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Autor: Tadeusz Slobodzianek.
Traducción
de Maila Lema.
Intérpretes: Jordi Brunet, Ferran Carvajal,
Roger
Casamajor, Lluïsa Castell, Isak Ferriz,
Carlota
Olcina, Alberto Pérez, Jordi Rico.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Lluna Albert.
Iluminación: Miguel Muñoz.
Música: Jordi Collet ("Sila").
Imagen: David Ruano.
Dirección: Carme Portaceli.
Teatro: Fernán-Gómez. (19.4.2012)
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Fotos de David Ruano |
Amigos y enemigos
Ha
querido contar el polaco Tadeusz Slobodzianek
-a quien desconocíamos- qué pudo
pasar con aquellos diez unidos compañeros de clase, cinco de ellos judíos, y la
otra mitad católicos. Muertos ya –hay una anciana en el
geriátrico-, el autor los hace bajar al escenario, vivos y partiendo de las diversiones
juveniles, hasta el final de sus décadas. Cuentan las historias ante el
público, con recuerdos precisos, desde la invasión nazi de 1939. Son testimonios que quieren ocultar, o
mentir, en sus colaboraciones, traiciones, violaciones y asesinatos. Alguien
pudo marchar a los Estados Unidos, uno ascendió como sacerdote y otro fue disparado en la cabeza por uno de sus amigos.
Esta
obra pueden bien per- tenecer al teatro político sobre la realidad (Erwin
Piscator (1894-1966), creador en nuestra época, con la que Slobodzianek muestra la crónica (y La indagación, obra política e histórica
de Peter Weiss) de las continuas represiones, invasiones y ataques. Los amigos
de Nuestro colegio se convirtieron en
enemigos ante su inesperada toma del nazismo. El resultado transcurrió
–realmente- en la pequeña población de Jedwadne, cercana a Varsovia. (Y cómo no
recordar a otro más de los autores del teatro político: ¿Y qué recibió la mujer del soldado/
De Varsovia, en Polonia?/ Una camisa de color de Varsovia recibió,/ La camisa
de color con orgullo lució./ Eso le llegó de Varsovia (Bertolt Brecht). En
sus metamorfosis estos jóvenes participaron en la instalación de un gueto, y
llegaron a trasladar a los judíos hacia el holocausto: en aquel año de 1941 se
exterminaron allí a casi 1.600 polacos judíos. Y en la posterior invasión de la
Unión Soviética (1945), se unieron parte de los habitantes.
Esta
obra son los episodios, sobre todo relatados por los personajes. Hacen una
especie de reconstrucción –mentiras y leves verdades- en la que va creciendo la
tensión, hasta presenciar escenas verdade- ramente crueles en la segunda parte de
la función –tres horas, en cuyo intermedio se marcharon muchos espectadores- que nos hizo estremecer. El escritor –judío- no
resistió el dar testimonio de lo que allí sucedió.
Es
una función dura, en la que la directora, Carme Portaceli, no ha tenido piedad
en su montaje, con el gran trabajo de un reparto íntegramente formidable.
Enrique Centeno
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