domingo, 31 de octubre de 2010

Largo viaje hacia la noche ***

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Autor: Eugene O'Neill. Versión de Rigola.
Traducción de Ana Antón-Pacheco.
Intérpretes: Chete Lera, Mercè Aranega, Israel Elejalde,
Oriol Vila.
Escenografía: Max Glaenzel, Estel Cristià.
Vestuario: Berta Riera.
Dirección: Àlex Rigola.
Teatro: La Abadía. (7.3.2006)
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El viaje del nuevo teatro norteamericano, lo inició Eugene O’Neill (1888-1953) mostrando la oculta sociedad del verdadero fracaso del sueño familiar y que él, aventurero –también actor-, conocía bien en su propia vida, lo que le hizo reflexionar desde el hospital donde pagaba su tuberculosis. Escribió Largo viaje hacia la noche con su cercana autobiografía, después de haber obtenido el Premio Nobel (1936). Pintó un cuadro realista, y el drama sorprendió al público, nunca dispuesto a aceptar las verdades.
    La familia de Tyrone la forman el matrimonio y dos hijos. Aquel nido lo arrastra el tacaño padre frustrado. A Mary, la madre, temerosa y frágil, le será imposible deshabilitar su adicción a la morfina. James, el hijo mayor, dependiente y fracasado, se convertirá en un alcohólico amante de las prostitutas. El cuarteto de esta familia lo completa Edmundo, el más joven y débil, condenado por su incurable tuberculosis.
    El padre, que había sido un elevado actor, abandonó a sus personajes de Shakespeare, y ahora los recuerda, tras su cambio al mal teatro de mayores ganancias. Podemos escuchar aquellos versos que repite en sus voces y gestos: César, como el amor-ambición de su casa; Lear, el Tyrone rey de la vivienda-castillo con sus servidores, mujer e hijos; Otelo, el castigador; El Mercader de Venecia, obsesionado y usurero.
    Nos situamos en el domicilio, sin lujo, amarronado, alargado, con una formidable escenografía de Mak Glaenzel y Estel Cristià. Estantería de libros, una guitarra inútil y desordenados objetos que recuerdan una especie de cuadro cubista de Joan Gris. Esta noche llueve el alcohol, crecen los enfrentamientos, las verdades y realidades. En el exterior va cayendo, mientras tanto, un diluvio que los aísla: imposible agarrarse a los cariños internos y se ahogan. O’Neill –su biografía- los junta uno a uno, con las acusaciones y realidades. La vivienda gira, y aparece el salón cuyo fondo, a sus espaldas, es todo cristales de agua, como un tranvía que marca el Largo viaje hacia la noche.    
   Así contó el autor su propio drama, reducida esta versión a una duración de dos horas, y traducido -como casi siempre- su Long Day’s Journay into Night. Un texto tan rico, que toda la función mantiene la tensión, gracias a los cuatro intérpretes -y su director-. Así, los personajes son creaciones perfectas, difíciles, poco comunes en el teatro naturalista. Es una lección de ausencia de trucos, efectismo y falsedades, como la magistral conversión de Chete Lera en ese complejo padre Tyrone. Su esposa, Mary, la inteligente actriz Mercè Aranega, va mostrando sus dolores físicos, sus sufrida sumisión, como un fantasma víctima del dueño de la familia. Edmund, el menor, muestra su debilidad entre la inteligencia y la crítica oculta, y también lo hace perfectamente Oriol Vila. El hijo mayor, perdido en la sociedad, abandonándose, de pronto monta el levantamiento contra los abusos de su padre, es el actor Israel Elejalde quien hace que se comprenda su hundimiento.
    Con este formidable reparto puede bien Àlex Rigola mostrar, una vez más, su gran talento, como esperábamos ya al acudir al estreno.
Enrique Centeno

