martes, 30 de junio de 2009

La señorita Julia ***

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Autor: August Strindberg.
(Versión: Jose C. Plaza-Asperilla).
Intérpretes: María Adánez, Raúl Prieto,
Chusa Barbero.
Música: Luis Miguel. Andrea Szamek (violin),

Scott A. Singer (acordeón).
Escenografía: Andrea D'Odorico.
Iluminación: Juan Gómez.
Vestuario: Andrés Rodrigo.
Dirección: Miguel Narros.
Teatro: Fernán-Gómez. Centro Cultural

de La Villa .(14.3.2008)
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Desde hace quince años no veíamos, de verdad, a La señorita Julia. Se ha intentado, inútilmente, numerosas veces. En esta ocasión se ha utilizado una escenografía estupenda –Andrea D’Odorico-, naturalista, que ilumina sabiamente Juan Gómez. Con excelentes intérpretes: María Adánez (Julia), Raúl Prieto (Juan) y Chusa Barbero (Cristina), a quienes dirige Miguel Narros, un sabio de la puesta en escena y de los escasos directores que trabaja y conoce la dirección de actores.
August Strindberg escribió esta obra en 1888, y suele ser ahora una pretendida creación trasladarlo a la actualidad o a una época desconocida. Son fórmulas en las que el decorado, el vestuario, el atrezzo y el estilo general, huyen de aquella historia de hace 120 años, en espacios huecos, con pantalón de tienda o cosas similares. En este caso, no tengan miedo.
Fue entonces, cuando el sueco Strindberg creó a esta Julia, cuya propia vida estaba amargada, con experiencias desastrosas en sus sucesivas parejas. Mezcla un hábil humor con este fondo dramático. Relaciones de infidelidad -la del criado- y la frivolidad sexual –la señorita-, que le permiten su deseada venganza. Y el comportamiento de las dos clases sociales.
La noche de San Juan comienza fríamente con la llegada de Julia a la cocina de su mansión señorial, despreciando y burlándose –ya bebida y frustrada- del atractivo criado. Se va organizando un juego, poco a poco, hasta ser la libidinosa señorita la que se conduce al enfrentamiento. Es un viaje en el que la magistral escritura es capaz de llegar de lo blanco a lo negro, desde la provocación hasta el deseo, del final del túnel anillado hasta la destrucción erótica y social. Fue una lección dramática, quizá insuperable entre textos y acciones. Un magnífico trabajo de María Adánez y de Raúl Prieto que, frente a frente, van creando la transformación de los personajes en momentos fascinantes.
La Señorita Julia ha pasado al teatro contemporáneo; durante una breve noche los dos cambian sus funciones: bajada humillada y subida portentosa. Es este drama político el que sirve al autor para atacar la moralidad y la lucha de clases de su siglo XIX. Lo cual aprovecha Strindberg para sacar a luz sus propias desgracias y sentimientos. ¿Cómo se atreven algunos directores a representarlo como una actualidad? La grande es, precisamente, el valor del pasado y su permanencia de hoy.
Apoya este reparto la engañada cocinera, como siempre perfecta, Chusa Barbero. María Adánez hace una interpretación espectacular, en la que va duplicando a Julia, una transformación genial. A Raúl Prieto le han enseñado muy bien el viaje, desde la sumisión hasta su marcha de la cocina.
Enrique Centeno

viernes, 26 de junio de 2009

La ópera de tres centavos **

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Autor: Bertolt Brecht, Música Kurt Weil.
Intérpretes: Jerónimo Arenal, Manuel Asensio,

Aurora Casado, Joaquín Galán, Sonia Gómez,
Sario Téllez o Susana Fernández, Rebeca Torres.
Vestuario: Carmen de Giles.
Escenografía, adaptación y dirección:

Iniesta Ricardo.
Compañía Atalaya
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (14.2.2008)

