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Autora: Matin van Veldhuizen.
Traducción y
dramaturgia de Ronald Brouwer.
Intérpretes: Trinidad Iglesias, Lucina Gil, Yoel
Barnatán.
Escenografía: Manolo González.
Vestuario: Carolina Menéndez
Dirección:
Natalia Menéndez.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (12.11.1999)
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Lo más terrible
En realidad no se
llega a comer en esta obra, a pesar de su título. Lo que ocurre es que hay una
cena pendiente que nunca llegará a celebrarse, y que la ingestión es el
referente común de estos personajes. Son tres hermanas, una de ellas bulímica;
otra anoréxica, y la tercera alcohólica. Se han reunido para conmemorar el
aniversario de la muerte de la madre, y entre ellas se adivina, desde el
principio, una especial tensión. Hablan primero muchísimo, para que vayamos
conociendo sus respectivas dedicaciones, su historia familiar –una de ellas es
hija de distinto padre-, sus enfermedades, y cómo se enfrentan a ellas.
Todo ello interesa
poquísimo, porque el texto carece de sentido de lo teatral, resulta monótono, y
no hay acciones o juego dramático que sustenten la larga conversación; ni el
largo e injustificado monólogo con el que una de ellas abre la función, por muy
bien que lo defienda Trinidad Iglesias, que hace un buen trabajo en toda la
representación. De modo, que hay que esperar a los últimos momentos de la obra
para que todo aquello se tensione y cobre un color y una textura teatral, que
es lo que le falta a la autora (es holandesa, y no se percibe razón o motivo
alguno para su traducción y puesta en escena, y es de esperar que pueda
aprender muchísimo de esta representación, corregir notables defectos, y asumir
que la escena precisa de recursos muy distintos a los de su prosa cuidada y
literaria).
La representación
descansa, sobre todo, en el trabajo de las actrices. Ya se ha citado el buen
hacer de Trinidad Iglesias, en tanto Lucina Gil y Yael Barnatán hacen con
esfuerzo y discreción sus personajes, con cierta timidez y sin entrar al fondo
de sus respectivos dramas. Aunque puede que el texto tampoco les permite mucho
más. Esa sensación de que el original apenas ofrece mucho más para ell trabajo
de dirección. Se ha encargado la actriz Natalia Menéndez, que no puede, durante
cerca de una hora, limpiar acciones, centrar el género -que se debate entre la
comedia y la tragedia, de modo confuso- o lograr el clímax en los diferentes
momentos y las situaciones que se van
creando. Tampoco le ayuda una escenografía extraña, una especie de cubos o poliedros
de tela metálica fríos e incomprensibles, sobre los que se ha colgado una gran
máscara que alude a los distintos padres –culpables en el fondo, cómo no- de
esta desintegrada familia.
Es poco expresivo decir que una
representación resulta aburrida, aunque hay casos en los que, como en éste,
sería el adecuado adjetivo; lo más terrible que puede suceder en un espectáculo
teatral. El tema y la situación prometen mucho más, pero, al parecer, la autora
no ha querido hacerlo crecer, o no ha sabido: elementos dramáticos, acciones
que rompan una larga unidad de acción, sería precisos para que las expectativas
se cumplieran. Así resulta muy poquita cosa.
Enrique Centeno
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