martes, 26 de octubre de 2010

El viaje del actor **

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Autor: Anton Chejov, en adaptaciones de Paco Plaza.
Intérpretes: Roberto Quintana, David Moreno,
Juan Carlos Castillejo, Ángela Cremonte.
Dirección: Paco Plaza.
Teatro: El Canal. (1.10.2010)
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Esta función de El viaje del actor, con la dramaturgia y dirección de Paco Plaza, es ciertamente agradable, y  no tiene un título justo. Se monta –como muchas más- con motivo del 150 aniversario de Anton Chéjov (1860-1904) y, en esta ocasión se denomina Homenaje.
    Se hilvanan tres piezas en un único espacio: el de un antiguo teatro, destartalado y empolvado, donde un viejo actor y director va rumiando entre torpes andares, quejándose de que ya no hay buenos actores. Quiere recuperar aquel tradicional estilo, con nostalgia, y critica duramente a los  intérpretes que se presentan en el escenario. Nuestro quejoso veterano, con sus regaños y voces, no consigue ocultar sus afectos, y entre enseñanzas les admite trabajar en su función. Igual que en el anterior teatro dentro del teatro, se representan las dos verdaderas piezas.
    Nos parece –y no lo garantizo- que la primera escena corresponde a uno de los relatos de Chéjov, en el que Plaza ha añadido bastantes textos propios. Este personaje, Vasil Vasiliebich, caracterizado, es una especie de daguerrotipo del propio Chéjov, entre la vejez y la renovación teatral. Incluso el encanto del protagonista llega a referirse a La gaviota y al Teatro del Arte, anunciadores del teatro comprometido. El viaje del actor es, en este sentido, un recuerdo de los antiguos estilos, frente al naturalismo ruso. A continuación se representan dos piezas del autor, tal vez marcando el avance del viejo, como director e intérprete. Si es esa la intención, tendríamos que imaginarlo nosotros, y lo más valioso es la magnífica interpretación de Roberto Quintana, intentando luchar, en esta primera parte, con una duración excesiva que llega al cansancio.
    Lo que veremos después serán dos de las más conocidas piezas de Chéjov. Se encarga también Quintana de El canto del cisne, con otro terminado actor, solitario, en ese escenario penumbroso donde recuerda y recita sus antiguos personajes. Le acompaña en algunos momentos el Apuntador –Juan Carlos Castillejo, perfecto-, y su fuerza poética surge entre sonrisas y ternuras. Tras la anterior, se representa ese divertido juguete de La petición de mano, con su humor sarcástico, contando las uniones, entre peleas y amores, de una pareja que desea el matrimonio. Lo hacen estupendamente David Moreno y Ángela Cremonte, ésta última en una escena formidable en la que consiguió la actriz integrarse en la compañía de aquel Vasil Vasilievich, que hará también de padre, igualmente interpretado por Quintana.
La dirección de Plaza es sencilla, digna y cuidadosa, mostrando su enamoramiento hacia Chéjov.
Enrique Centeno