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La compañía Atalaya, andaluza, cumple ahora sus veinticinco años. Los hemos visto en numerosas ocasiones en Madrid. La primera vez fue en el montaje de Así que pasen cinco años, de García Lorca, en 1986, magnífico. Lo conocimos en el Círculo de Bellas Artes. Este mismo teatro ha mostrado diversos títulos que conocemos, generalmente estupendos -es mejor olvidar algún palo-. Hoy aparece con el atrevimiento de La ópera de tres centavos, de Brecht. Es mucha tela para ellos.
Tanto el texto como la fundamental música de Kurt Weill, exigen muchos medios. Y un reparto de los actores-cantantes para las óperas de Brecht. Atalaya cuenta con el entusiasmo, con válidas escenografías que son, a pesar de ello muy insuficientes para transformar cada lugar. Les gusta el humor, mucho menos el sentido dramático. Es posible que les interese más esta obra en sus giras desde Sevilla. Los intérpretes dominan bien sus personajes –multiplicados- tal como se les ha pedido. Pero es natural que el conjunto no sea capaz de cantar con la calidad imprescindible. Es el esfuerzo lo que consigue los aplausos del público.
El divertido vestuario, los músicos de viejos instrumentos, y sus trajes populares, forman una especie de circo, de farsa continua que provoca las risas, con escaso sentido sobre la obra de Brecht: la vida de los poderosos, pistoleros negociantes o callejeros en sus miserias. Los dos protagonistas, en sus extremos sociales, son quienes consiguen mejor la calidad ante otros usos de voces poco suficientes.
Enrique Centeno
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Un único año pudo permanecer el nombrado Director General del INAEM (Instituto Nacional de Artes Escénicas y de Música), cuyo trabajo en este Ministerio de Cultura, se ignora qué realizó Juan Carlos Marset. Procedía del ayuntamiento de Sevilla. Se concedió entonces el Premio Nacional de Teatro a la sevillana compañía Atalaya.

jueves, 25 de junio de 2009

La famiglia dell'antiquario ***

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Autor: Carlo Goldoni.
Intérpretes: Virgilio Zertinitz, Piergiorgio Fasolo,
Anita Fartolucci, Gaia Apreaa, Aldo Ottobrino
Anunzia Greco, Enzo Turrin, Paolo Serra, Geovani Calvo,
Erros Pagni, Massimo Caglina.
Escenografía: Ezio Frigerio.
Vestuario: Franca Squarciapino.
Dirección: Lluís Pasqual,
Teatro: El Matadero, El Español.
(20.12.2007).
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Lluis Pasqual ha traído a España, desde Italia, La familia dellantiquario, la última obra de Carlo Goldoni que hemos visto en Madrid este año, en el que se celebra el tercer centenario de su nacimiento. Por fin, un montaje de aquel creador del siglo XVII, y del que aprendió entre nosotros Fernández de Moratín. El último fue un disparate -v. blog-, que soportamos, hace unos días, en el teatro La Abadía. Este director ha querido mostrar el talento del autor manteniendo su estilo, el texto de aquel teatro. Utiliza un telón pintado y un vestuario naturalista. Fue Goldoni el primer crítico que se atrevió a enfrentarse, con su nueva comedia, al abuso, la hipocresía y la mentira de la alta sociedad.
El dramaturgo retomó elementos de la comedia dell’arte, con los personajes llamados de nuevo Pantaleón, Colombina y Arlequín. Jugaban así, tal como nacieron: ante una manta y sobre unas tablas, que sin adorno ha preferido también Pasqual.
Una feliz representación donde las escenas van avanzando, poco a poco, desde su tiempo hasta el de hoy. Suavemente, despacio, los elementos escénicos –mobiliario, vestuario- van trasladándose en el calendario. El espectador apenas se va dando cuenta, atrapado en la permanente belleza; un juego que introduce al público en un sueño. Cuando nos damos cuenta, estamos ya en la sociedad actual. Todo ello se hace en un acto –como ordenó Goldoni-, un guiño de Lluis Pascual al propio autor, enamorando al público. La compañía italiana forma un reparto extraordinario, de modo que esta vez sí pudimos celebrar el tercero centenario.
Enrique Centeno

