domingo, 3 de abril de 2011

Cruzadas ***

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Autor: Michel Azama.
Intérpretes: Andrés Rus, María Pastor, Susana Hernáiz,
Rafael Navarro, Luis Carlos de la Lombana, Javier Ortiz,
Victoria dal Vera, Elia Muñoz, Eduardo Navarro.
Iluminación: Sofía Pérez Arrabal
Escenografía y dirección: Juan Pastor
Teatro: La Guindalera. (21.3. 2002)
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Otra vez los estragos de la guerra

El título de Cruzadas hace alusión, probablemente, a aquellos momentos históricos en los que el cristianismo intentó reconquistar la Tierra Santa. Porque lo que presenta el autor francés Michel Azama es un terrible episodio, inacabable, en el que unos y otros se enfrentan por ideologías religiosas. Podría situarse la acción en la antigua Yugoslavia, en Georgia o, más posiblemente –hay ciertas alusiones que concretan- entre judíos e israelíes: da igual, porque la denuncia es hacia el fanatismo que destruye amistades, amores, familias. Nos lo contó ya el compatriota –qué fea palabra- Enzo Corman en Dicktat, pero aquí hay mucho más.
    Nos referimos a que la obra es una epopeya, entre sacos terreros, ametralladoras y una apuesta escenográfica y actoral, coreográfica incluso, de mucho valor. Guindalera, Escena Abierta, no ha escatimado riesgos, y trata de hacer una nueva Mdre Coraje. Hay un personaje que es homenaje y recuerdo al de Brecht, la única superviviente de personajes que van muriendo víctimas del fanatismo, de la adscripción a una religión, a una forma de pensar que no se desvela nunca.
    Nunca se desvela nada: la obra es abstracta, denuncia el horror sin analizar y llega hasta el límite de la crueldad de un fanatismo que so se analiza. En eso se diferencia de Brecht, en que todo es ambiguo. Insiste hasta la saciedad –la saciedad es lo obvio, lo elemental, como sabemos- sobre la crueldad y la irracionalidad de la guerra. Lo sabemos, lo conocemos; está en los telediarios de forma más viva, más real. Y esta función no aporta sino el testimonio de que, en efecto, esas cosas ocurren.
    Con un texto elemental,. obvio, con apenas una par de anécdotas que aportan alguna cosa dramáticamente, el teatro Guindalera se presenta en la prestigiosa Cuarta Pared. Poseen la factura de lo bien hecho, de lo artesanal, de la orfrebrería. No hay genio, aunque sí sinceridad y calor. Los numerosos actores son irregulares, aunque todos ellos denotan todavía una falta de formación suficiente. Se consiguen tensiones y ambientes, pero resulta todo demasiado elemental, demasiado visto. La escena necesita superar la realidad, porque no debe ser sólo testimonio, sino también análisis. Y conviene diferenciar entre el arte y la artesanía. La sinceridad, la valentía y la entrega de todos, fue seguida, la noche del estreno, casi con devoción, que se rompió en sinceros aplausos de solidaridad al acabar la representación.
Enrique Centeno

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