Se han unido cuatro autores, separadamente, para esta función de Restos: el recuerdo de lo perdido, lo inútil, lo que tiramos, o lo que nos robaron. Cada uno de ellos se ha escrito en forma de monólogos, enriquecidos en el montaje añadiendo audiovisuales –Jorge Muñoz- con imágenes muy seleccionadas.
Comienza la escritora Laila Ripoll con dos temas de fuertes críticas. La Memoria Histórica pertenece a esos restos de los muertos abandonados, todavía como cadáveres perdidos. Nos recuerda la cruel guerra iniciada por el levantamiento militar; son referencias a los crímenes. Para comenzar, en silencio se proyecta una de las muchas placas mantenidas como nombres de calles –hay una junto a mi domicilio, en Madrid, y otra a trescientos metros-, que recuerda aquella realidad. Los actores forman un grupo de falangistas, brazo en alto con elementos de los legionarios, que cantan su himno con un violento rezo patriótico, “Nadie sabía su historia/ mas la legión suponía…” Nos preguntábamos qué ocurriría con estas obras fuera de las salas alternativas y representadas en los teatros comerciales. La obra continúa con otro monólogo, que hace formidablemente Teresa Nieto. En el lateral del escenario, el estupendo actor –quede dicho que todo el reparto es impecable, completado por Jorge Muñoz, José Luis Agudo, Vanessa Medina, Berta Moreno y Miguel Palomares- va deshuesando y cortando un desplumado pollo, preparándonos mientras ella dibuja en una pizarra, como un aviso para empezar el tratamiento de los animales. Una proyección brutal es casi insoportable, ante imágenes sobre la crueldad hacia focas, perros, o el sacrificio en ciertos mataderos; algunos espectadores giraban la vista ante semejantes monstruosidades. El director, Emilio del Valle no ha querido que respiremos, sin freno alguno.
Los Restos del autor José Ramón Fernández son la tristeza de lo perdido. Un personaje, sólo en su habitación, intenta recuperar todos sus restos, como las fotografías de su mujer ausente. Es un sentimental que mira el pasado doloroso. Este autor parece conocer él mismo estos sentimientos, si recordamos la impresionante Nina, que estrenó hace tres temporadas en el teatro Español. El solitario personaje quiere recuperar también tantas cosas que desaparecieron, que tiró a la basura, con los olores que echa de menos. Muebles, aparatos, cacharros que le rodearon. Es un texto poético, bello, sobre aquel pasado que arrojó y sin el que hoy ya no puede vivir. No hay un posible desván, porque todo se ha extraviado. La obra posee un cierto humor, pero es la ternura la que nos hace mirar a este hombre, y que reconocemos porque sucede continuamente. Es la tentación del escritor.
Vuelve, en el siguiente texto de Emilio del Valle, la burla antirreligiosa. Sarcástico y grotesco frente a la imagen de una santa: la monja que pintó Velázquez –se llamaba Jerónima de la Fuente-, y que se ha construido en un contrachapado con el rostro movible. En su apertura, aparece la cara del actor como en las verbenas y, más tarde, los propios asistentes bajan y colocan sus cabezas con diversos gestos, partidos de risa, agitando la cruz que porta la monja; les hacen fotos y aquello es un jolgorio.
Ya hemos visto que la primera pieza es el drama; la segunda, el dolor, y la tercera la sátira.
Veremos a ver cuál es la cuarta, de Rodrígo García, porque tras su último estreno, Versus -el pasado noviembre-, teníamos pánico y, sobre todo, miedo a que se hundiera el espectáculo. Esta vez no ha sido así. Un actor de la compañía, invidente, lee sobre la mesa unas largas páginas en braille. Son pretendidas filosofías, normas y descubrimientos del escritor. Nos aburrimos muchísimo. Recuerda al maldito Antonio Llopis, actor, director, escritor y profesor de teatro. Se ha dedicado la función a este intrigante y admirado artista -una visión que nos hizo recordar a Antonin Artaud-, fallecido recientemente, el 18 de diciembre del 2008. Se proyectan momentos diversos, muy intensos, con entrevistas y en sus clases. Palabras liberales, rupturas y visiones hasta huir y marcharse a los 65 años. Una escena impresionante que termina con el tango Cambalache, y que nos hace escuchar “Que el mundo fue, y será/ una porquería, ya lo sé”, como si lo hubiera escrito Llopis. Estas secuencias fueron lo mejor de la obra de García.
Del Valle, el director, ha montado inteligente cada pequeña obra, creando una riqueza conjunta de ritmo y juegos que aumentan a los propios textos.
Enrique Centeno
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Autores: Laila Ripoll,José Manuel Fernández,
Rodrigo García, Emilio del Valle.
Intérpretes: Teresa Nieto, Jorge Muñoz, Berta Moreno,
José Luis Aguado.
Vestuario: Cecilia H. Molano, Vanessa Bajo.
Audiovisual: Jorge Muñoz.
