Autor: Friedrich Dürrenmatt.
Versión de Juan Mayorga.
Intérpretes: María Jesús Valdés, Juan José Otegui, Héctor Colomé,
Victoria Rodríguez, Raúl Fraire, Rodrigo Poisón, José Luis Santos,
Esperanza Campuzano, Pepe Viyuela, Joaquín Notario, Gabriel
Moreno, José Navar, Dionisio Salamanca, Óscar Mayer, José Mª
Gambín, Lorenzo Area, Juan Prado, Paco Celdrán, Fernando
Gil, Gorgonico Edu, Víctor Navarro, Manuel Aguilar, Fran Fernández,
Ignacio Alonso, Miguel del Ama, Karol S. Wisniewski, Jorde Allende,
Susi Sánchez, Roberto Noguera.
Vestuario: Javier Artiñano.
Escenografía: Llorenç Corbellá.
Iluminación: Albert Faura.
Música: Mariano Marín.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Teatro: María Guerrero (Centro Dramático
Nacional). (11.3.2000)
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Cuando el mundo es un burdel
La poderosa y multimillonaria protagonista de esta historia ideada por Friedrich Dürrenmatt (se estrenó en 1958), Claire lleva como mayordomo a un antiguo juez al que ha liberado para tenerlo a su servicio: es el primer signo de cómo la justicia se corrompe, se vende y se compra. Llega a su pueblo natal tras muchos años de haber sido expulsada de allí cuando era una joven desdichada, una soltera embarazada y repudiada por todos. Prostituta primero y millonaria después, la acción se desarrollará pasado el tiempo, porque la venganza, ya se sabe, es un plato que se sirve frío.
Y allí están, en el pueblo de Güllen, las fuerzas fácticas: el maestro, el médico, el jefe de policía, el alcalde. Todos ellos abiertos a la vieja dama que llega llena de riqueza para salvar su mediocridad y su pobreza. Ella quiere vengarse del pueblo entero, desde luego. Pero, sobre todo, del hombre que la hizo daño, un respetado y humilde carnicero, cobarde e hipócrita como todos en su juventud. Y desvela sus intenciones apenas llegar al lugar: un millón por su cabeza. El conflicto está servido: “El mundo hizo de mí una puta y yo hago del mundo un burdel”.
La visita de la vieja dama es un clásico del teatro contemporáneo, y lo es, además de por sus valores dramáticos, porque presenta la debilidad del ser humano, el poder del dinero, la hipocresía y la falsa justicia que Dürrenmatt plasmó en otros títulos suyos importantísimos, como Frank V, en una herencia clara de Brecht, mezclada, curiosamente, con los movimientos surrealistas y del absurdo de su época. Es, por tanto, una parábola, una metáfora, una reflexión sobre nuestra propia condición que, en estos días, cree este crítico, cobra una dimensión singular.
María Jesús Valdés |
Ni el adaptador, Juan Mayorga, ni el director, Pérez de la Fuente, no parecen confiar demasiado en el clásico autor suizo. El primero ha introducido actualizaciones como tomando por tonto al espectador, con referencias a ordenadores, a grabaciones de TV, a referencias que, presuntamente, actualizan ese conflicto universal. Y Pérez de la Fuente ha optado por el espectáculo grandioso, insultante casi en su superproducción, en sus efectos, en su puesta en escena operística. Los efectos, los coros, los elementos escenográficos, luminotécnicos y de tramoya casi devoran el texto, aunque afortunadamente hay, entre el descomunal reparto, actores capaces de defenderlo dentro de esa aplastante estructura escénica, cuya belleza, por otra parte, es indudable.
Hay momentos en los que el director no enuncia a su talento interno, como esa formidable escena en la que la protagonista, Claire, celebra la ceremonia de su despojamiento, ante vidrieras eclesiásticas, en un desvestimiento impresionante, una celebración en la que vemos su ortopedia, su acabamiento, su intimidad miserable. Lo hace esa magistral actriz que es María Jesús Valdés, en una lección corporal y vocal insólita. Pero en casi todo el espectáculo domina el esperpento, la farsa, la mentira que hace inverosímil o de ciencia ficción, lo que el autor nos cuenta. Posiblemente es ésa la trampa de este apabullante espectáculo. Que cuenta con un elenco formidable, entre el que hay que destacar, además de la propia Valdés, a un Juan José Otegui formidable, el más sincero de los personajes, junto a Héctor Colomé –un alcalde sobrecogedor en su proceso de corrupción- o a Joaquín Notario, el maestro de pueblo idealista que finalmente debe claudicar. Todo el reparto es impecable, dentro de ese aire de falsedad, de trucos, de exageraciones que al texto le sobran, y que hacen que la parábola prácticamente nos resulte ajena en su hipérbole y su inverosimilitud.
Enrique Centeno
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