Autora: Lillian Hellman.
Traducción de Ana Riera.
Versión de Ernesto Caballero.
Intérpretes:
Héctor Colomé, Carmen Conesa, Nuria Espert,
Ricardo Joven, Paco Lahoz, Markos
Marín,
Jeannine Mestres, Víctor Valverde, Lleana Wiston.
Vestuario: Franca
Squarciapino.
Escenografía: Gerardo Vera.
Videoescena:
Álvaro Luna.
Iluminación: Juan
Gómez-Cornejo.
Dramaturgia y dirección: Gerardo Vera.
Teatro:
María Guerrero. (CDN) (20.4.2012)
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La loba es, sin duda, la más conocida obra de Lillian Herman (1905-1986), escritora cuyo progresismo le produjo no pocos escándalos e incluso su persecución -se negó a declarar en la represión del Comité de Actividades Antiamericanas-. “Las pequeñas zorras” -su título original, The little foxes- se pasó al cine y consiguió una de las grandes películas con Bette Davis.
Este melodrama se representó en Madrid hace ya casi veinte años (22.10.1993, teatro Marquina), y nos hizo entonces preguntarnos “si es que ya no existen hoy, aquí, estos pequeños zorros depredadores”. Que ahora lo represente el Centro Dramático Nacional ha sido una tentación de Gerardo Vera, incomprensible cuando más que nunca se han formado aquí muchísimas y continuas jaurías.
Es Regina Hiddens la madre en esta guarida: La loba; ambiciosa, tramposa y obsesiva por la posesión. A los dientes y aullidos intentan Benjamín y Oscar, unidos, vencerla. Enérgico e inteligente, el formidable actor Héctor Colomé crea con solidez a este personaje, Benjamín, que en su esgrima económica será finalmente vencido. Ricardo Joven ya muestra, en su estupenda interpretación, que Oscar es poca cosa para Regina, quien es capaz de hundir -su hijo, Leo, es ya insignificante, y lo hace perfectamente Markos Marín- y ahogar a su propio esposo, James Hiddens.
Aquí solo hay destrucción, o la salvación de las dos mujeres. La cuñada presencia continuamente las luchas y el alejamiento de la familia: Bierdi es Jeannine Mestre, de miradas amargas hacia su esposo, como si la mansión se convirtiera en una tumba maloliente. Su ternura la podrá mantener solo con Alexandra (luego nos referiremos) para, en su monólogo y en una dramática escena -el público no pudo evitar congelar la acción con entusiasmo y aplausos; poco común es ya despedir un mutis-, marcar el inicio de la corrupta batalla.
En el antiguo montaje de esta obra –aún más vieja- dejó los ensayos la maestra y genial actriz histórica María Jesús Valdés –fallecida el año pasado- y, precisamente, interpretó en un cara a cara con Espert El cerco de Stalingrado (1994), de Sanchis Sinisterra. Se dijo que fue por su propias dificultades para ese personaje, y se aseguró también que fue al director González Vergel –bien conocido en sus tiranías- a quien abandonó saliendo a hostias. Quizá alguien cuente lo que ocurrió. Este comentario, probablemente sin interés, viene a cuento de la lucha entre el personaje y la actriz. Nuria Espert es una peculiar y grandísima intérprete de nuestro teatro actual. Quede esto ya de entrada. Esta Regina es aquí una medio loca, estúpida entre la ambición y el dominio de un ábaco con la imposibilidad de trasladar la maldad interna de esta obsesiva. Casi logra que nos burlemos de Regina. Lo ha obligado Gerado Vera –ningún genio dirigiendo a actores- o, casi seguro, ha seguido una fórmula demasiado común. Sabemos que está ahí La loba, pero mejor vemos que está la Espert.
Jeannine Mestre y Nuria Espert |
Jeannine Mestre (izq,) y Carman Conesa |
Lillian Herman, sureña y judía, hace decir a Regina, hacia Alexandra, que “demasiada gente le obligó a demasiadas cosas”. Y su hija, la única que aún permanece, recuerda cómo su padre le dijo que hay gente que come tierra, y gente que se la tiene que comer. Pero conocía la autora muy bien, y lo había visto, cómo en las ciudades mucha gente dormía en los bancos protegida con hojas de periódico, “las sábanas de Hoover” (el presidente del gobierno). En su obra se refiere a los semiesclavos negros del antiguo Texas –este montaje se inicia con la gigante imagen de aquella bandera- en sus empresarios llegados del Norte. Por su comportamiento, vital e ideológico, da la impresión de una especie de miopía para mirar a su alrededor. La escena entre madre e hija contiene la ternura y energía de Alexandra (Carmen Conesa), en una interpretación riquísima y sincera: la abandona y asegura que se quedará sola. Espert se mantendrá en la soledad sin llegar bien a sentir su llanto en el sarcófago de la rica mansión. Todo es en realidad un melodrama.
Enrique Centeno
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