Iluminación: José Manuel Guerra.
Dirección: Emilio del Valle.
(Compañía Inconstante)
Teatro: El Triángulo. (9.4.2009)
Comienza la escritora Laila Ripoll con dos temas de fuertes críticas. La Memoria Histórica pertenece a esos restos de los muertos abandonados, todavía como cadáveres perdidos. Nos recuerda la cruel guerra iniciada por el levantamiento militar; son referencias a los crímenes. Para comenzar, en silencio se proyecta una de las muchas placas mantenidas como nombres de calles –hay una junto a mi domicilio, en Madrid, y otra a trescientos metros-, que recuerda aquella realidad. Los actores forman un grupo de falangistas, brazo en alto con elementos de los legionarios, que cantan su himno con un violento rezo patriótico, “Nadie sabía su historia/ mas la legión suponía…” Nos preguntábamos qué ocurriría con estas obras fuera de las salas alternativas y representadas en los teatros comerciales. La obra continúa con otro monólogo, que hace formidablemente Teresa Nieto. En el lateral del escenario, el estupendo actor –quede dicho que todo el reparto es impecable, completado por Jorge Muñoz, José Luis Agudo, Vanessa Medina, Berta Moreno y Miguel Palomares- va deshuesando y cortando un desplumado pollo, preparándonos mientras ella dibuja en una pizarra, como un aviso para empezar el tratamiento de los animales. Una proyección brutal es casi insoportable, ante imágenes sobre la crueldad hacia focas, perros, o el sacrificio en ciertos mataderos; algunos espectadores giraban la vista ante semejantes monstruosidades. El director, Emilio del Valle no ha querido que respiremos, sin freno alguno.
Los Restos del autor José Ramón Fernández son la tristeza de lo perdido. Un personaje, sólo en su habitación, intenta recuperar todos sus restos, como las fotografías de su mujer ausente. Es un sentimental que mira el pasado doloroso. Este autor parece conocer él mismo estos sentimientos, si recordamos la impresionante Nina, que estrenó hace tres temporadas en el teatro Español. El solitario personaje quiere recuperar también tantas cosas que desaparecieron, que tiró a la basura, con los olores que echa de menos. Muebles, aparatos, cacharros que le rodearon. Es un texto poético, bello, sobre aquel pasado que arrojó y sin el que hoy ya no puede vivir. No hay un posible desván, porque todo se ha extraviado. La obra posee un cierto humor, pero es la ternura la que nos hace mirar a este hombre, y que reconocemos porque sucede continuamente. Es la tentación del escritor.
Vuelve, en el siguiente texto de Emilio del Valle, la burla antirreligiosa. Sarcástico y grotesco frente a la imagen de una santa: la monja que pintó Velázquez –se llamaba Jerónima de la Fuente-, y que se ha construido en un contrachapado con el rostro movible. En su apertura, aparece la cara del actor como en las verbenas y, más tarde, los propios asistentes bajan y colocan sus cabezas con diversos gestos, partidos de risa, agitando la cruz que porta la monja; les hacen fotos y aquello es un jolgorio.
Ya hemos visto que la primera pieza es el drama; la segunda, el dolor, y la tercera la sátira.
Veremos a ver cuál es la cuarta, de Rodrígo García, porque tras su último estreno, Versus -el pasado noviembre-, teníamos pánico y, sobre todo, miedo a que se hundiera el espectáculo. Esta vez no ha sido así. Un actor de la compañía, invidente, lee sobre la mesa unas largas páginas en braille. Son pretendidas filosofías, normas y descubrimientos del escritor. Nos aburrimos muchísimo. Recuerda al maldito Antonio Llopis, actor, director, escritor y profesor de teatro. Se ha dedicado la función a este intrigante y admirado artista -una visión que nos hizo recordar a Antonin Artaud-, fallecido recientemente, el 18 de diciembre del 2008. Se proyectan momentos diversos, muy intensos, con entrevistas y en sus clases. Palabras liberales, rupturas y visiones hasta huir y marcharse a los 65 años. Una escena impresionante que termina con el tango Cambalache, y que nos hace escuchar “Que el mundo fue, y será/ una porquería, ya lo sé”, como si lo hubiera escrito Llopis. Estas secuencias fueron lo mejor de la obra de García.
Del Valle, el director, ha montado inteligente cada pequeña obra, creando una riqueza conjunta de ritmo y juegos que aumentan a los propios textos.
Enrique Centeno
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Autores: Laila Ripoll,José Manuel Fernández,
Rodrigo García, Emilio del Valle.
Intérpretes: Teresa Nieto, Jorge Muñoz, Berta Moreno,
José Luis Aguado.
Vestuario: Cecilia H. Molano, Vanessa Bajo.
Audiovisual: Jorge Muñoz.
Iluminación: José Manuel Guerra.
Dirección: Emilio del Valle.
(Compañía Inconstante)
Teatro: El Triángulo. (9.4.2009)
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