jueves, 21 de octubre de 2010

El mal de la juventud ***

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Autor: Ferdinand Brukner.
Traduccón de Miguel Sáenz.
Intérpretes: Marta Aledo, Jesús Barranco, Irene Escolar,
Sandra Ferrus, Iván Hermes, Aitor Merino,
Amanda Recache.
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan.
Iluminación: Valentón Álvarez, Pedro Yagüe.
Dirección: Andrés Lima.
Teatro: La Abadía. (14.10.2010)
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En los extremos vacíos, se presentará una feliz escena con un luciente baile de charlestón. El director, Andrés Lima, hace que volvamos a los felices años veinte, en los que fue escrito El mal de la juventud, (1926), comenzando después la verdadera trama, oculta en un espacio cúbico y cerrado. Y se abrirán sus cortinas como en una caja china, donde ya podremos enlazar con el paso de los tiempos, desde la comedia hasta el drama, y que, inmediatamente, relacionamos con nuestros días. Lo aparecido es una especie de casa de muñecas –de huéspedes-, cuyas figuras va moviendo Ferdinand Bruckner (1891-1959), transformando la diversión, la ligereza, la fiesta, y entre un escondido humor de lo que va surgiendo progresivamente, el fracaso, el testimonio de una generación aburguesada, sin perspectivas, como un decorado sin ventanas. Y es que se acogen en el encierro centrándose en sí mismos; como un paraguas que les protege del chubasco, sin sentir que, tras la pasada Guerra Mundial –en Viena, así se nos indica-, iba creciendo el nuevo nacionalsocialismo hasta alcanzar la ascensión de Hitler.
Estos chicos y chicas, estudiantes de Medicina, se entrelazan con sentimientos de amor, frustraciones, homosexualidad y violencia. Una construcción maestra que exige tanto la perfección y el talento de Andrés Lima, como la magnífica interpretación. En esta puesta en escena se cuenta también con la formidable escenografía y el vestuario diseñados por Beatriz San Juan. Igualmente, la inteligencia de la iluminación de Valentín Álvarez y Pedro Yagüe, y toda la atmósfera del maquillaje y de los diversos y jugosos bailes de charlestón, coreografiados por Tony Escartín. Para su inteligente y sensible montaje, Lima dispone de un perfecto equipo.
Ya, en la primera acción, conocemos a las dos mujeres principales. La llamativa Desirée, que surge como una especie de poste vivo, exhibicionista, mala estudiante que intenta estudiar y vivir entre juegos heterosexuales, y que terminará con un final trágico; lo hace brillantemente la actriz Marta Aledo. Es Marie, su amiga más cercana, el contraste de la inocencia de sus sonrientes palabras que hace ganar su encanto y adivinar también su inteligencia, con la estupenda Sandra Ferrús. Y en este ambiente inicial, aparecerá Alt, un personaje muy diferente, risueño y cariñoso con todos, y que tras un golpe duro como médico, sorprenderá asomando como un travestí nocturno salido de su armario. Jesús Barranco consigue crearlo con tirones de cambio, ganando las dificultades con todo éxito. El retrato más brutal es Freder, el típico alumno de cada clase, que se come el mundo explotando su seducción y autismo, y que gozará con órdenes, maltratos y desprecios, llegando hasta la violación; le ha tocado al actor Iván Hermes, que lo hace fantástico. La sirvienta de los huéspedes es una bonita adolescente, obediente, y en sus entradas y salidas, entre cubos y tazas, vamos viendo su sumisión, padeciendo el continuo desprecio y aprovechamiento de Freder en escenas violentas, verdaderamente temblantes, de la que va saliendo la muchacha Lucy condenada, como se vio en la segunda parte, ya prostituta. Lo interpreta con talento la muy joven actriz Irene Escolar. Hay otros personajes, como el tímido y simplista Petrell –Aitor Merino- y su pretendida Irene –Amanda Ricacha-. Insistimos en que todo el reparto es formidable.
En la segunda parte –el original cuenta con tres actos- , pasados unos años, Bruckner enseña el resultado de El mal de la juventud –“la enfermedad”-, descubriendo una conclusión estremecedora. Duele mucho más  si pensamos en el paralelismo con nuestra situación. Del mismo modo, vimos que se mantenía este testimonio hace más de veinte años, cuando lo estrenó el director Antonio Malonda. Esta función termina en una mesa de dos vencidos. Se hará el final con el silencio, fundiéndose la luces con el fuerte sonido de la canción de David Bowie Rock ´n´ Roll Suicide: “Es demasiado viejo para perder, demasiado joven para elegir”.
Enrique Centeno

