Autor: David Botello.
Intérpretes: Marta Torné, Alex Brendemühl.
Escenografía: Max Glaenzel.
Iluminación: Luis Martí.
Dirección: Roger Gual.
Teatro: Lara. (8.7.2010)
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Sobre el puente sucederá el primer encuentro y el último de esta frívola pareja, para este viaje común. (No es el romanticismo de El puente de Waterloo, con Vivien Leigh y Robert Taylor). Un pretil del que Ella desea arrojarse y donde Él, desconocido, impedirá el suicidio con apenas breves palabras, surgiendo enseguida una mutua adrenalina que les lleva hacia su casa para echar un polvo. Y al mismo lugar volverán para la última separación. Ya lo sabíamos desde el inicio de la función, en un oscuro preámbulo en el que el protagonista habla por teléfono repitiendo y volviendo a llamar a un inútil contestador. Así ha lanzado Botello, con toda puntería, el cínico contraste entre la tristeza y las carcajadas; su pluma es habilísima en rupturas y diálogos; disparates entre la pareja, tanto en gritos –Ella- como en la aparente tranquilidad que Él consigue a base de antidepresivos, aspirinas o viagra con su caja de condones, en tonos suaves, como un cómico dirigiendo sus ocultos chistes. Y al mismo tiempo, dos amantes en celo, que terminan siempre con la pasión y el follar –ya en el oscuro- para iniciar otra vez el enfrentamiento.
El autor califica el subtítulo como Una comedia casi romántica, otra ironía o su deseo para no confesar que lo ha escrito con dos arrullos de amor y pelea de gallos. Se cita por ahí alguna referencia a Romeo y Julieta, que en realidad lo escucha Ella como un berrido; pero, en todo caso, llegará siempre el fucking.
La repetida situación cuenta con diálogos variables que, entre trompas y levantamientos, alcanzan las exhaustas carcajadas. La puesta en escena se hace con mucha habilidad –en un escenario verdaderamente feo-, introduciendo entre las cinco piezas la proyección –gran formato, acompañada de música- de los rostros de los intérpretes-personajes: son pausas largas, sin sentido, que pueden agotar entre tantas paradas de autobús. Pero ahí están dos magníficos intérpretes entre la pantomima o la farsa, de las que van y vuelven al realismo. Alex Brendemühl es actor de muchas tablas, y apenas inicia cada palabra, parece un guiño inocente. Arrastra al espectador. Marta Torné tiene que pelear para mantener, ante la tranquilidad, la iniciativa de los momentos más tensos, y lo consigue con buenas voces, junto a su atractivo físico: asaltos para salir de las cuerdas del cuadrilátero. Es imprescindible esta calidad de ambos para terminar entre cálidos aplausos.
Enrique Centeno
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