miércoles, 24 de junio de 2009

La dama del mar **

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Autora: Susan Sontag, basada en la obra de Henrik Ibsen.
Traducción de Marta Pessarrodona.
Intérpretes: Ángela Molina, Manuel de Blas,
Laura Grube, Carlota Gaviño, Agustín Sasián
Vestuario: Giorgio Armani
Dirección, diseño escenográfico y concepto de iluminación: Robert Wilson.
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A la escritora Susan Sontag (1933-2004) le fascinó Ibsen con su relato de La dama del mar. Es la historia de una mujer unida profundamente a las aguas. En ella conoce al amante marinero que después desaparece durante un largo tiempo. A su regreso, esta mujer, como una sirena, une su apasionada relación entre aquel hombre y las espumas del mar. Contándolo, con liberalísima versión, sorprendió Robert Wilson, como siempre, en su estreno de Madrid. Es una de esas cosas que hace el creador norteamericano, que siempre repetirá su personalidad y que todos esperan: por unos adorado y por otros incomprendido en escenas con los mismos recursos. El color, la iluminación, el contraluz, el espacio brillante y el silencio, acompañan al también arquitecto.
En este montaje, los personajes son puntos de geometría: la recta, el ángulo, el triángulo: con las tres formas organiza la acción, más que el texto, que siempre anula, aunque en este caso -no común-, les deja hablar algo. Sus frases son aquí expresiones de ritmos oscuros, fríos, graves y sonadas como voces del universo. Las miradas son expresiones, potentes entre visiones aéreas. Esta compañía hace una interpretación perfecta, como muñecos muy lentos y movimientos que recuerdan a los puppi o al teatro mecánico: más de motor que de varillas equiláteras o isósceles en las que va creando el ambiente o relación de los actores. Es difícil comprender cada momento, a veces atrapado más en la belleza plástica que en el argumento. Como siempre, es fundamental para Wilson la iluminación de contraluces, donde los personajes son sombras ante el panorama de cambios de color, en este caso el azul, que se justifica por el fondo del mar. Es su arte, su conocimiento que lo mismo le sirve para Heiner Müller, Georg Büchner o su curioso Don Juan que hizo en España.
Las miradas saltantes, las expresiones corporales y la potente voz del gigante actor Manuel de Blas ayuda fuertemente al Hartwig, ese personaje lleno de atractivo en su primer marinero y su regreso después de su largo viaje. Casi pienso que ninguna otra persona podría dar tanta fuerza. Con él, figura bella –incluso se ha encargado del vestuario el diseñador Giorgio Armani- la de Ángela Molina. Se ha visto el espectáculo con la admiración del comienzo, se espera algo más que la lentitud, y solo en una hora y cuarto se hace pesado y agotador este estreno.
Enrique Centeno

martes, 23 de junio de 2009

Incendies ****

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Autor y director: Wajdi Mouawad.
Intérpretes: Gérard Gagnon, Andrée

Lachapelle, Marie-Claude Langlois,
Isabelle Leblanc, Annick Bergeron,
Pankov Valeriy, Lahcen Razzougui,
Isabelle Toy, Richard Thériault.
Escenografía y vestuario: Isabelle Larivièr
Música: Michel F. Côté.
Teatro Español. (28.5.2008)

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El autor Wajdi Mouawad, libanés -reside en Canadá, con escritura en francés- transforma su fuerte poesía en profundos personajes con un procedimiento puramente teatral. Es un estilo que, inevitablemente, nos hace pensar en la tragedia griega: anda por ahí Sófocles. Son formidables los intérpretes, bellas voces y suaves acciones, bajo la propia dirección de Mouawad. Estremecimientos, sufrimientos ante la represión y la persecución de Líbano. Él mismo lo conoció con tan solo ocho años, trasladado por el exilio de su padre.
Apenas un panel geométrico con cuidadas luces cambiantes, con el vestuario clásico y actual, junto a la cultura de esta historia. Una familia, un país roto. La función mantiene la tragedia durante casi tres horas.
Relata este Incendies, la vida de una madre que inicia y lleva adelante un viaje de Ulises para encontrar a sus hijos. De esa búsqueda, van sucediendo nuevos acontecimientos. Un duro camino por los paisajes desde un país por el Mediterráneo, Egeo, hasta aquella Grecia. En las sucesivas escenas, pensaremos siempre en Líbano, por la nacionalidad del autor, y por la situación dolorosa que de esta nació. Quizá una excesiva duración, en la que Mouwad parece sediento, hambriento y apasionado, en su escritura tan limpia como contenida. Terrible tragedia que impresiona al espectador. La hemos visto en el Teatro Español.
Enrique Centeno

viernes, 19 de junio de 2009

Hedda Gabler *

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Autor: Hernrik Ibsen
Intérpretes: Ana Caleya, Rosa Savoini,
Lino Ferreira, José Luis Alcobendas,

Davis Llorente, Inma Nieto.
Escenografía: José Luis Raymond.
Vestuario: Ikerne Giménez.

