jueves, 30 de diciembre de 2010

Que nos quiten lo bailao *

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Autora: Laila Ripoll.
Idea original y dirección: Gonzalo Martín Scherman.
Intérpretes: Silvia García de Pé, Ana García Cerdeiriña,
Salva Sanz, José María Ciria.
Coreografía: Arnold Taraborrelli.
Escenografía: Arturo Martín Burgos.
Sala: Cuarta Pared. (5.1.2006)
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Estos personajes se unen en varias escenas con frases sueltas y con la vital coreografía de Arnold Taraborrelli. En realidad, los cuatro intérpretes se dedican, durante casi dos horas, a la clásica soledad con sus pobres monólogos. Los diversos textos juegan entre el humor y las pretendidas dificultades sobre su monotonía. La representación es como imaginarse una caja donde se crían diferentes setas entremezcladas en un guiso estropeado al que se añaden los textos sin poder arreglarlo.
    Parece que el tema -que no comprendemos para qué sirve o en qué consiste- le fue encargado a Laila Ripoll, que lo ha escrito en su estilo personal: frases, ocurrencias, dichos sueltos, versos en prosa, recursos ya escuchados en burlas utilizando las viejas canciones. En el fondo está además la facilidad de mantener al público en lo que cada día hace y aprueba. Es posible que se pretenda una crítica, pero el resultado es el enamoramiento de la estupidez y su aprobada identificación. La creación, la búsqueda, la doble vida de los personajes, la sociedad de alrededor, son con frecuencia aceptadas en la escritura que fascina, precisamente porque hacen lo esperado y no lo sorprendente; ni siquiera provocando la huida de esa diaria realidad.
    Estos poemas en prosa, esta ausencia de personajes, esta presciencia de lo que debe buscar el teatro, a nosotros nos deja vacíos e incluso rechazamos un resultado tan conservador.
Enrique Centeno

Sainetes ***

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Autor: Ramón de la Cruz.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Intérpretes: Cecilia Solaguren, Carlos Talavera, Natalia Hernández,
Rosa Savoini, Victoria Teijeiro, Ivana Heredia, Iñaki Rikaste, Carles
Moreu, Mª Jesús Llorente, Carmen Gutiérrez, Jorge Martín, David
Lorente, Susana Hernández, José Luis Alcobendas, José Luis Patiño,
Eduardo Mayo.
Música: Alicia Lázaro.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Vestuario: Javier Artiñano.
Escenografía: José Luis Raymond.
Teatro: Pavón (CNTC). (25.4.2006)
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Hace mucho tiempo que la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) no era capaz de sorprender ni de entusiasmar. Queríamos, simplemente, que mostraran a nuestros autores reconociéndolos. Porque siempre vienen sembrando el desinterés: da igual Calderón, Lope, Rojas, Zorrilla, Guillén, o hasta el sufrido Cervantes; por citar ejemplos. Son los inválidos que impiden conocer, examinar y juzgar aquellas épocas. No se nos quiere mostrar el barroquismo en sus ambientes o vestuarios, sin estética e incluso con ropas de Zara o de Adolfo Domínguez. A muchas representaciones acuden casi exclusivamente profesores con sus alumnos del instituto, y luego llegan al aula y tienen que volver a explicar la cultura de nuestros clásicos.
    Bienvenido sea don Ramón de la Cruz, aunque no pertenezca al Siglo de Oro (Madrid, 1731-1794): hace algún tiempo la CNTC ya montó algún título del XVIII. Podemos conocer así sus Sainetes, juegos breves, a veces de humor y en otros casos semidramáticos surgidos de sus propia observación. Confieso que desconozco cuántos años hace que no se han puesto en escena. Se hacen con frecuencia los breves entremeses –Cervantes, Calderón o los Pasos de Lope de Rueda-, pero los sainetes se conocen más a través de sus lecturas.
    Ernesto Caballero ha enlazado cuatro de las piezas, creando una supuesta compañía de cómicos que, entre sus ensayos generales, intercambian ocurrencias y bromas con versos muy bien imitados a los de Ramón de la Cruz. La primera es La ridícula embarazada, burla crítica en un estilo similar al de Goldoni - muy amado por este director-, y al del propio Molière en Las preciosas ridículas. Estampas ricas que contemplamos sobre una formidable escenografía de Raymond y el precioso vestuario de Artiñano.
Se continúa con El almacén de novias y La república de las mujeres, de nuevo en su estilo popular y con la lealtad crítica a sus paisanos. Para el cierre, se ha elegido la más prestigiosa, Manolo, que el autor calificó como Tragedia para reír y sainete para llorar, situándolo en el madrileño barrio de Lavapiés. Lo buscó así Caballero, para hacer una especie del esperpento de Valle-Inclán y del Teatro furioso de Francisco Nieva. En este caso, tanto la interpretación como el singular decorado –entre el realismo, desde la boca del túnel a la taberna de un aguafuerte goyesco-, crean una transformación completa de los anteriores sainetes, siempre con el obedecido texto.
    El espectáculo cuenta con un reparto brillante –no se puede resistir, al menos, citar a David Lorente-, poco abundante en los repartos anteriores. Lo consiguen a pesar de las eternas dificultades del verso, que les lleva a la torpeza, perdidos en los diálogos, según les ha marcado el “asesor de versos”. Hay algunas incorrecciones en los textos femeninos con las que deben luchar las actrices, así como en los momentos cantados: hacen también coplas, típicas o populares, bajo la agradable música del cuarteto clásico,con arreglos muy libres de Alicia Lázaro. Ellas se esfuerzan con locura para sus tonos altos, sus ritmos, y hasta con la calidad de una soprano.
   Ya se indicó que el espectáculo es de una altísima calidad, uno de los mejores montajes de la CNTC.
Enrique Centeno

