sábado, 23 de enero de 2010

Las sillas ***

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Autor: Eugène Ionesco.
Traducción: Luis Echavarría.
Intérpretes: Rodolfo Cotizo, Concha Roales-Nieto.
Dirección: Beatriz Gutiérrez.
Teatro La pajarita de papel.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (21.1.2010)
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Cada vez que vemos Las sillas, nos estremecemos, únicamente si se trata de un buen montaje. El ruinoso espacio de la pareja se encuentra en un lugar destruido y protegido por paredes inservibles. Paredes de paños de arpillera y fragmentos de redes marineras. Es todo ello la miseria de un final. Tras los largo silencios, el viejo se detiene en sus vueltas, señala el fondo con su brazo extendido y se dirige a su esposa: “Aquello fue Paría hace cuatro mil años”. Después de la Guerra Mundial, se produjeron las principales tendencias del siglo, cuando escribió Ionesco esta escandalosa obra. En el teatro donde se representaba, las butacas estaban casi completamente vacías. Como en los últimos momentos de Las sillas.
Estos personajes intentan conservar aquel otro mundo esperado, engañándose a sí mismos. El autor aprovecha el matrimonio para pasar la lista de los ausentes. Desde el general al obispo, y de allí hasta los poderosos; todos los demás fueron los perdedores. Los ancianos siguen yendo más allá, y preparan unas filas de sillas para escuchar un esperado discurso que organizará un nuevo futuro. Acuden a escucharle los imaginarios asistentes -ya conocemos que aquello no sucederá-, cuando de pronto aparece y ocupa su podio el esperado y salvador orador. Se trata de un sujeto sordo y mudo. Tanto, que en la función se coloca un significativo maniquí de chaqué. La profunda poesía de Ionesco fue esa fuerte tragedia, que nadie quiso aceptar ni entender en su estreno, en 1953.
Hemos acudido a uno de los mejores montajes de Las sillas. Con una amarga escenografía, luces de agonía, logran una atmósfera: lo relacionamos con un rincón recubierto con cajas de cartón. Con sus arrastradas ropas, mueven los cuerpos acabados, y lo hacen dos formidables intérpretes. Concha Roales-Nieto es la vieja enloquecida -en esa escena en las que se autoembaraza con papeles de periódicos que se introducen en el vientre-. Recuerda a los hijos muertos, y falsea la ausencia de una guerra; es un trabajo rico, variable en cada momento. Rodolfo Cotizo construye su personaje con magnífico expresionismo en gestos, con andares entre voces de tristeza y esperanza; entre el amor a su esposa y las miradas inútiles. El público se entusiasmó con el mensaje de Ionesco. La dirección de Beatriz Gutiérrez consigue un ritmo vivo o muerto, un ritmo inteligentísimo.
Enrique Centeno

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