Dramaturgia y dirección: Ernesto Caballero.
Producción: Galanthys Teatro.
Teatro: Círculo de Bellas Artes ( 6.7.2007
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Las acotaciones, o descripciones, son las lecturas con las que se inicia esta representación de Hedda Gabler, de Henrik Ibsen (1829-1906). Y, efectivamente, eso nos advierte de que lo contado no se podrá ver.
Estrenada en 1890, volvió el autor noruego a su realismo, a aquel nuevo teatro de duros golpes a las costumbres sociales, especialmente en defensa de la mujer. Causó escándalos, que ya había provocado anteriormente, con el más conocido portazo de una mujer, Nora, protagonista de Casa de muñecas.
Era la crítica de su mundo, y algunos montajes intentan ahora situarse en nuestros días. En esta ocasión, el espectador contempla un escenario blanco, un suelo de tarima, unas puertas ausentes y un espacio abierto, con el escaso mobiliario de sillas convencionales. En la representación que hemos visto, se pierde el testimonio de Ibsen para recordar aquel tiempo, pero que podemos trasladar nosotros mismos. El excelente escritor, Ernesto Caballero, la ha adaptado y dirigido entremezclando épocas, con un bonito vestuario que los personajes pasean por un espacio acrónico. Se minimiza el arrastre de Hedda hacia la tragedia. Este montaje parece un esquema sobre el texto. Se nos escapa la complejidad psicológica de una mujer cobarde, cruel y observadora de un mundo de falsedades. Lo interpreta una actriz a la que no entendemos, en su baja voz y cuyo texto se enfría hasta desaparecer. Todo el reparto –pelea dificilísima- se desconcierta en sus trajes de época, y sus ojos y cuerpos se mueven despistadamente. Como para pasar un examen de actores en esta escena vacía. (No relacionar con la escena vacía, de Peter Brook). Hay incluso pequeñas utilerías, como las pistolas de madera, evitando así las duras escenas de disparos o del suicidio. Espero que un día me lo explique el amigo Caballero. Es posible comprender la obra, pero no introducirse en su tensión.
Versiones de Ibsen en debilidad, originalidad o enterramiento. Es verdad que reconocemos a la víctima –Jorgen, el marido-, a quien le “levanta” la esposa Loborg -el antiguo amigo y amante-, y roba el trabajo de su marido. Es difícil poner en escena esta intensidad entre falsedades, violencias y disparos. No es suficiente, de ningún modo, que nos quieran contar el argumento en voces, cuyos personajes se escapan. En el estreno, se les respetó. Más bien un silencio.
Enrique Centeno

miércoles, 17 de junio de 2009

Hay que purgar a Totó *

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Autor: Georges Feydeau. Adaptación: Luis Blat.
Intérpretes: Nuria Espert, Jordi Bosch,

Gonzalo de Castro, Yomás Oozzi, Ana Frau,
Carmen Arévalo, Manuel Millán.
Escenografía y vestuario: Jean Pirre.
Dirección: Georges Lavaudant.

Teatro: Español (22.12.20
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Hacía mucho tiempo que no caían por nuestros escenarios los pasados éxitos del vodevil, un género creado por el francés Georges Feydeau (1862-1921), que enseguida llegó aquí, y a toda Europa. Siguen siendo útiles –incluyendo imitaciones- para lograr taquilla de ese público fácil. Sorprende que este juego entre matrimonios disparatados, engaños, malos entendidos y cuernos, llegue al teatro Español de Madrid. Más bien se montan estas obras para graciosos o atractivos actores -todavía- en giras veraniegas.
Lo dirige Georges Lavaudant, al que hemos visto en la temporada anterior con el excelente Play Strindberg de Friederich Dürren­matt, en el teatro de en La Abadía, nada menos que con José Luis Gómez y con la propia Nuria Espert, protagonista de este Hay que purgar a Totó. No se entiende porqué este buen director ponga en sus manos este texto. Pensamos que quizá fue la gamberrada de un juego, o el deseo de esta intensa actriz de aparecer, por primera vez, en una comedia. Tiene docenas de apasionantes títulos que han mostrado siempre un estilo y un fuerte ta­lento.
Pensemos que debió de ser una broma entre Lavaudant y ella. Y ambos cambiaron sus talentos para irse de diversión. El resultado es débil. El texto, del amargado Feydeau ante el injusto fracaso de entonces, es un baile casero con una escenografía del año del hambre. El montaje es muy pobre, acortado en un breve juguete, con esta gran Espert.
Nos reímos un rato durante la primera media hora. Después, una apatía, un aburrimiento en la acción y los diálogos. Esperábamos que volvieran a crecer, pero nada sucedió. La función -abreviada- tiene una duración de hora y cuarto. Francamente, nos quedamos fríos, desconcertados miramos el programa de mano y, en efecto, lo dirigía Lavaudant y lo protagonizaba Espert. Enrique Centeno

