miércoles, 28 de abril de 2010

Los chicos de historia **

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Autor: Alan Bennett.

Traducción: Jose Maria Pou.
Intérpretes: José María Pou, Josep Minguell, Maife Gil,
Jordi Andújar, Nacho Aldeguer, Albert Carbó, Orial Casals,
Alberto Díaz, Xavi Francès, Ramón Pujol, Juan Vázquez.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: María Araujo.
Iluminación: Pep Gámiz.
Dirección: José María Pou.
Teatro: El Canal. (22.4.2010)
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En el centro de esta historia conoceremos a un envidiable profesor -Héctor, cerca ya de su jubilación-, independiente, opuesto al sistema tradicional. En sus clases de literatura, rompe los esquemas, enseñando que la cultura no consiste en el sumario de la programación. Recibe sus reflexiones y dictados un grupo de ocho estudiantes secundarios, en un reducido aula de la Escuela dedicada a preparar el ingreso a la Universidad, de Oxford o de Cambridge. Se sientan por las mesas, saltan, responden o se comunican entre ellos, con bromas y comentarios sobre las palabras de este Héctor. Llega él cada día en su moto, descuidado y despistado.

    Alan Bennett (Leeds, Inglaterra, 1934) sitúa esta obra en los años ochenta, quizá donde también existieron, aisladamente, profesores similares, más interesados por el conocimiento real que el del aprendizaje. En todo caso, la rígida enseñanza inglesa es imposible de comprender. Hay un profundo cariño a estos jóvenes, Los chicos de historia, entre las páginas de textos poéticos, citas de autores y libros, o callado, silencioso en sus pensamientos. Es la libertad en el aula, y se rinden todos, desde el tímido al extrovertido o el ambicioso que sueña con su triunfo. Ríen entre abiertas opiniones y encuentros, haciendo sonar el piano con canciones surgidas, como La vida en rosa. Esta relación, como en otras escenas, nos recuerda la famosa película de El club de los poetas muertos (1982; Los chicos de Historia, 2006), donde los muchachos aprendieron el Carpe diem -aprovecha el tiempo-, la mayor ruptura anterior acerca del profesor y de los alumnos. Son personajes que llegamos a conocer con riquísimos diálogos, y que ha sido capaz de crear Bennett.
    Pero no todo es un sueño: frente a las clases, se encuentran el despacho y la sala de profesores. Reconoceremos al siempre Director de la school: dueño, represivo y reaccionario, que terminará expulsando a Héctor. Lo hace estupendamente Joseph Mingell. Y ha encontrado al joven sustituto perfecto, encargado de la asignatura de Historia. Jordi Andújar clava a este profesor, de la nueva generación, que únicamente exige aprender de memoria nuestra historia; sabremos que su biografía termina con su dedicación a la política, sobre una silla de ruedas: un símil de la inutilidad, idea hiriente que se le ha ocurrido, con 74 años, al británico Bennett. En el ángulo, la madura Sra. Lintott –genial trabajo el de Maife Gil-, lleva ya treinta años en este colegio, siempre inteligente e irónica, que de pronto se opone al Director, defiende al protagonista, y suelta un esperado discurso sobre la necesidad de un nuevo sistema educativo en el Centro. Como en muchas escenas, el público ríe ante la derrota del Director.
    Son estos estudiantes los que comprenderán que la Historia no pertenece solo al cerebro, sino igualmente al corazón. Pasaron todos ellos el esperado examen, con un final dramático, la dolorosa desaparición del profesor. En la película citada, le despedían con el Himno de la Alegría. Y en esta obra, la muerte se recibe sin perder la esperanza, cantando el Bye, bye, blackbird! Es un final feliz.
    Durante abundantes escenas, hace aparecer Bennett –homosexual- varios juegos sexuales, como el abuso del profesor hacia los alumnos, mostrando además a uno de ellos como gay, o el Director que le toca el culo a la profesora cuando pasa a su lado. Son elementos completamente ajenos a la historia que se nos cuenta.
    José María Pou ha dirigido perfectamente esta comedia, y, sobre todo, su trabajo sobre Héctor, íntimo, cínico, amoroso, inteligente y a mis ojos verdaderamente genial. Se come toda la escena en cuanto aparece. Es una exhibición: tanto, que ha querido, al final, situar una gigante fotografía del rostro del personaje, de él mismo.
Enrique Centeno

miércoles, 21 de abril de 2010

La moza de cántaro ***

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Autor:  Lope de Vega.

