Autor: Juan Mayorga.
Intérpretes: José Luis Torrijo,
José Luis Mosquera.
Escenografía
y vestuario: Ana Garay.
Dirección: Luis Blat.
Teatro Adolfo Marsillach de
S.S. de los Reyes.
(29.1.2000)
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La
convivencia imposible
Dice Juan Mayorga, uno de los más
sólidos autores de esta generación (Más
ceniza, Cartas de amor a Stalin), que lo más importante del Gordo y del
Flaco es, justamente, “la y griega”. Una conjun- ción que aparente- mente une
términos homogéneos, pero que sirve también para enlazar expre- siones como “te
quiero y te aborrezco”, por ejemplo.
Sobre esa aparente yuxtaposición, sobre esa imposibilidad, trata esta estupenda
comedia de Mayorga, que toma como metáfora a la mítica pareja de Stan Laurel y
Oliver Hardy.
La escenografía representa una gigantesca cama que ambos personajes comparten y que, finalmente, se convertirá en una cuadrilátero de boxeo. Es otra metáfora, claro está: la convivencia imposible, el tránsito del amor al odio, la pugna eterna entre Caín y Abel, que el autor trajina con una comicidad que esconde la profunda amargura y el desengaño más completo.
La escenografía representa una gigantesca cama que ambos personajes comparten y que, finalmente, se convertirá en una cuadrilátero de boxeo. Es otra metáfora, claro está: la convivencia imposible, el tránsito del amor al odio, la pugna eterna entre Caín y Abel, que el autor trajina con una comicidad que esconde la profunda amargura y el desengaño más completo.
Lo que viene a decirnos esta
divertida función es que en el momento en que hay una suma de dos personas, se
produce, forzosamente, la relación de amo-criado, tal vez la del listo y el
tonto, quizá la de pasión y de odio, amor o celos: un mensaje desengañado por
mucho que se encubra bajo la iconografía de aquellos dos entrañables
personajes.
Juan Mayorga |
Y ríe el público con el Gordo y con el
Flaco en ocurrencias ingeniosas; pero lo
hace también en los momentos en los que el guiño del autor nos recuerda la
imposibilidad a la que hemos llegado para poder sumarnos, si no es bajo las reglas
de la trampa, de la mentira, del fingimiento o de la hipocresía. Y mira uno a
su vecino de butaca sabiendo que, en efecto, eso es así, que duele pero que,
como hace el autor, es preferible barnizarlo con una pátina de humor para poder
seguir el camino.
Esta obra confirma lo que tantas
veces venimos diciendo a propósito del género de comedia, que entre nosotros
suele entenderse como un subproducto para mentes planas y que, sin embargo,
desde Aristófanes, ha sido utilizada, como aquí, para la risa reflexiva. En ese
sentido supone una incursión nueva del autor, al que hay que felicitar por sus
resultados.
Para ello ha contado con un equipo
excelente, especialmente el de los dos intérpretes, magníficos en su caracterización,
sentido del humor y desentrañamiento del texto, a lo que sin duda habrá
colaborado esencialmente la dirección de Luis Blat, que ha contado con
estupendos apoyos en la escenografía, el vestuario y la iluminación.
Enrique Centeno
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