Autor: Robert Thomas.
Adaptación de Juan José Arteche.
Intérpretes: Queta Claver, Elisenda Rivas, Elena Maurandi,
Ana Labordeta, María Luisa Merlo, Verónica Luján,
Eva Higueras, Yolanda Farr.
Escenografía: José Miguel Ligero.
Dirección: Ángel García Moreno.
Teatro: Fígaro. (4.10.1999)
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Una divertida madeja
El desdichado y único hombre al que no se ve nunca en esta comedia, vive entre ocho mujeres. No es extraño, pues, que aparezca asesinado de una puñalada por la espalda, y, como alguien comentaba en el entreacto, que quizá una de ellas le había clavado el cuchillo, y las demás hubieran ido empujándole después, una a una. La ocurrencia, ciertamente macabra, surgía, sobre todo, porque la obra une el misterio del crimen con muchos momentos de humor, y porque sus diálogos, muy bien construidos, cambian de registro permanentemente, dosificando las risas y el misterio con extraordinaria habilidad.
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Esa agilidad, ese sentido del humor al que nos referimos, precisa de manos expertas, de una habilidad especial para dosificar sorpresas, acciones secundarias, movimientos escénicos y un determinado clímax que, en este caso, el director, Ángel García Moreno, ha empleado con su habitual y reconocida sabiduría. Y se comprenderá que, tratándose de ocho intérpretes femeninas, la calidad está garantizada, porque entre nosotros abundan las espléndidas actrices de teatro. Veteranas unas, como Elisenda Ribas o Queta Clavel, ambas formidables; incombustibles otras, como la admirada María Luisa Merlo –con una pierna enyesada que no la impide, valientemente, mostrar su dominio escénico, su atractiva presencia que todo lo llena-; o más jóvenes como la excelente Ana Labordeta, y la adolescente Eva Higueras en un trabajo lleno de brío y de talento. Forman, junto a Elena Maurandi, Verónica Luján y Yolanda Farr, tres generaciones entrecruzadas –todo aquí se mezcla, como pide el género-, que en un precioso decorado de José Miguel Ligero tejen una madeja imposible de devanar.
Enrique Centeno
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