domingo, 17 de octubre de 2010

La torna de La Torna ***

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Dramaturgia y dirección: Albert Boadella.
Intérpretes: Elies Barberà, Jaume Bernet,
Marta Fernández, Josuè Guasch, Marta López,
Guillem Motos, Lluís Olivé, Pau Sastre, Javier Villena.
Espacio escénico: Albert Boadella.
Dirección: Albert Boadella, Lluís Elias (Els Joglars).
Teatro: Bellas Artes. (18.4.2006)
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Fue aquella historia del viejo teatro de la resistencia, la lucha de los cómicos en los escenarios, barricadas en las tablas frente a la persecución, la censura, la suspensión, la detención, y hasta la condenación. Numerosas compañías independientes, unas cuarenta, se unieron y acordaron fórmulas y sistemas de funcionamiento. Destacó pronto Els Joglars –unido, aunque con escasa intervención-, junto a Tábano. Nació de Albert Boadella como un grupo de mimos, y fueron añadiendo a sus gestos, la palabra y el texto. Y su oposición social fue desarrollándose hasta este espectáculo de La torna, en 1974.
    Con esta obra se intentaba, como en todas, burlar y huir de la perseguidora censura. Esta vez no fue posible, y la compañía resultó prohibida, detenida y acusada: fue el coste de la libertad, su visión de aquel mundo represivo y asesino. En este caso, a un desconocido delincuente, Heinz Chez, se le condenó a muerte dándole la mayor publicidad frente a la discreción de quien sería ejecutado a la vez, el anarquista Puig Antich: La función de La torna –en catalán se refiere a un trozo que se añade a la báscula para ajustar el precio- se representaba en ese estilo de cómicos dell’ arte, para mostrar a la guardia civil, a los militares fiscales y a los matadores del garrote vil.
    El teatro y muchos otros artistas, se pusieron en marcha en la defensa de Els Joglars. Aquí, en Madrid, se llegó a la huelga y se organizó un Festival por la Libertad, con aquella pegatina, creada en Barcelona, de la famosa máscara con la boca tachada y el lema de Llibertat d’expressió. Se llenó la Plaza de Toros de Vistalegre, donde intervinieron numerosos cantantes, desde el catalán Lluis Llach hasta el extremeño Luis Pastor. Fue La torna una manifestación por la represión cultural. Así lo valora Boadella, huido entonces, escapado con un disfraz de la Clínica Militar, y que ahora se recuerda con La torna de la torna. (No fue la única acción de rebelión cultural por el teatro, también la toma del Paseo de la Castellana –en Madrid, a la altura del Ministerio de Cultura-, donde formaron una manifestación con la caravana de numerosas furgonetas de las compañías del Teatro Independiente).
    Tal vez, esperábamos aquí que en este montaje se añadieran actualidades, con la torna o con los trueques políticos. Puede también que, tras 28 años, la puesta en escena se quede en su antigüedad genial; en todo caso, está perfectamente realizada e interpretada, tanto por algunos de los tradicionales y magníficos actores, como por los nuevos jóvenes. El recuerdo de nuestras escenas son páginas ya imposibles de destruir.
Enrique Centeno

La verdad de las mentiras ***

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Textos: Francisco Ayala, William Faulkner, Juan Rulfo,
Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges.
Con resúmenes de Vargas Llosa.

Intérrpretes: Mario Vargas Llosa, Aitana Sánchez-Gijón.
Dirección: Joan Ollé.
Teatro: Español. (3.2.2006)
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Mario Vargas Llosa es aquí únicamente el lector, en compañía de la actriz Aitana Sánchez-Gijón, con las tramas de su La verdad de las mentiras, sobre las páginas que ha seleccionado y que vuelan hacia el espectador. Va presentando a sus autores y los títulos elegidos, recitándolos –cinco en total- y emocionando. Explica los argumentos de Diálogo entre el amor y un viejo, de Ayala; A Rose for Emily, de Faulkner; ¡Diles que no me maten!, de Rulfo, El infierno tan temido, de Onetti, El Aleph, de Borges, y va reservando sus finales a los ya seducidos espectadores.
    Ha amado siempre el teatro, y pocas veces se le representa en nuestros escenarios. (Lo que sí recordamos es la versión que se hizo, en Madrid, de la novela Pantaleón y las visitadoras, con resultado espantoso, lo que no nos sorprendió al firmarlo Alfonso Ussía, uno de los señoritos escritores más reaccionarios). A Vargas Llosa le escuchamos aquí sus resúmenes y episodios en unas dulces lecturas, con voces graves y suaves, alternativamente junto a Aitana Sánchez-Gijón, disfrutando y degustando nuestro propio idioma. Encuentros con las fantasías, como si él fuese un cuentacuentos en los pórticos de cada relato. Las joyas van lanzándose hacia las butacas, y el escenario toma el poder de una representación teatral. El espacio lo ocupan, simplemente, en los dos sillones donde el peruano y el castellano van formando una especie de dúo musical de ritmos y sonidos que se encuentran en sus historias. El escritor y la actriz consiguen un espectáculo singular, un regalo a la sensibilidad.
Enrique Centeno
 