viernes, 12 de junio de 2009

Muerte de un viajante ****

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Autor: Arthur Miller. Traducción de Eduardo Mendoza.
Intérpretes: Jordi Boixaderas, Rosa Renom,
Pablo Derqui, Oriol Vila,
Guillem Motos, Camilo García, Anabel Moreno, Víctor Valverde,
María Cirici, Carles Cruces, Frank Capdet, Raquel Salvado.
Vestuario: Antonio Belart.
Escenografía: Miguel Ángel Coso y Juan Sanz.
Video: Álvaro Luna.
Iluminación: Carles Lucena.
Dirección: Mario Gas.
Teatro: Español (11.5.2009)
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Es la ciudad de la jungla para salvarse, avanzar y crecer unos animales contra otros. Correr, correr por el sueño norteamericano. No lo consigue Willy Loman, cansado en sus carreteras, agotado y fracasado a los sesenta años. Este personaje es el retrato de alguien ya ajeno al nuevo desarrollo del país. Sus últimos años, los cuenta Arthur Miller (1915-2005) en una escritura en la que mezcla la poesía y la dureza. El último suspiro bajo los gigantes edificios alrededor de su ya vieja casa.
Mario Gas siempre elige el reparto con buenísimos actores. Los dos hijos de este Willy viajante –el tema familiar le atrae a Miller, como en Panorama desde el puente- parecen unidos, desde las escenas en flashback. El mayor, Biff, lo hace formidablemente Pablo Derqui, duro personaje que perdió, por una asignatura, su título de estudiante, y que no es capaz (ni lo desea) de incorporarse a la transformación de los negocios. Su hermano, Happy, lo interpreta igualmente muy bien, Oriol Vila, al otro lado de la calle: atractivo, mujeriego y vacío, que decide volar hacia los pisos altos de los despachos. La obra va mostrando las dos aceras de las ciudades. El hundimiento de Willy se une a esa familia fracasada. “No soy nadie”. Su vecino, Charley, es un personaje creado con perfección por Camilo García, agradable y amigo, director de la empresa en la que trabaja su propio hijo, un muchacho aparentemente tímido e insignificante en el grupo del barrio. Lo hace, impecablemente, Frank Capdet, este Howard ahora triunfador, que corrige y critica al compañero Biff, ya perdedor.
Ben –voz y presencia de Víctor Valverde-, el desaparecido tío de Willy, es un elegante y acomodado fantasma que se le aparece y le va avisando de que debe marcharse, que “el barco está a punto de salir” para hacerse propietarios de el nuevo “continente” de Alaska. Un sueño pasado. Todos sabemos que Willy terminaría muerto en la carretera, en este final donde ni siquiera viajó hacia los clientes, desde su Nueva York hasta Massachusets, de allí a Vermont y New Hampshire. Una carretera de Norteamérica que ya no correspondía al vendedor. Prefirió matarse. Triunfó en su interior, porque tuvo que hacer “algo para terminar lo que empezó".
En su casa, junto a su mujer y los hijos –luchas finales-, había arreglado el tejado, el suelo, las paredes. El día de su muerte, había conseguido terminar la hipoteca. Desde el principio de la obra, hasta el cruel final, Miller no ha tenido piedad: el más fuerte ataque a la sociedad cuando estrenó Muerte de un viajante, en 1949. Lo hizo buscando el temor, la vergüenza y el dolor, hasta la última escena.
Y la última escena estremece al público. El llanto, la reflexión y el profundo dolor ante la tumba: es Linda. Toda su vida ayudando, apoyando, cuidando y esperando al desgraciado viajero. Le habla, le llora, le despide, le dice que ya ha cumplido la hipoteca. Es un adiós a quien consiguió “ser alguien”. Quien hace este personaje es Rosa Renom, una extraordinaria actriz que durante la función enamora en su resistencia, sus cuentas, su esperanza en su marido, en sus hijos y su capacidad para mantener la casa. Todos la conocemos perfectamente, alegre, triste o luchadora. Es una creación admirable.
En la hermosa escenografía se hace chocar el teatro realista, el de la vivienda que acoge a la familia Loman, encerrada entre pantallas, con grandes paisajes de edificios modernistas: el primero es el espacio de acción, pero el resto es la reflexión, la creación intelectual a la que, además, se añaden imágenes hiperrealistas y proyecciones que nos hacen ver los dos mundos de la familia Loman, creados por Alvaro Luna. Es un formidable enriquecimiento de este drama, cuya escenografía la realizan Ángel Coso y Juan Sanz, todos ellos comunes en los montajes de Mario Gas. Lo ilumina con imprescindible cooperación, Carles Lucena, y del adecuado vestuario se encarga Antonio Belart, ambos también frecuentes en las obras del director.
Gas ha montado una función perfecta, llena de vida. Se apoya en el conjunto de actores, a los que dirige cuidadosamente, organizando magistralmente el orden, los ritmos y las tensiones, con breves rupturas para dejar respirar. En el oscuro final se produjeron repetidos aplausos, bravos, e incluso el público en pie. Debió emocionarse la compañía en sus saludos. Tal vez le ocurrió lo mismo a los espectadores.
Enrique Centeno

