Autor y director: Juan Fernando Cerdas.
Intérprete: Rubén Pagura.
(Compañía Teatro Quetzal).
Teatro: El Canto de la Cabra. (18.8.1999)
__________________________________
Cuentos de la isla de pascual
Tras el excelente monólogo de Molly Bloom, la sala El canto de la Cabra ofrece, en la placita aneja a su local otro interesante trabajo unipersonal que va consolidando el curioso espacio en el yermo estío teatral de Madrid. El Ombligo del Mundo es la traducción de Te pito te Henua, una de las denominaciones de Rapa nui o isla de Pascua, como fue bautizada por los holandeses. Aislada en el pacífico, sus enigmáticos monumentos o moais han provocado diversas fantasías, y en esta obra se cuenta una más de ellas que sirve al autor de curiosa parábola. El texto posee esa ingenuidad del cuento, de la historia casi infantil que trata de aleccionar y cuyas conclusiones aparecen algo confusas.

En todo caso, interesan las historias que el actor va desgranando. Él es Rubén Pagura, veterano del teatro de Costa Rica, que posee unas prodigiosas facultades para cambiar de registros encarnando a numerosos personajes dentro de sus relatos, hechos al modo de un cuentacuentos. Juega asimismo con técnicas de mimo, e interpreta canciones autóctonas intercaladas en los diversos pasajes (es también cantautor y compositor de música para distintos montajes teatrales). Su virtuosismo y singular capacidad son el verdadero sustento de un espectáculo que se sigue con placer tanto por lo narrado como por la admiración que él mismo suscita.
Juan Fernando Cerdas no es un autor conocido entre nosotros, y la larga trayectoria en su país difícil de conocer, porque las referencias que poseemos están hechas por un estudioso especialmente conservador (Dispárenle al crítico, de Andrés Sáenz, Universidad de Puerto Rico). Seguiremos en la misma situación, ya que este texto da la impresión de alejarse del resto de su dramaturgia, y pensado expresamente para su intérprete (con el que fundó el Teatro Quetzal, nombre de la compañía, que ya visitó esta misma sala hace un par de años). Lo que aquí consigue, en todo caso, es una poética casi mágica cuyo primitivismo argumental el público sigue con una especie de encandilamiento infantil, apenas roto por alguna clave distanciadora. Al excelente actor se le dedicaron, en un día de función no de estreno, a la que asistimos, muchísimos aplausos sin duda merecidos.
Enrique Centeno
No hay comentarios:
Publicar un comentario