miércoles, 13 de octubre de 2010

El alcalde de Zalamea *

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Autor: Calderón de la Barca.
Adaptación y dirección: Eduardo Vasco.
Intérpretes: David Lorente, Ernesto Arias, Miguel Cubero, Peoa Pedroche,
Pedro Almagro, Joaquín Notario, Alejandro Saa, David Boceta, Eva Rufo,
Isabel Rodes, José Luis Santos, Alberto Gómez, Jose Juan Rodríguez,
Eduardo Aguirre de Cárcer, Alba Fresno.
Escenografía: Carolina González.
Iluminación: Ángel Camacho.
Selección de vestuario: Lorenzo Caprile.
Teatro: Pavón (CNTC). (6.10.2010)
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Pasa de nuevo a la programación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), El alcalde de Zalamea. La ha montado ahora, y adaptado, Eduardo Vasco. “Mirad que echado en el suelo/ mi honor a voces os pido”, son dos de los versos en los que el alcalde, Pedro Crespo, ruega pagar la violación.
    Para este drama, el más conocido de Calderón junto a La vida es sueño, la CNTC invitó a José Luis Alonso (1924-1990), uno de los más grandes directores, que creó un montaje impresionante en 1988 -con la versión de poeta Francisco Brines- en el teatro de La Comedia (su escenario habitual, hasta ser trasladado al modesto e insuficiente Pavón. Se dieron como razones la necesidad de reforma, y no ha vuelto a funcionar, desde hace diez años, ante la lista de inútiles directores del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música hasta el día de hoy). Siguió la fatal puesta en escena de Sergi Belbel en 2001, y que preferimos no recordar.
   A este Alcalde, el excelente actor Joaquín Notario lo ha convertido, o así lo ha mandado el director, en un personaje ingenuo, gracioso, bien lejos de su carácter y disimuladamente rígido, que utilizará para la ironía llegando a oponerse al poder. Muestra aquí un leve instinto de conocimientos e inteligencia, pero, en todo caso, durante gran parte de la obra se une a una especie de fingidor que domina los recursos de la comicidad. Si no fuese por la versificación de Calderón, aparecería en las escenas como un aparente tonto sonriente, chistoso al estilo de un Paco Martínez Soria. Nada que ver con aquel Crespo tan amante como ordenante, soberbio y justiciero. Y junto a ello, sus ironías y respuestas hábiles, como en las escenas con el recién llegado noble y general, don Lope de Figueroa -lo hace el también estupendo actor José Luis Santos, aquí escaso y perdido por el espacio, como casi todos-, en un genial diálogo entre la sonrisa y la exigencia en la que Calderón muestra, como nunca, su encaje de bolillos en diálogos rápidos hasta pronunciar Crespo el tan conocido verso “Al Rey la hacienda y la vida…”
   Todo en una inexistencia escénica, con una cámara negra y un par de pequeños paneles que suben o bajan. La ausencia de elementos impide las acciones, incluso hasta no poder servirse la mesa en el almuerzo ofrecido al noble General, contento solo con un sencillo banco casero. Es el estilo de Vasco, que no pasa más allá de los propios actores. 
    Los destacados intérpretes (casi todo el reparto es ya habitual en diversas obras de la CNTC), obtienen diferentes resultados, dependiendo de las posibilidades en los propios montajes. Al engreído y cínico Capitán, Ernesto Arias le llega a convertir en un débil militar ansioso por poseer a la atractiva hija –Isabel-, tanto que hasta utiliza una cursi flor en la mano y otra en el corazón, hincándose de rodillas para intenta seducirla. Es una de las muchas escenas ridículamente montadas. Con ella se iniciará el drama de esta historia, tras ser raptada, arrastrada, violada y abandonada en los montes. Intentará regresar a la villa entre llantos de dolor, humillación y vergüenza por haber perdido aquel nombrado honor. Ni en esa escena difícil, ni en el encuentro con el padre, tampoco el director consigue el alcance de la fuerza dramática, a pesar de que la actriz, Eva Rufo, ha demostrado ya su talento, como en la dama de Las bizarrías de Belisa, precisamente una comedia de Lope donde el mismo director sí pudo triunfar.
     El personaje de La Chispa –Pepa Pedroche, también veterana-, alegrosa, acompaña al ejército con su vestuario masculino y bélico, cantando, animando a los soldados entre farsas y diversiones. Es divertida, ligera, ocultamente embarazada y muy cerca del soldado gracioso, Rebodello -que clava David Lorente-. De pronto se encara en una actuación provocativa ante los soldados y frente al público, exhibiendo su atractivo envuelto en sus melenas rubias, como una llamativa artista de cabaret.
    La venganza de Crespo condenando al garrote, asido a su vara de Alcalde, fue respetada por el Rey. Así volvió el hijo al alistamiento militar -Juan, que lo hace David Boceta- y enviada Isabel directamente al convento. Así se sintió feliz este padre, que además recibe del monarca el título de Alcalde Permanente. Claro que este Felipe II –Alberto Gómez- escucha y atiende en el centro del escenario, sin tener dónde sentarse o descansar: entró y luego se marchó como un fantasma negro.
Enrique Centeno