miércoles, 10 de junio de 2009

Hamlet, por poner un ejemplo **

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Autor y director: Mariano Llorente
Intérpretes: Silvia García de Pe, Martín Scherman,
Gonzalo Martín, Jesús Hierónides, Salvador Sanz,.
Escenografía: Arturo Marín Burgs.
Vestuario: Juan Ortega.
Factoría Teatro.
Teatro: Galileo. Madrid. (13.5.2008)
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Menos mal. Estos personajes visten sus jugosos trajes de indefinida época, aunque sin abandonar la Dinamarca del Hamlet de Shakespeare, con un sillón real sobre alfombras y ante una cámara negra. De este Príncipe se han hecho numerosos montajes, y confesamos que ya nos cansan representaciones regulares, malas o torpes. Lo llaman “adaptaciones”, “versiones” e incluso cortes y resúmenes que apenas tienen sus Dramatis personae. Pero no tengan miedo. Aquí, en esta obra, titulada Hamlet, por poner un ejemplo, ya se anuncia que no se trata de este personaje de Shakespeare, sino, simplemente, de una coincidencia -buscada, naturalmente- con el nombre mítico. Es un nombre simpático. Se hace llamar a los actores Hamlet, Gertrudis, Ofelia y Claudio: es una invitación para reflexionar, burlarse, ideologizar; todo ello un disparate tan cómico como crítico.
Los diálogos provocan ya, desde el inicio, un lenguaje humorístico entre Hamlet y Gertrudis. Se repiten o multiplican las voces de agrias palabras. Es un estilo que el autor mantiene con riqueza. Lo anuncian, nada más empezar, las quejas de Hamlet: “Yo, madre, he hecho mis cálculos y no me salen las cuentas”, a lo que la madre responde: “Hijo, tienes una vida por delante”. Y se van entremezclando frases disparatadas, palabras sin orden, como aquel “no me salen los culos del culo, amapolas secas”. Una organización de crucigrama, que permite adivinar con entendimiento.
Estos intérpretes hacen un trabajo magnífico, muy brillante en sus bufonadas, en las locuras y las ideologías. Con tono antiteatral y sin construcción alguna; pero se aprecia que ellos mismos podrían ser los locos personajes. Muy avanzada la obra, sobre la visión política –escondida- se recurre a temas algo innecesarios, en los que no se aprovechan mejor los robos del original. La compañía pretende este extraño estilo que consigue no formar una comedia, un drama ni una tragedia. Con referencias de los muertos en nuestras guerras; las de Estados Unidos en tierras ajenas, desde Líbano a Irak o desde Vietnam. O el terrorismo religioso recordándonos el 11- M de 2004. Demasiada utilización.
Al terminar esta función, Teatro Factoría deberá coger los trastos, -cuidar algo más el vestuario- y continuar su ruta, su gira por todas las salas. Un montaje de ruptura que debería verse en todas partes.
Enrique Centeno

