Autor: Javier Daulte.
Intérpretes: Sara Torres, Eduardo
Recabarren, Alberto
Merchante, Jonás Merino.
Dirección: Guillermo Heras.
Teatro; Mirador. (10.3.2000)________________________________
Criminales y
embusteros
Aquí todo el mundo miente y engaña. La protagonista, Diana, ha llegado a dar la vuelta a la propia mentira: asegura que finge los orgasmos, pero lo que sorprende es que tal falsedad consiste en que, cuando está enojada, hace como que no los tiene. Esta es una vuelta de tuerca permanente, un juego de mentiras que crece con progresión geométrica entre los cuatro personajes de Criminal, siempre en clave de humor, a veces rondando lo macabro, cruel pero desternillante en su audacia.
El juego es posible a partir de la
creación de los personajes ideales para el engaño: un matrimonio y dos
psicoanalistas. La infidelidad, la homosexualidad, la mentira como sustento, se
entremezclan entre ellos en un cruce de relaciones a cuatro bandas, con un
juego escénico y una textualidad rica, experta, conocedora de recursos y muy
bien encajada en sus numerosas escenas.
El autor, Javier Daulte, es un
argentino formado en el teatro Pairó, de Buenos Aires, y creemos que es éste su
primer y feliz estreno entre nosotros. El dato de su nacionalidad es interesante
en esta puesta en escena, porque los dos psicoanalistas de la función son
argentinos, y lo son también sus intérpretes. Lo cual produce entre nosotros
una eficacia singular, porque a la caricatura del autor se suma la del propio
espectador que puede jugar con el tópico del psiquiatra argentino, creando así
un baile que, si no buscado en el texto original, saben muy bien, en esta
puesta en escena, aprovechar todo con inteligencia. Sus actores son
espléndidos, con esa laboriosidad con la que se trabaja Nuevo Repertorio, la
escuela de Cristina Rota. Y dirige Guillermo Heras en una escenificación
limpia, sin contaminación con elemento alguno que traicione el servicio al
texto. Espacios diferentes -cuatro en total- que se iluminan alternativamente
creando las guaridas respectivas como en un tablero de parchís. Y mueve Heras
las fichas con sabiduría, con el ritmo exacto para que se vayan devorando unas
a otras. Se disfruta esta función, que no tiene, por otro lado, más
pretensiones que el juego de la crueldad, la dimensión embustera del ser
humano.
Enrique Centeno
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