jueves, 30 de octubre de 2008

Lipsynch ****

Son nueve horas y nueve actos. El público asistió al estreno de Lipsynch, con ciertas dudas para permanecer desde la una de la tarde hasta las diez de la noche. Pero nadie se fue. No por resistencia, sino por sentirse enamorado y seducido. En cada descanso, salían del teatro esperando al siguiente acto aprovechando, simplemente, para tomar, en los alrededores o en las puertas, un pequeño alimento.
El primer acto transcurre en la cabina de un avión, con sus viajeros, en el que fallece una joven en cuyo regazo lleva a su bebé. Un sobrecogimiento en unos, y cierta indiferencia de otros, incluyendo al médico que se limita a comprobar el fallecimiento. Al llegar al aeropuerto, el cadáver es descargado, pero el bebé queda en el desamparo: ha nacido en tierra de nadie, y ninguno de los países asume a ese pequeño. Una mujer, cantante de ópera, lo toma en brazos calmando sus llantos. Es un niño perdido, sin padres y sin destino conocido.
Esta historia es parte de otros hechos diferentes, relacionados en los siguientes acontecimientos de los desaparecidos. La muerte, el rapto, la explotación o exportación a la sociedad centroeuropea de mujeres vendidas para la prostitución. Pasan los niños y las muchachas, desde su origen en Nicaragua –en este caso, país bélico y violento- por Londres y Alemania, de aquí a cualquier otro país. Los intérpretes utilizan el inglés, el alemán, el francés o el castellano. Anda varias veces por el escenario el Lipsynch, onomatopeya de una lengua primitiva que imita el llanto de un niño. Quizá, lo más duro que se aprecia, es la tortura y la presencia entre jaulas sexuales de las adolescentes. El hijo viaja por todas partes intentando averiguar quiénes son o han sido sus padres.
La escenografía la forma Jean Hazle con estructuras metálicas de altos paralelepípedos. En su interior se ocultan diferentes y variados ambientes en los que se desarrollan numerosas escenas. Cada vez van sorprendiendo más estos decorados, un juego en el que parece imposible comprender cómo se consigue. Lo apoya el diseño de la iluminación. Se va transformando desde el interior del avión, a las oficinas, la sala interior, una terraza en Centroamérica, el plató cinematográfico, el andén del metro londinense, una clínica o la jaula escaparate de la obligada prostituta. Hay más decorados, algunos de ellos con proyecciones sobre pantallas. Ya puede entenderse que nos sorprendamos a cada momento. Acciones de humor, de comedia, o en muchas ocasiones dramas hasta la tragedia final.
Todo ello lo dirige el canadiense Robert Lepage, que suele utilizar montajes magníficos, como su La Celestina que presentó en el Teatro Español hace justamente cuatro años. Cuenta con las compañías Ex Machina, de Québec, y Théâtre Sans Frontières, más especializada en estas construcciones. De las cinco representaciones en el Teatro de Madrid, tres días se hacen en su primera, segunda o tercera parte. Quizá para quienes no disponen de tiempo, o tal vez por temor a estas largas nueve horas. Seguro que el público quedará esperando al día siguiente o lamentando no haber visto el espectáculo completo.
Enrique Centeno
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Texto: Varios autores e intérpretes.
Intérpretes: Frédérike Bédard, Rebecca Blankenship, Lise Castonguay.
Escenografía: Jean Hazel.
Iluminación: Étienne Boucher.
Vestuario: Yasmina Giguère.
Dirección: Robert Lepage.
Teatro: Teatro de Madrid (25.10.2008)
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