jueves, 13 de mayo de 2010

Tórtola, crepúsculo y... telón **

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Autor: Francisco Nieva.
Intérpretes: Isabel Ayúcar, Pablo Baldor, Beatriz Bergamín,
 Manuel de Blas, Fernando Gallego, Bertoldo Gil, Trinidad
Iglesias, José Lifante, Ángela Martínez, Jeannine Maestre,
Esperanza Roy, Carolo Ruiz, Carlos Velasco, Cristina Zapata,
Marisa Zapata..
Escenografía: José Hernández.
Vestuario: Rosa García Andújar.
Iluminación: Nicolás Fischtel
Música: Miguel Tubía.
Video: Chechu García.
Dirección: Francisco Nieva.
Teatro: Valle-Inclán (CDN). (6.5.2010)
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Escribió Francisco Nieva (1922) Tórtolas, crepúsculo y…telón hace ya más de medio siglo (1953) y lo revisó en 1982, según indica en su Teatro Completo (Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 1991). Como en todas sus obras, muestra ese riquísimo léxico, con construcciones plenas de metáforas, variables metonimias, adjetivaciones o signos: nos asombra en cada intervención de sus personajes, con un interminable conjunto de ironías o provocaciones idiomáticas. El público lo escuchamos paladeándolo antes de poder tragarlo, como traduciéndolo a nuestro común lenguaje. Cualidades que no siempre tienen el mismo valor teatral.
    Esta función, metateatral, o teatro dentro del teatro, transcurre en un envejecido y ruinoso teatro que ocupan unos fantasmas y locos comediantes: actrices y actores que pretenden mostrar sus talentos en un disparate absurdo, recitando supuestos monólogos; intentan así conseguir el protagonismo: en realidad, la verdadera historia será la de ellos mismos, nuestra burla o la explosión bajo sus trajes rancios de aquellos trapos que en el pasado brillaron. Lo que Nieva enseña es un decadente edificio y, al mismo tiempo, crea un “teatro total” entre la plasticidad escenográfica, el vestuario y la iluminación, con ritmos y literatura que resuenan entre la opereta, el carnaval o el circo cómico. En el decorado aparece representando el escenario de paredes desnudas, con la embocadura imitada y sus correspondientes palcos del teatro tradicional. Y cuenta con la antigua concha del apuntador: por ella surgirá, saliendo como del otro mundo, la diva Trapezzia –Esperanza Roy, formidable-, y deambula por las tablas el viejo dueño, un ser rugoso, quejoso y con un aspecto que parece venir de un cuento de Dickens. Sin piedad en la sobreinterpretación, lo acierta Manuel de Blas. Y por allí vamos conociendo a una especie de conjunto esperpéntico. Provocan numerosas carcajadas.
    Nuestro autor pasó desde su dedicación a la escenografía admirada –creó una verdadera escuela-, a su escritura. Supuso una ruptura importantísima de la abundante vulgaridad, incluso reaccionaria, que dominaba también nuestro censurado teatro. El tiempo es cruel, a veces con los entierros o, como en este caso, con la nostalgia y el recuerdo. Se pasa de la vanguardia al pasado, sobre todo en los contenidos sin excesivo sentido crítico o testimonial. Iconografías bellísimas y estilos del surrealismo, del sueño barroco –también lo es el texto, recargado- o de los ambientes góticos. Lo dirige –sin demasiada riqueza- el propio Nieva, con la construcción perfecta y los vestuarios acertadísimos.
    La noche del estreno, el público –muchas butacas vacías- siguió las casi dos horas y media sin intermedio, con cierto cansancio. Pero se aplaudió con fuerza –y con silbidos que hacen ahora los nuevos amigos-, hasta el momento en el que salio a saludar el veterano Francisco Nieva, entre los bravos de todo el público en pie. Se lo merece.
Enrique Centeno

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