Dramaturgia y dirección: Albert Boadella.
Intérpretes: Ramón Fontserè, Jesús Angelet, Xavier
Boada, Silvia
Brossa, Minnie Marx, Montse Puig, Dolors Tuneu, Jordi Rico, Pep
Vila.
Espacio escénico: A. Boadella, Lluc Castells.
Vestuario: Mariel Soria.
(Compañía Els
Joglars)
Teatro: María Guerrero (Centro Dramático Nacional).
(11.11.1999)
___________________________________________________________
Dalí reverenciado
Ha imaginado
Albert Boadella a Federico García Lorca como una mujer cubierta con capote
verde y tocada con tricornio. Recita versos cursis fuera de contexto y alguien
se interesa por saber si, antes de ser asesinado, es verdad que uno se tira
pedos. (Más tarde hará con su muerte una escena dolorosa, impactante, brutal,
en la que las balas de las cantaoras del zorongo gitano se servirán de
pistolas-crucifijos para abatirle, pero su primera burla es de una crueldad sin
límites). También aparecen caracterizados pintores como Kandinsky o Tapies
–Antonio Tapias, se le llama- de payasos frente al genio de Dalí, vestido de
augusto o del clown listo. Son estos pintores “sus queridos desastres”, lo que
pintan simples “manualidades de frenopático”. Item más: lo que Picasso hace en
su Guernika no es sino un grafitti de lavabos públicos cuyos
derechos de reproducción debería cobrar Hitler, que fue el verdadero autor por
el sentido drástico del urbanismo, demostrado en el bombardeo de la ciudad
vasca.
Tampoco le
interesa a Dalí, “comandante del ejército de las artes”, al paleolítico que
pinta Miró, a quien Boadella repre- senta como una niñita rubia que jue- ga a la
comba.
Aliado
con Dalí, muestro cómico transgresor casado con el pintor extra- vagante. El
innova- dor director de Els Joglars y el conservador catalán que mejor supo
venderse a sí mismo, tienen puntos en común, pero también otros muchos que
hasta ahora los han diferenciado. No hay duda de que es necesario conservar y
aprender de Velázquez, y se acepta el homenaje y la pasión del artista de
Figueras por el sevillano; claro está que el Ángelus de Millet conmueve y que de ambos puede Dalí hacer
réplicas. Pero se entiende menos la necesidad de descalificar cualquier
vanguardia. De ellos, con las que este personaje compartió y bebió en sus años
jóvenes, apenas queda alguna retranca de la Residencia de Estudiantes en forma
de “anaglifo”, o alguna alusión a Breton como figurilla del surrealismo.
La vida de Dalí
es, en sí misma, una puesta en escena, un puro histrionismo, y, quizá por ello,
su representación ha tentado más de una vez. Boadella podría transgredirla,
como hizo con la de Pujol o la del Papa Woytila, pero probablemente eso no
hubiese causado sorpresas, bufonadas y heridas, que es lo que nuestro gran
creador busca siempre. Justificar a toda costa la vida y la obra del autor, es
más astutamente subversivo. Se ríe de Hitler, claro está, pero le reduce a un
grotesco y casi inofensivo personaje, “una anécdota de la Historia”, como la
Guerra Mundial o la dictadura de Francisco Franco, que a Dalí no le interesan,
porque a él le importa la Historia, no sus anécdotas. Y así, en cada cuadro de
este espectáculo, de nuevo el iconoclasta Boadella da una vuelta de tuerca para sorprender con
un apasionado canto a la neutralidad y al conservadurismo: una nueva forma de
corrosión, una nueva alquimia para la provocación.
Formalmente, el espectáculo es
verdaderamente grandioso, entre los mejores de los muchos y excelentes que ha
hecho Els Joglars. Es verdaderamente antológica la interpretación de toda la
compañía, comenzando por ese genio deslumbrante que es Ramón Fontserè-Dalí.
Combina Boadella, como ya ha hecho otras veces, nuevas tecnologías –una gran
pantalla electrónica, eficaz y sorprendente- con la corporeidad y la sugerencia
de un hermoso decorado. Y pone de nuevo de manifiesto esa insólita sabiduría teatral
para crear espacios de tensión, ritmos dramáticos, epílogos formidables a cada
situación. Su dramaturgia y puesta en escena posee la genialidad de una
partitura operística grandiosa, apabullante. Podría haberse venido abajo el
teatro al terminar la representación, pero no ocurrió así: al público se le
había castigado demasiado las tripas, razón por la que también guardó el silencio
durante el espectáculo.
Enrique Centeno
No hay comentarios:
Publicar un comentario