domingo, 7 de junio de 2009

La noche de la iguana ***

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Autor: Tennessee Williams. (Sin traducción ni adaptación)
Intérpretes: Ana Marzoa, Tomás Gayo, Pilar Velázquez,
Juan Antonio Quintana, Geli Albaladejo, Cecilia Sarli,
Alexander Samaniego, Carlos Velasco, Mundo Prieto.
Vestuario: Marka Chamorro.
Escenografía: Juan Carlos Savater.
Dirección: María Ruiz
Teatro: Reina Victoria. Madrid. (6.5.2009)
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Es este saurio iguana uno de los atrapados en ese lugar sin encontrar su escapada. Todo aquí está cautivo en un rincón perdido, en un viejo y sucio hotel diminuto. En la costa mexicana ha situado Tennessee Williams (1911-1983) a un grupo de norteamericanos; un trópico ardiente y lluvioso. El sudor, la quietud y el alcohol crean un ambiente sensual que percibimos apenas comienza la historia: un sacerdote –Lawrence, que hace Tomás Gayo- expulsado por su sexualidad –con adultas y muchachas-, y una mujer – Maxine, interpretada por Pilar Velázquez- húmeda, hermosa y abierta, dueña de las habitaciones y del mostrador del bar. Todo ocurrirá en las maderas del pórtico. La temperatura llega hasta el patio de butacas.
Veremos después la llegada de una singular pareja: una mujer madura, Hanna, que acompaña a su abuelo, Nonno, ya con noventa años. Sus intérpretes son Ana Marzoa y Juan Antonio Quintana. Luego hablaremos de los dos. Arruinados, ella intenta sobrevivir vendiendo sus dibujos que lleva en un cartapacio, claramente agarrada al abuelo. Es una solterona, sin amores de entonces ni de hoy, inocentemente frustrada. A quien ama de verdad es a este viejo poeta que anda buscando su inspiración y la memoria para lograr su último poema.
El sueño americano fue el drama y la tragedia de toda una generación teatral. Ante la imposibilidad del triunfo, Tennessee Williams lo representó en el aislamiento y el fracaso. Pintó esta jaula social en sus obras y trató de igual manera este encierro en diferentes clases sociales. Como aquel Tranvía llamado deseo (1944), en una miseria de la esperanza perdida, o El zoo de cristal (1945), en la imposibilidad sentimental, o la frustración del amor.
Hay también dos personajes casi innecesarios –una versión abreviada que se ignora quién lo ha hecho, al igual que su traductor-, el que hace la saltarina y chillona actriz Cecilia Sarli –aprende todavía- y el de la Señorita, que ha llegado como guía de turistas y que entra y sale, de vez en cuando, con mal genio, interpretada con gracia por Geli Albadalejo. Con fuerza, Tomás Gayo crea un personaje –el cura- que parte de un aparente vacío charlatán, rico de texto, y que deja ver, al final, su sensibilidad interna. Está estupenda, como siempre, la brillante y llena de vida, Pilar Vázquez, una dueña inteligente y sensual.
Y aquí llega Ana Marzoa, una de los grandes valores del teatro. (Es Premio Nacional de Teatro, e inolvidable su interpretación en la de Tennessee, Un tranvía llamado deseo). Atrapa a este complejo personaje, Hannah, desnuda ante el mundo, triste, dulce, que continúa su vida arrastrando a Nonno, cuyo cariño le sirve también para seguir caminando. En este lugar solitario vamos adivinado su carácter, su confesión de la debilidad interna. Lo conoceremos, definitivamente, en una conversación con Lawrence, en un largo texto, bellísimo, donde declara su desamor, su oculto miedo a los hombres tras dos antiguas experiencias leves pero ofensivas. Un trabajo que solo puede puede darle grandeza una gran actriz.
También está aquí Juan Antonio Quintana, un veterano actor que siempre cuida personajes de cualquier tipo. Sus voces, sus gestos, los rostros con nombre y apellido de cada personaje. Este Nonno –con su dramático final- consigue construir su último poema, un romance que su nieta va copiando mientras lo recita. Llega hasta el final de su camino, por el que ha mantenido siempre la honradez, la limpieza, en su silla de ruedas o con su digno bastón. De nuevo la ternura enamora al público.
La escenografía realista –de Juan Carlos Savater iluminada por Ion Anibal- es rica, muy útil. La puesta en escena la lleva adelante la excelente directora María Ruiz.
Enrique Centeno