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La máquina de abrazar **

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Autor: José Sanchis Sinisterra.
Intérpretes: María Pastor, Elia Muñoz.
Iluminación: Pablo Joenicke.
Audiovisual: David Benito.
Espacio escénico y dirección: Juan Pastor.
Teatro: Guindalera. (12.2010)
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El programa de mano informa que La máquina de abrazar es un término que creó Temple Grandin, doctora especializada en el autismo. También cita un relato del neurólogo escritor Oliver Sacks. No conocemos que un personaje autista haya sido, en nuestro teatro,  el tema central. Sí los recordamos muy bien en las dos famosas películas, Forest Gump (Tom Hanks) y Rain Man (Dustin Hoffman).
    A José Sanchis Sinisterra, el autor más presente en nuestras escenas, le ha interesado tanto, que en el texto muestra su acercamiento al autismo. No es un argumento ambicioso, sino la explicación o comunicación del mundo interno de estos enfermos. Finge hacernos asistir a un congreso internacional donde dicta su ponencia la doctora Miriam. La estupenda actriz, Elia Muñoz, aguanta en solitario una conferencia larguísima –larguísima en el inicio, casi de un cuarto de hora-, donde aprenderemos muchas cosas y nos quedaremos sin entender gran parte de sus argumentos en lenguaje científico plagado de términos desconocidos. Tanta ciencia médica nos cansa en nuestra ignorancia, esta lección que nos obliga a intentar traducir el diccionario de cultismos. Una ristra de términos de la psicología, psiquiatría o neurología en formaciones sintácticas casi de exhibición gramática. Le ha gustado a Sinisterra manifestar o haber aprendido esta ciencia. Hace la actriz un increíble esfuerzo intentando encontrar -con el director Juan Pastor- ritmos y velocidades para poder abreviar los discursos hasta conseguir el éxito en los diálogos posteriores de esta función, que dura algo más de una hora.
    La investigadora basa su ponencia en el trabajo analítico sobre una joven autista a quien mostrará a los asistentes –señala frecuentemente a los espectadores, como supuestos congresistas que somos-, con la que trabaja y a quien examina. Mal gusto este escaparate que le ha recordado al autor, probablemente, el humillante Informe para una academia, de Kafka. Un microscopio público que, con cierta morbosidad, todos estamos deseando conocer. Y por fin entra Iris. Se llama así, como una mirada multicolor o como el fondo de sus ojos.

Viene como surgida de una planta -allí presente- con un libre y sencillo vestuario dominado por el verde del que procede. Su rostro es la ausencia del alrededor,  soñandor, reconociendo o volando hacia otro mundo. Produce amor, casi envidia. Camina extendiendo su brazo hacia arriba, su mano busca y quiere tomar lo que no sabemos; lo que ella sí sabe. La doctora habla y pregunta cosas que nos importan muy poco. Iris se enfada, a veces con una tensión nerviosa cercana a la esquizofrenia. Es la frustración de no ser comprendida desde su viaje interno. ¿Dónde está Iris en su lejanía? No conocemos su mundo, y aquí le atrae continuamente el verde de las plantas. Es imposible averiguarlo. (Sí se conoce la atracción entre los autistas y los animales, especialmente los caballos). La interpretación de María Pastor es extraordinaria, enamora en su ausencia. Pasea y acaricia la frescura del verde con su propia juventud. Es ella lo que verdaderamente salva al autor de estra floja obra.
Enrique Centeno