Versión: Rafael Pérez Sierra.
Intérpretes: María Prado, Mamen Camacho, Roberto Sáiz,
Mario Retamar, Héctor Carballo, Francisco Carril, Julián Ortega,
Georgina de Yebra, Badia Albayati, Carlos Jiménez-Alfaro,
Daniel Teba, Sara Moraleda, Paloma Sánchez de Andrés,
Julio Hidalgo.
Pianista: Ángel Galán.
Iluminación: Migel Ángel Camacho.
Vestuario: Lorenzo Caprile.
Escenografía: Carolina Fernández.
Dirección: Eduardo Vasco.
Teatro: Pavón. (Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, CNTC.)
 (14.4.2010)
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Es este el segundo montaje de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pudo verse, en la temporada pasada, un bellísimo espectáculo de La noche de San Juan, que dirigió Helena Pimenta. Y se regresa otra vez al mismo Lope de Vega, del que se encarga Eduardo Vasco. Un magnífico montaje y uno de sus mejores trabajos en la CNTC, La moza de cántaro, gracias a un formidable reparto.

     Pertenece a un género curioso, en el que arranca el texto con un drama, para pasar por la intriga, la comedia, lo histórico o lo romántico; un argumento en el que se adivina ya el triunfo del amor. Son numerosas en el clásico las mujeres vestidas de hombre, como en Lope. Aquí sí hay una ruptura, cuando la protagonista, Doña María, será capaz de vengar el honor de su viejo padre, matando al causante, entre sus brazos, con su puñal. Aquí, en su mutis, recurrirá a su feminismo: Pues estas hazañas hacen/ a las mujeres varoniles/ ¡Ahora, cielos, ayudadme! (extraña este último verso, pero al consultar el texto original, comprobamos que el adaptador ha trasladado a Lope de Vega hacia el estilo de José Zorrilla). Aquí, iremos otra vez a ese Barroco que aprueba los derechos de los nobles para quitar la vida en defensa del honor -o de su honra-, y nos acostumbramos lo suficiente para poder continuar la función, entre el amor y los tradicionales engaños y enredos.
    Escondida y cambiada, esta mujer se convertirá así en La Moza de cántaro, humilde trabajadora que interpreta genialmente la jovencísima actriz Mamen Camacho, con un encanto que atrae al público entre sonrisas, burlas, coquetería y seducción. Lo hacen también muy bien todos los actores, como Francesco Carril -Don Juan- o Héctor Carballo –el Conde, otro de los galanes-. Menos triunfan los intérpretes de los lacayos -así se les califica en el programa de mano- con un vestuario que, en sus maletas, ha viajado hacia el siglo XIX; lo cual aporta unos preciosos trajes, tanto en los nobles como en los brillantes azules de las mujeres populares, creados por Lorenzo Caprile.
    Ha prescindido Vasco de la escenografía, como suele hacer, con sólo una cámara negra casi vacía, apenas introduciendo –o retirando- unas simples sillas de la época. Afortunadamente y con mucha habilidad organiza ritmos y movimientos, casi coreográficos, con este conjunto de jóvenes vivísimos. Y los destacados versos de esta obra se interpretan con el procedimiento de sujetar las métricas, mejor que en anteriores funciones de la CNTC. La adaptación de Rafael Pérez Sierra -acortando, como en la actualidad se hace siempre-, en sus cambios y mutilaciones llega a dificultar toda la historia. Es seguro que, tanto el director como los actores, no se escapan de toda la acción, con permanente traducción en los ensayos, olvidándose del espectador. No nos referiremos ya a los cambios del original, sino a la dificultad del seguimiento. Podemos asegurar que los espectadores se encontraban perdidos en algunos momentos. Pero todo era tan gozoso, que llegamos a prescindir de ello.
    El disfrute lo producen el equipo de intérpretes, especialmente de actrices, damas y criadas de estampas vivas. Es imposible no citar a todas ellas, y tomar nota para volver a verlas: María Prado, Georgina de Yebra, Badia Albayati, Sara Moraleda y Paloma Sánchez. Aunque, naturalmente, es aquí responsable el director.
Enrique Centeno

sábado, 17 de abril de 2010

El balcón ***

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Autor: Jean Genet.