martes, 2 de junio de 2009

Edipo Rey, Edipo en Colono, Antígona ***

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Autor: Sófocles. (Traducción al francés de Daniel
Loayza, pasada al español por Eduardo Mendoza).Intérpretes: Eusebio Poncela, Pedro Casablanc, Miguel Palenzuela,
Rosa Novell, Luis Hostalot, Laia Marull, Noelia Benítez, Fernando
Sansegundo, Críspulo Cabezas.
Escenografía y vestuario: Jean-Pierre Vergier.
Dirección: Georges Lavaudant.
Teatro : El Matadero. Madrid (28.5.2009)
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Esta trilogía se desarrolla en un espacio en cuyo centro se ha instalado una tarima que se utiliza, en ocasiones, para los actores. Pero, sobre todo, para proyectar en su pantalla –una sábana blanca que sube y baja- imágenes grabadas, fotografías o tomas de video con primeros planos de los personajes.
Unas sillas tapizadas y vacías se sitúan ante el supuesto ara donde se dirige al pueblo -ausente- el sagrado Sacerdote. Es el sermón donde se inicia la trilogía con Edipo Rey. En otra pantalla fija, en la esquina del fondo, vemos imágenes actuales: la guerra y sus cadáveres en calles centroeuropeas que representan el dolor de los enfrentamientos de Atenas y Tebas. Hay también, en un primer término lateral, un extraño instrumento parecido a un viejo proyector de cine. Nos hace pensar –no lo garantizo- en la Esfinge mítica del enigma. No se cita el famoso acertijo, “se mueve a cuatro patas por la mañana, camina erguido a mediodía y utiliza tres pies al atardecer”. Lo adivinó Edipo, y desaparecido el monstruo, alcanzó su gloria. Queríamos oírlo, pero no pudimos.
En todo momento escuchábamos al poeta Sófocles, maravillosamente traducido por Eduardo Mendoza, sobre la versión y traducción francesa del griego por Daniel Loayza. Dura la función menos de tres horas –sin descanso-, claramente insuficientes para las historias de la trilogía que se anunciaban: Edipo rey, Edipo Colono y Antígona. Es todo demasiado entremezclado, pero considera el director que los tres títulos se corten por aquí o por allá, que se adivinen las acciones y que desaparezca el Coro, su Deus ex machina: tal vez piensa que ya todo el mundo lo conoce. Pero la incomprensión desconcertaba a todos, aunque se escuchaba con placer. Hubo bastantes que se cansaron y abandonaron el teatro (otros se quejaron de que huyeran: ya sabemos que esa significación de rechazo es legal, aunque muchos desconocen y creen que es una falta de “educación”).
Es un magnífico reparto lo que salva este espectáculo. Obedecen las órdenes de permanecer con escasas expresiones corporales, aproximaciones, limitaciones con brazos caídos, pero son actores capaces de crear y mantener las tensiones. A Eusebio PoncelaEdipo- hacía mucho tiempo que no le veíamos en el teatro, y nos permite comprobar su talento y su capacidad para crear este personaje. De Miguel Palenzuela –en Tiresias- sí sabíamos que nos iba a hacer gozar, un veteranísimo actor que conoce muy bien el teatro clásico, con una voz rica y fuerte. También lo es Pedro Casablanc, que ha tenido estupendos directores, en un largo diálogo genial de Creonte con Edipo. La madre víctima , Yocasta, con la siempre admirable actriz Rosa Novell. El rey Teseo lo clava Fernando Sansegundo, también conocedor del clásico. Y sigue la lista: Laia Marull, en la ternura de Antígona –no olvidemos a esta catalana en su sentimental obra Nina, en el Teatro Español-; a quien acompaña con fijeza su hermana, Ismene, (Noelia Benítez). Siempre estupendo, Luis Hostalot , aquí Mensajero y, finalmente, Críspulo Cabezas en dos de sus personajes.
Este enorme reparto lucha con entusiasmo con un equipo de bomberos para apagar el incendio de la puesta en escena.
Enrique Centeno