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Autor:
Borja Ortiz de Gondra.
Intérpretes:
Marcial Álvarez, Ana Pimenta, Celia Pastor, Alberto Huici.
Escenografía: José Tomé.
Música:
Iñaxi Salvador.
Iluminación:
Xavier Lozano.
Vestuario: Ana Turrillas.
Vestuario: Ana Turrillas.
Audiovisual:
David Bernues.
Dirección:
Josep María Mestres.
Teatro:
Cuarta Pared. (11.7.2012)
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La crueldad y el miedo
Fotografías de M. Díaz Roda |
Se nos presenta a este
joven matrimonio en su iluminado apartamento, donde ella dedica el tiempo a su trabajo como periodista ante un ordenador. Todo es –más o menos- una comedia tranquila, entre las discusiones, pero enseguida comenzarán las variables acciones de intriga y búsqueda ante una inesperada aparición en la casa,
y que el escritor quiere mantener en su
misterio: se presenta la violencia y el maltrato a la mujer. Hay diferentes
reacciones, la intervención o la mirada hacia otro lado. La idea de esta obra
parte de Iñaki Salvador, Ana Pimenta y del dramaturgo Borja Ortiz de Gomera,
encargado de la obra a través de los ensayos. Surgió, al parecer, de una
conocida noticia en la que un ciudadano intervino para evitar los golpes que
recibía una mujer: recibió entonces una brutal paliza que le llevó al
hospital con una hemorragia cerebral. La mujer a la que intentó ayudar, negó después
su maltrato, y no quiso hacer la denuncia (incluso cobraba dinero a cambio de entrevistas). ¿Qué haríamos entonces los demás?. Las mujeres ya van
incorporándose al enfrentamiento legal ante las agresiones; son aún muy pocas, y
ese es el tema principal del drama, sirviéndonos un efervescente ácido.
Levemente, vamos viendo
algunos desacuerdos: el deseo de Olga de tener un hijo y la larga negación de
Javier, dedicado exclusivamente a su ambición profesional; o el tiempo que le
impide a ella hacer poca cosa más que cada columna diaria. No importa: lo
fundamental es la reacción, ante la exclusiva
dedicación de Javier a la Universidad como profesor. En
frente, Olga, columnista, comprometida en sus artículos, será quien investiga y
provoca la búsqueda del maltratador, sufriendo la violencia del marido.
Todas son perdedoras.
Ya en los años cincuenta,
los comediógrafos descubrieron que el teléfono era un chollo para resolver escenas,
escapar de las acciones, o, simplemente, ahorrar personajes. A uno le comunican
que alguien no llegará; que le anunciarán un plantón; que logra una cita; que
le notifican la muerte de su madre; que le abandona su mujer.…; un millón de recursos para salvar o integrar,
cómodamente, el desarrollo teatral. Cuando vemos en el decorado un teléfono, temblamos (como cuando en una película la cámara nos muestra una casual pistola
guardada en un cajón). Aquí, la inquietud se
produce con una llamada al móvil, ahí
olvidado –con bolso incluido- por la joven Lucía, empleada de la limpieza en el
domicilio: lo descuelgan y escuchan unas voces violentas hacia
la muchacha. (Sabemos que el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra no necesitaría ese
recurso. Pero vayamos al asunto).
Sospechas y dudas acerca del
maltrato que sufre Lucía – lo hace bien, a pesar de que a veces no se le
escucha, sobre todo en una importante conversación con Olga-, quien lo va ocultando,
incluso en su aparición después con un brazo escayolado. Tardaremos mucho en conocer
la verdad, porque la tensión dramática se desarrolla en la intriga, rompiéndose
en cada cuadro -thriller-: con los tres personajes
junto al desagradable padre –lo borda Alberto Huici-, dudoso y sospechoso. Todo
va siendo cada vez más ácido. Un catedrático de la Universidad está acusado de abuso, en su despacho, hacia una de sus alumnas, cuestión que conocemos por el
relato de Javier. Hay aquí también otro miedo, porque son frecuentes las
trampas y falsedades de las estudiantes, para lograr las deseadas notas.
Nuestro personaje sabe defenderse de su alumna Lucía –algo forzado-, ignorando que trabaja en su domicilio. Una fuerte
escena en la que, como en toda la representación, el actor Marcial Álvarez hace un
trabajo extraordinario, rico y asombroso en sus diferentes situaciones.
Es una escena impresionante (tema que creó el inalcanzable David Mamet en Oleanna, estrenada en España en
1994).
La inquieta Olga sigue
buscando al maltratador de la joven. Lo interpreta, formidablemente, Ana
Pimenta, a veces con ironía, comprometida, luchadora en defensa de la mujer. Es un personaje pacífico que, en su interior, busca, como feminista imparable,
hasta resolver esa interminable duda con
cruel final.
La tragedia y la conclusión se monta como el testimonio de la violencia machista y sus asesinatos. Es un
llanto, porque sabemos lo que sucede cada día.
Lo dirige muy bien, seguro
que con dolor, Joseph María Mestres, superando algunas prolongaciones del
texto. Ayuda mucho un audiovisual -David Bernues-, como testimonio de las reflexiones y mensajes que estremecen. No puede uno salir más que mudo.
Enrique Centeno