viernes, 17 de diciembre de 2010

Prometeo **

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Autores: Esquilo/Heiner Müller.
Traducción: Adan Kovacsics.
Dramaturgia de Pablo Ley y Carme Portaceli.
Intérpretes: David Bagés, Lluïsa Castell, Carme Elías,
Gabriela Flores, Pepa López, Albert Pérez.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Antoni Belart.
Iluminación: Maria Domènech.
Música: Dani Nel.Io.
Dirección: Carme Portaceli.
Teatro: Valle-Inclán (CDN). (10.12.2010)
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Siempre le interesaron a Heiner Müller (1929-1995) las versiones o adaptaciones del teatro griego (Ayax, de Sófocles o Medea, de Eurípides), y ésta que ahora vemos corresponde a Prometeo encadenado -título completo, tradicionalmente atribuido a Esquilo-, en la que mantiene casi literalmente el texto original, con algunos ligeros cambios en la distribución de versos. Al mítico Prometeo, el autor germánico lo acerca durante complejas y sufridas rupturas a la RDA.
    Se traslada aquí al  desdichado encadenado que se transforma en una mujer -formidable interpretación de Carme Elias- y no será arrojado a una  escarpada roca donde aquel  águila le desgarraría  sus hígados, cada día renacidos, sino encarcelado en una torre metálica. El dios Zeus surgió desde el caos (“Al confín de la tierra hemos llegado”), y se inicia así la historia con un primer poema trágico, riquísimo, que genialmente recita Gabriela Flores. Prometeo será el único hijo que quiso amar a los humanos entregándoles el tesoro del fuego. Müller lo llevará a las rejas, refiriéndose sin duda a la dictadura comunista antes de la caída del muro de Berlín.
    Aquí tenemos otra vez la creación de Müller, a quien se le considera, y nunca lo entendere- mos, here- dero de su compatrio- ta Brecht. El apasio- nante  tea- tro iniciado en nuestra cultura creó con sus poemas, o se contaron, los dramas de la mitologías. Espectáculos  -deus ex maquina-  que los poderes religiosos contemplaban desde arriba; del coro a los personajes o de la orquesta al foro, las luchas  poéticas arrastraban a la multitud con escenas de escasos diálogos. Müller lo continúa, y ha sido también  imitado por autores alejados de la actual literatura dramática. Estos procedimientos hacen que los personajes actúen en la vertical, frente al teatro de Brecht.
    Hay una fuerte interpretación, exhibiciones escénicas, iluminaciones efectistas. Y lo va conduciendo la admirada directora Carme Portaceli, que aquí más bien se ocupa de la coreografía. Claro que no puede evitar que el público se canse.
Enrique Centeno

sábado, 11 de diciembre de 2010

Beaumarchais **


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Autor: Sacha Guitry.
Traducción: Mauro Armiño
Josep-Maria Flotats, María Adanes, Jonás Alonso, Javier Ambross, Mario Angulo,
Raúl Arévalo, Ramón Barea, Boj Calvo, Esperanza Candela, Pedro Casablanc,
Richard Collins-Moore, Carmen Conesa, Álvaro de Juan, Francisco Dávila, Miranda Gas,
José Gómez, Maite González, Ana Goya, Manuel Gutiérrez-Cuevas, Olmo Hidalgo,
Lander Iglesias, Geraldine Leloutre, Crismar López, Borja Luna, Eduardo MacGregor,
Carolina Martín, Rebeca Matellán, Jaime Moreno, Ricardo Moya, Constantino Romero,
Andrés Ruiz.
Escenografía: Ezio Frigerio.
Fotografías escéncicas: Massimo Listri.
Vestuario: Franca Squarciapino.
Iluminación: Vinicio Cheli.
Edición de imágenes: Sergio Metalli.
Dirección: Josep-Maria Flotats.
Teatro: Español. (2.12.20109)
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El comediante Sacha Guitry (1885-1953), autor de numerosos títulos ya olvidados –fue también actor y director, incluyendo sus viejas películas-, hace aquí una alta comedia entre el juego de humor irónico y luciente. Trata de contar la etapa madura de Beaumarchais, genial burlón de la sociedad dieciochesca, al que su atrevimiento provocó continuas oposiciones y controversias, como en El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, que aquí aparecen en varias escenas.
 Al iniciarse la representación, ya está la presencia de Flotats –Beaumarchais- escribiendo sobre su mesa, y sus primeras frases hacia su mayordomo. No exageramos al dar fe de su seducción en este primer acorde. El escenario consiste en un recuerdo de aquellos telones pintados para cada acto, y aquí se trata de grandes imágenes foto-visuales, bellísimas, con las que van apareciendo la casa, el palacio o el jardín de Luis XVI –personaje que aparecerá en el reparto provocando su ridiculez, como el posterior Napoleón-, y se van anunciando mediante páginas, los sucesivos episodios. Lo ha creado formidablemente Máximo Listri. 
        Alrededor de Beaumarchais, todos los actores –imposible citar ni siquiera a los principales- hacen impecablemente esta lujosa farsa que dirige el propio Flotats. Va rodando por el escenario el humor, la ironía y los disparates de cada uno en ritmos y plásticas corales bajo sus lujosos trajes; se llega hasta la bufa, como las de Rossini o Mozart en El barbero o en el Fígaro de los originales de Beaumarchais. Se le escapa únicamente la última escena, en la que tras su muerte, el escritor será recibido y rechazado por los juzgadores en una especie de Monte Parnaso donde los famosos poetas forman una triste, siniestra y fea coreografía, que solo se salva con la aparición de Molière, un dios del Olimpo que califica a Beaumarchais como el más grade autor: unidos, bajo una deslumbrante iluminación, ascienden hacia la cumbre de los poetas. No está bien que indiquemos esta equivocación, cuando son formidables numerosas escenas.
Enrique Centeno


