sábado, 14 de noviembre de 2009

La casa de Bernarda Alba **

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Autor: Federico García Lorca.
Intérpretes: Marta Juániz, Maiken Beitia, Emi Ekay,

Carol Verano, Leire Barkos, Belén Otxotorena,
Leire Ruiz, Pilartxo Murárriz.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Javier Sáez.
Dirección: Carme Portaceli.
Teatro: Español (7.9.2006).

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Llega una vez más la tragedia que Lorca escribió (1936) muy poco antes de ser asesinado. Este montaje es una visión alejada del Drama de mujeres en los pueblos de España. La original casa cerrada se representa con un decorado de código de barras –en un ciclorama-panorama- que condena a las mujeres a estas rejas y las encierra en una cárcel de sumisión, órdenes y leyes de esta Bernarda. El blanco y negro de la distribución y los vestidos tienen un expresionismo potente.
Requebrar el original de Lorca es muy frecuente. En este caso se trata de la directora Carme Portaceli, siempre con montajes importantes, tanto por su creación como en intenso trabajo de actores –actrices, en este caso-, un conocimiento poco común en nuestros teatros.
El paso por nuestras escenas de La casa de Bernarda Alba suele ofrecer reflexiones y atrevimientos. Recordábamos aquel sorprendente útero, seco, que hizo Ángel Facio –un escandaloso-, hace treinta años, en el que un hombre interpretó a la Bernarda, concretamente el magnífico actor Luis Merlo, ya desaparecido. A Juan Carlos Plaza le tentó también, y dirigió un inolvidable espectáculo para el Teatro Español quince años después (1984) -con un reparto impresionante, desde Berta Riaza y Ana Belén, hasta Aurora Redondo-; en una caserón arquitectónico blanco, de salidas cerradas entre muros fríos y espacios de corredores inútiles. Citamos así los dos montajes más famosos, cada uno tan diferente y discutible. Frenemos: Bieito hizo también lo suyo, el habitual disparate, en el María Guerrero (1998), también contando con grandes actrices (María Jesús Valdés o Julieta Serrano), a las que disparó; otros es mejor olvidarlos del todo: el del Centro Andaluz de Teatro, que vino aquí, al María Guerrero (1992). Hay muchas más –generalmente sin valor alguno-, y seguirán llegando, como es lógico y deseable.
Portaceli busca la ruptura -con la compañía de Gayarre, Pamplona-, con un estupendo reparto cuyas actrices son aquí otras hermanas, rebeldes que trepan las barras intentando huir; potentes voces dolorosas y poderosa expresión corporal.
Hoy no hay Bodas de sangre, Yerma o, en general, la humedad femenina, reprimida y prohibida en nuestras ciudades. No se debe negar que este espectáculo es hermoso y muy perfecto. Pero el drama resulta más estético que verdadero. Lorca mostraba historias vivas, testimonios que nos sirven hoy para conocer aquel mundo; en este caso, se busca la espectacularidad, con un fondo de ficción. A Portaceli, tal vez esta transformación le hace perder la poética y, además, presiona las escenas con insuficiente realismo.
Enrique Centeno

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