Intérpretes: Noelia Benítez, Paco Maestre, Yolanda Ulloa,
Sonia de Rojas, Celis Nadal, Rafael Núñez, Sergio Macías,
Raúl Sanz, Mahue Andújar, Fernando Sansegundo,
Alfonso Delgado, Fernando Ruiz, Nadia Doménech,
Víctor Anciones, Luis Martínez-Arasa, Ricardo Maya,
Paco Carrillo, Sonia Ofelia,Santos.
Vestuario: Begoña del Valle.
Iluminación: Jaime Llerins.
Escenografía: Nicolás Bueno.
Dramaturgia y dirección: Ángel Facio.
Teatro: El Matadero (Teatro Español). (8.4.2010)
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Quizá está en El balcón la obra más compleja de Genet. Uno de sus laberintos alrededor del poder y de su fantasía, característicos igual en sus dos obras más representadas, Alta vigilancia -la primera de sus piezas- y Las criadas. Al director Ángel Facio le atrae, de nuevo, las máscaras del poder, sea Lope de Rueda, Valle-Inclán o Genet, de quien montó, hace ya diez años (Sala Olimpia, 2.10.1999), Ella, obra última y póstuma. Se cumple ahora el centenario de Jean Genet (1910-1986), cuyo estreno de El balcón tuvo lugar en 1957. Fue muy protestada, igual que puede serlo ahora.
    Se trata de una de las fantasías, o de fantasmas, con un disparo teatral que asusta. Como su propia biografía, desde la adolescencia –hijo ilegal, abandonado- como delincuente, ladrón y prostituto homosexual, hasta llegar al asesinato. Condenado a muerte y perdonado tras viajar de una cárcel a otra: es famosa la determinación de Jean-Paul Sartre como “el dios de Genet”. Fue en una de sus celdas donde escribió su primer texto, que salió de allí por curiosas circunstancias, y que fue admirado por la intelectualidad parisina.
    Cuando asistíamos a este montaje, sabíamos que Facio no iba a echar ninguna persiana a este balcón. Es una casa de burdel, de hermoso estilo Art Noveau, que regenta Madame Irma, mujer enérgica en su organización. Un personaje que une a su carácter el oculto cariño sentimental, e incluye su disparatado amor al violento explotador de las ganancias, como dueño, que llegará a serlo de todo el país. Interpreta a esta madame Yolanda Ulloa -ya hizo una de Las señoritas de Avignon, de Jaime Salom-, riquísima en su creación, y que es el centro humano de esta inquietante obra. Es acompañada por su ayudanta Elías, de igual fondo de ternura que hace Noelia Benítez. Y desde la gran sala del prostíbulo -El balcón, se llama- se escuchan, antes del comienzo y durante toda la función, los bombardeos de la ciudad defendida en su ocupación militar.
    Es en la segunda planta donde Genet provocará con las escenas más brutales. Son dormitorios en los que iremos viendo a los representantes de una sociedad. Espejos malditos que nos permiten contemplarlos. El formidable escenógrafo, Nicolás Bueno, los ha conseguido –con la iluminación de Jaime Llerins- mediante transparencias en los diferentes intestinos. E iremos viendo la exposición de los poderes. En la primera habitación –los vemos siempre tras el filtro de las puertas- comenzará el primer cliente: un obispo, con su desnuda prostituta, carnoso y baboso que vestirá después sus trajes litúrgicos y, sujeto al dorado báculo, soltará un discurso cristiano sobre el mundo y la tierra. No recuerdo dónde leímos que Genet deseaba que El balcón fuese representado en una catedral; ignoramos si Facio lo intentó o no. El pobre actor, el magnífico Paco Maestre, al que siempre vemos en sus interpretaciones, hace un monólogo estremecedor. Por lo que fuere, a la vecina de mi butaca –al día siguiente del estreno-, con todo su derecho y su legítima reacción, le salían carcajadas, pero todo el teatro quedaba sin respiro ante la fuerza de la escena.
   Las imágenes van trasladándose en una secuencia brutal, un surrealismo que nos recuerda a Buñuel. El segundo –son todos disfraces que encargan los folladores-, será un juez -estupendo Sergio Macías-, sádico que maltrata a su correspondiente prostituta y le exige, ya poniéndose de rodillas, perdonarle por sus injusticias. Pasaremos por el general – Rafael Núñez, estupendo-, que convierte a la mujer, de patas, en un caballo donde se monta hacia su guerra. Y así, un soldado, junto a su meretriz, caído en el frente. Sentíamos en las actrices y actores, la admiración de interpretar a estos desafortunados personajes, y todo el equipo nos emocionaba.
    Triunfaron los tres poderes. Y será el temido jefe de policía, ya dueño de la ciudad. Lo hace con mucho entusiasmo el buen actor Fernando Sansegundo, convirtiéndolo en un atacador, pero sin la bien conocida inteligencia y astucia del policía torturador.
    Ha terminado la guerra, y se continuará luchando por la libertad. Durante el entreacto, un grupo de anarquistas, desde una tarima, envía al público el mitin y su himno, “Negras tormentas agitan los aires…” Y ya en la sala, se montarán los últimos momentos de la obra –mientras se comunica que se estaba construyendo un monumento a los vencedores- cuando en armas, envían a los espectadores sus voces entre octavillas -que contienen un texto publicado en 1907 por el periódico Porvenir del obrero-. En el fondo de la sala, un decorado balcón en cuyo palco se exhiben los personajes de los tres poderes y el Policía Social. No nos gustó la decisión de esta escena, en la que el director prefiere recurrir, sin necesidad, a nuestra dictadura: sin toda la Historia y la propia actualidad. En todo caso, el espectáculo emocionaba, asustaba y lo aplaudíamos con entusiasmo.
Enrique Centeno

