martes, 3 de mayo de 2011

Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba *

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Autor y director: Rodrigo García.
Intérpretes: Patricia Lamas, Juan Loriente, Rubén
Escamilla, Ana María Hidalgo
Iluminación: Carlos Marqueríe
Compañía: La Carnicería Teatro
Teatro: Cuarta Pared. (2.5.2002)
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La meada o el análisis


Le decía este crítico a su acompañante que sólo faltaba que se cagaran en escena los personajes. Y apenas un minuto después, así sucedió. Esta obra de Rodrigo García es, una vez más, la búsqueda del caos. Está por descubrir si la acepción de caos se refiere al desorden organizado o a la nada antes de que ya nada existiera. No es difícil mostrarse como iconoclasta, a ultranza –que palabra tan odiosa, de ahí viene “ultra”-, desnudando, meando; reírse de nuestras grandes almacenes, el súper, la vida cotidiana, criticándolo todo desde una posición escatológica que es aún más perversa. Einstein, Marx y tantos otros son objeto de burla de este autor, cuya opción es desnudar a un actor y hacerle chorrear mostaza o kepchut en una especie de bomba lapa teatral. Borra toda capacidad de análisis en el espectador, busca la alienación del petardismo y la renuncia a cualquier tipo de reflexión.
    Con el teatro de Rodrigo García siempre se siente la impresión de que las imágenes están por encima del concepto, que en realidad es muy estimable. Su afán por apropiarse el papel de enfant terrible le hace llegar al vómito, pensando que el mal olor puede, en efecto, espantar al espectador.
    Espectáculo de mucho riesgo, de mucha provocación, como no habíamos visto desde los primeros tiempos de La Fura dels Baus (antes de que se convirtieran en producto de compra-venta), con una muy correcta puesta en escena, con unos actores-ejecutantes a la altura y el sacrificio escatológico que se les exige, que no es poco. Hay una soprano que estremece, y los demás hacen esas cosas del teatro minimalista que no pide apenas más allá que saberse el texto. La noche del estreno se fugaron, antes de terminar la función, algunos espectadores de la sala Cuarta Pared. Quizá no era tanto por el concepto, muy apreciable, como por la incontinencia plástica, verdaderamente innecesaria, aunque ya sabemos que el autor necesita de esos lenguajes plásticos porque, de lo contrario, sus ideas quedarían vacías.
Enrique Centeno

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