domingo, 10 de octubre de 2010

Hamlet **

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Autor: William Shakespeare.
Versión y dirección: Lluís Pasqual.
Intérpretes: Eduard Fernández, Marisa Paredes, Helio Pedregal, Aitor
Mazo, Jesús Castejón, Rebeca Valls, David Pinillo, Iván Hermes,
David Pinilla, Javier Ruiz de Alegría, Albero Berzal, Josefa Apaolaza,
Lander Iglesias, Antonio Rupérez, Alberto Iglesias, Pablo Viar, Luis Rallo,
Jorge Santos.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Isidre Pruné, César Olivar.
Teatro: Español. (2.6.2006)
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"La tragedia de Hamlet, siendo uno de los títulos más conocidos de Shakespeare, se representa muy poco en los escenarios españoles. Que recordemos, lo hizo Adolfo Marsillach hace cerca de cuarenta años –pateado la noche del estreno- y, mucho después, en 1989, con José Luis Gómez como protagonista, el Centro Dramático Nacional. Los dos montajes suscitaron la polémica, el primero por su intérprete y el segundo por la versión de Vicente Molina Foix. Y es que Hamlet es mucho Hamlet, y da miedo. Éste de ahora no será capaz de suscitar la polémica, quizá tampoco el interés y, nos tememos que ni siquiera pasará al recuerdo”. Así lo comentamos en el estreno de otro Hamlet en el teatro de La Comedia, del que afirmamos en su título: “Un Hamlet para el olvido” (2000, dirigida Lluís Homar). Y otra vez volvió un pobre Shakespeare intentando representar a Hamlet en el año 2004, dirigido por Eduardo Vasco en el teatro La Abadía.
    Ahora se suma este montaje de Lluís Pasqual, con su elegido vestuario contemporáneo y con algún elemento intemporal de su puesta en escena de Julio César (1988). Con lo que Marsillach fue muy discutido en su interpretación y pateado la noche del estreno. (Ya no existe el pateo: se hacen las crudas críticas en voz baja al abandonarse la sala y se llega a gritar bravos mezclados igual con silbidos que con voceos, algunos piensan que significa lo mismo).
    Con los textos del original, se crea un personaje curioso: un histérico enloquecido dando vueltas en su locura física. Y van surgiendo de su pobre voz los grititos entre saltos y gestos de cabeceo, apoyándose el pretendido actor en sus brazos agitados, encogidos y sus manos sólo movidas con el dedo índice, como tópico recurso.
    La modesta escenografía, así como el vestuario y el atrezo, se ambientan en la actualidad, con policía de metralletas y pistolas, recurriendo a las espadas en la lucha final, aunque con forma de esgrima deportiva. No recordamos que en esta adaptación, reducida, oyéramos a Hamlet, en la escena con los cómicos a quienes da sus consejos: “Ellos son el compendio y breve crónica de los tiempos” (Act.II, Esc. II). Como en muchos montajes, se confiesa y se muestra que cualquier tiempo es ya inútil y es necesario deshacerlo y negarlo para que se parezca mejor a la crónica de hoy, y así no parecer una antigüedad como lo hizo el vate con este Príncipe de Dinamarca (algunas expresiones o fonéticas –como sacar el acento vasco al sepulturero- ayudan a no pensar en la historia). Ni siquiera en la más famosa y esperada escena.
Enrique Centeno





sábado, 9 de octubre de 2010

La tempestad **

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Autor: William Shakespeare.

