor, de divertimento, de consentimiento obsceno. Esto es lo que se llama una obra profundamente reaccionaria por la defensa a ultranza de este miserable personaje.
    Se aducirá que no es para tanto, porque a fin de cuentas se trata de un juguete cómico: no es así, porque el tratamiento cariñoso y hasta simpático de determinados personajes constituyen una apología de los mismos que resulta hasta ofensiva. Por mucho que el texto esté escrito con gracia, como algunos chistes tienen también su gracejo y, sin embargo, contienen un mensaje perverso. Todo lo dicho no nos impedirá admitir que ésta es la mejor función que ha hecho Larrañaga nunca en cuanto a la puesta en escena y a la interpretación. Se ha rodeado de buenos profesionales, entre los que está, además de la excelente Goyanes, un eficaz Luis Perezagua, Luis Olmo y la joven Marta Gutiérrez. Quisiera el crítico saber la razón por la que se recurre a autores norteamericanos para estas tonterías, habiendo aquí muchos comediógrafos igual de malos, e incluso no pocos de muchísimo más interés humorístico,
Enrique Centeno

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