domingo, 5 de diciembre de 2010

Contraacciones **

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Autor: Mike Bartlett.

Traducción y versión: Lucy Collin.
Intérpretes: Goizalde Núñez, Pilar Massa.
Escenografía y vestuario: Rafael Garrigós.
Dirección: Pilar Massa.
Teatro: Lara. (20.11.2010)
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Se trata de una empresa internacional donde trabaja Emma, víctima de la tiranía laboral. Su explotación está a cargo de la Directora Gerente –su nombre nunca se menciona, puede estar en todas partes-, que le hace releer su contrato en el apartado quinto –o quincuagésimo- donde se indica la prohibición de relaciones entre sus propios empleados de venta. Y ya vemos, en su primer encuentro, esa sala vacía, limpia, con una larga mesa rectangular y acristalada, en cuya cabecera contemplamos a alguien reconocible, vestida con su impecable traje de sastre. Lo único que le faltaría sería su bata blanca y su mascarilla para evitar cualquier epidemia.
    Situado junto a ello, el espectador se siente como un estudiante de Medicina en el quirófano-aula, para entender mejor la anatomía humana: Emma está ya detectada, ante esos ojos de bisturí, descubriendo sus relaciones con uno de los compañeros. Con la suavidad y el cinismo, pone en marcha su primer ataque. Durante una docena de escenas, irá padeciendo Emma la creciente contra acción de la Empresaria. Espiada dentro y fuera de su trabajo, se han ido observando esas relaciones de amor, incluyendo sus prácticas sexuales.
    El autor Mike Bartlett (Oxford, 1980), apenas conocido en España y considerado como uno de los importantes dramaturgos ingleses, dedica esta obra a la explotación y sumisión en el mundo laboral, al parecer basando esta Contraacciones en datos obtenidos mediante encuestas realizadas en poderosas empresas. La obra utiliza un humor cáustico mezclado con el verdadero drama, manejando formidablemente estas vivas conversaciones entre las dos únicas intérpretes. De esquina a esquina de la mesa, y mano a mano, sus veloces diálogos poseen el ritmo similar a un partido de ping pong. Es cierto que provoca la carcajada, que el público siente al mismo tiempo un cierto realismo. Pero la trabajadora es separada de su amante, soportando el permiso del embarazo y exigiéndole mostrar al bebé muerto, llegando a ser una escena del Teatro Pánico. Aquí, Bartlett crea un decidido final donde ya nadie se ríe.
    Las dos actrices hacen un trabajo admirable. Pilar Massa –que también lo dirige- convierte su natural sonrisa en esa fría y oculta crueldad de la Empresa. Y al otro lado, Goizalde Núñez, muestra al principio una Emma sorprendida, revolviéndose después en una acción de levantamiento y, finalmente, abatida entre lágrimas de destrucción, actúa con emociones para trasladarse de la farsa grotesca hasta la tragedia. Esa noche, todos aplaudimos entusiasmados.
Enrique Centeno

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Nina ***

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Autor: José Ramón Fernández.