Traducción: Patricia Zángaro.
Versión y dirección: Lluís Pasqual.
Intérpretes: Francesc Orella, Helio Pedregal, Iván Hermes,
Lander Iglesias, Joseba Apaolaza, Antonio Ruperez, Rebeca Valls,
Alberto Berzal, Pablo Viar, Javier Ruiz, Aitor Mazo, Jorge Santos,
Jesús Castejón, Eduardo Fernández, David Pinilla, Pablo Viar,
Alberto Iglesias, Luis Rallo, Anna Lizaran.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Isidre Prunés, César Olivar.
Teatro: Español. (3.6.2006)
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En una programación alternativa, el director Lluís Pasqual ofrece La tempestad y Hamlet representadas ambas los sábados. El hecho nos sorprende, pensando en aquel viejo y sacrificado teatro de giras, aquel que no llevaba ni decorados, sino apenas telones pintados. Recordamos ahora –sin relación directa- tres obras de Las comedias bárbaras presentadas en el Centro Dramático Nacional (teatro María Guerrero, 1991) por José Carlos Plaza, los sábados -nueve horas, todo el conjunto-. Apuestas y riesgos ya olvidados; Adolfo Marsillach lo hizo en la Compañía del Clásico ofreciendo dos títulos diferentes, eso sí, cada dos semanas.
    Quizá, en esta compañía esto pueda explicar una cierta similitud de los elementos escenográficos –lo resuelve el mismo Paco Azorín- en el que Pasqual dirige un reparto estupendo en La tempestad, como ocurre igualmente en su Hamlet, con buenos actores tanto los protagonistas como los secundarios, compensando en general la insuficiente creación, tanto en Próspero (por qué callar tanto), como de Eduard Fernández en Hamlet y Francesc Orella en La tempestad.
Los numerosos espectadores hicieron pellas en el estreno tras haber visto el día antes a la compañía. Mejor hubiera sido ir primero a La tempestad, aun con el mal gusto de la isla fantástica de Shakespeare montada con palés. Aunque por la vivencia de los personajes, el espectáculo se sigue con placer pero sin brillantez.
Enrique Centeno

La retirada de Moscú **

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Autor: William Nicholson.
Versión de Nacho Artime.
Intérpretes:  Gerardo Malla, Kiti Mánver,
Toni Cantó.
Escenografía: Daniel Blanco.
Dirección: Luis Olmos.
Teatro: Centro Cultural de La Villa. (15.9.2005)
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En su dramática La retirada de Moscú, el autor británico William Nicholson nos comunica, en el mismo programa de mano, que quiso basarla en su propia vida, una historia sentimental con cierto humor sobre la separación de sus padres. El tema no carece de escenas bien escritas y brillantes, dirigidas por Luis Olmos, y lo hacen crecer sus magníficos actores, los siempre bien admirados Gerardo Malla y Kiti Mánver, con la corrección de Toni Cantó. Más valioso por el interminable texto, que por su relato que no nos interesa demasiado, y que va agotándose a medida que pasan los minutos fatigosos.
    En su teatral biografía, Nicholson detalla cómo su padre se ausentó ante la ruptura con su madre, una decisión que causó la destrucción familiar de aquel profesor de colegio que llevaba su vida sin encontrarse con ellos. El hijo, ya mayor, reflexiona sobre su abandono y su soledad.
    Esta obra inglesa, que al parecer obtuvo el éxito en Londres, muestra, una vez más, el desamparo de nuestros autores, despreciados por los productores, que prefieren comprar los derechos de los éxitos de otros paises.
Enrique Centeno