Intérpretes: Laia Marull, Juanjo Artero, Ricardo Moya.
Escenografía y Vestuario: Antonio Belart.
Iluminación: Julián Rey.
Composición Musical: Pascal Gaigne.
Dirección: Salvador García Ruiz.
Teatro: Español, (1.6.2006)
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Esta Nina es el personaje tomado de La gaviota, de Chéjov, iniciador del naturalismo, y José Ramón Fernández -premio Lope de Vega 2003- es uno de nuestros autores que utiliza este estilo con dominio en construcciones, diálogos y creación de personajes -que frecuentemente se ignoran-, junto al realismo. Ha declarado que se inspiró  para Nina  en el dramaturgo ruso,  con la influencia de Eugene O´Neill –le reconocemos aquí en el Largo viaje hacia la noche- y su testimonio del mundo norteamericano. Son escritores que no pueden evitar sus propias autobiografías, lo que nos hace sospechar que también puede ser así el sentimiento sobre esta Nina fracasada como actriz.
    En este drama, la acción transcurre en el vestíbulo-bar -se representa aquí, inteligentísimamente, en la propia cafetería del teatro Español- bajo una permanente lluvia frente al mar: algo se recuerda del filme Mesas separadas, de situación similar, y se cita al personaje de la película Cinema Paradiso, del que toma la frase final: No vuelvas nunca.
    Como a un refugio, llega empapado el esperado personaje de Nina. Pide su habitación doscientos seis, que puede ser una coincidencia con el propio título y las letras de la música de La Frontera: “Parece que nada ha cambiado desde que marché. Vengo del infierno y no te olvidé”, Y allí, en el otoño, ya sin veraneantes playeros, está únicamente el responsable, un veterano conocedor de los vecinos del pueblo. Esteban, una especie de telón caliente, reconocerá a la joven, ya con treinta años, adivinando con alarma su encuentro con Blas, que aparecerá enseguida, como cada día. El actor Ricardo Moya crea con mucho talento la complejidad de Esteban. Aquí todo el mundo ha fracasado, y el maduro quisiera ser el maestro, padre, consejero y crítico de Blas, quien a su vez le mira y escucha siempre atentamente, comprendiendo que intenta tapar sus desastres. Muy juntos, en pausas silenciosas, diálogos y visiones de una escritura rica –como la de los actores- y en escenas de cierto humor bajo los cimientos emocionales del drama.
     Ha regresado Nina al lugar de su primera juventud, recordando -enfrentándose- los errores de aquel tiempo. Y en una sola noche, con Blas, fue suficiente para confesarle sus desamores. Él también está vacío en el fracaso. Vaya drama sentimental.
    Aquella juventud la cuenta José Ramón Fernández con tristeza, con pesimismo, y sin la esperanza del qué bello es vivir. En la noche, el alcohol de Nina solo sirve para revivir el entusiasmo de aquella década de intensidad. Hay en esta pasión nostálgica –uno se siente decadente- un retrato o reflejo de estos personajes encerrados y ajenos a su alrededor; igual entonces como en esta noche. Aquí, algo se reprime frente al Chéjov que sí miraba alrededor. ¿Qué le pasaba a estos jóvenes entre los años 80 y 90? Casi nada excepto sus sentimientos, sus amistades, noviazgos y desencuentros: y hoy, ella en el paro como actriz, y él casado con María, con la que ha tenido un hijo y que todo el mundo conoce sus engaños diarios con el exitoso seductor de entonces, un tal Gabi que se tiraba a todo el pueblo, incluyendo a Nina. El autor también se ha ausentado del realismo histórico, contándonos dramas cotidianos a través de los encuentros que domina magistralmente. Sí lo ha hecho en otras obras, como en la inolvidable trilogía -como coautor- iniciada con Las manos, o en su primera obra conocida Para quemar la memoria (1995).
    Con esta gaviota herida, hace Laia Marull una interpretación impresionante, desde la fuerza hasta la fragilidad, en difíciles y desesperadas escenas de llantos entre el coñac; con pasión o agresividad. Su creación colabora claramente con el propio y estupendo texto, que sin duda habrá apreciado el autor. El también variable y vencido Blas lo hace muy bien Juanjo Artero, y el observador y provocador Esteban se favorece de la brillantez de Ricardo Moya. Al cineasta Salvador García Ruiz le encargaron este montaje, y en su primera visita a las tablas ha demostrado su talento, sin sorprendernos su cuidadísima dirección de los personajes y su conocida sensibilidad. Bien le ha ayudado Antonio Belart, escenógrafo  que crea el íntimo espacio, y la cálida iluminación de Julián Real, desde la noche hasta el amanecer.
Enrique Centeno