miércoles, 14 de abril de 2010

El avaro ***

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Autor: Molière.
Intérpretes: Carmen Álvarez, Manuel Brun, Manolo Caro,
Manuel Elías, Palmira Ferrer, Juan Luis Galiardo, Javier Lara,
Mario Martín, Walter May, Rafael Ortiz, Irene Ruiz,
Tomás Sáez, Aída Villar.
Iluminación: Jorge Lavelli y Roberto Traferri.
Vestuario: Francesco Zito.
Escenografía: Ricardo Sánchez-Cuerda.
Música: Zygmunt Krauze.
Dramaturgia y dirección: Jorge Lavelli.
Teatro: María Guerrero (CDN). (8.4.2010)
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Arranca esta historia con una romántica escena de amor: Elisa –la hija, que hace encantadoramente Irene Ruiz-,  con su amado Valerio –estupendo también Rafael Ortiz-, abrazados, apasionados y engarzados en una roja columna de cortina. Y en la segunda escena, será el hermano de la joven, Cleantes –igualmente bien Javier Lara-, quien le explica su relación amorosa, temiendo que el padre no autorice su elección con Mariana. Tendrán que buscar el consentimiento desde su sumisión filial. Es el primer anuncio de Molière sobre el rígido y ambicioso Harpagón.

   En todas las representaciones de El avaro, el público está esperando siempre la entrada del conocido personaje. Y aquí, se escucha la conocida presencia de Juan Luis Galiardo –junto a él el imprescindible criado La Flecha, con el vivo actor Manolo Caro- con su fuerza y grave voz, mientras se come el escenario. Sorprende, entre sus enfados, gritos e insultos, su vestimenta de pantalón negro, chaleco y su camisa blanca intemporal. Tras haber visto los trajes en los anteriores personajes, nos produce una cierta expectación y despiste. Pensamos que quizá lo visto fue solo un recuerdo u homenaje al clásico Molière. No hay obligación alguna para conservar el tradicional aspecto de este Harpagón, llevándose esta creación a sus retratos e imágenes. Se hizo como un Arlequín y, especialmente, como el viejo añoso, algo enloquecido, de rostro similar al tópico prestador judío. Entre los mejores montajes, recordaremos al actor El brujo –extraordinario, que dirigió José Carlos Plaza-, hace ya quince años, o el de Juan Antonio Quintana, dos temporadas después. Galiardo hace un magnífico trabajo, quizá como lo ha deseado o encargado el director. A veces, recursos precisos, energía del poderoso en referencias con frases actuales. En la sorpresa, veremos enseguida que se trata de cualquier banquero, de algún trampero o ladrón prestador, con el entusiasmo de la venganza teatral de hoy en día. Porque el avaro se encierra tras los muros de su dominio, los de ahora, para evitar la salida de las ganancias y una pequeña portezuela de rejas para dejar entrar las deudas. Son estos días de mayor crisis los que multiplican a este personaje. Aunque admirando al actor, su concepción de Harpagón no consigue crear un verdadero personaje incorporándose al resto del reparto.
    Es la escena más hermosa la del final, en el centro de una formidable escenografía. Un enorme suelo metálico, alargado hasta el infinito mediante un gran espejo en el que se refleja, una idea que nos hace pensar en un Orson Wells sin expresionismo. E insistimos que en su intento consigue, en todo caso, atrapar al público gracias a su potente presencia en el escenario. Jorge Lavelli, uno de los mejores directores, sin cesar de montar obras en Francia -y en ocasiones en España, aquí con diferentes resultados-, ha trasladado de lugar los distintos actos, con geométricos paneles, movibles, hermosos en su utilidad, en ambientes atemporales, creados por el admirable escenógrafo Ricardo Sánchez-Cuerda. Lavelli, con vestuarios de Molière -estupendos, de Francesco Zito-, pelucas dieciochescas, y los maquillajes  que muestran los rostros en blanco. Se encuentra con ello una similar máscara, una colección de personajes; y cuenta para ello con un amplio y magnífico reparto que agradecemos.
Enrique Centeno

sábado, 10 de abril de 2010

Mucho ruido y pocas nueces **

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Autores: Jacinto Benavente, Shakespeare.

Adaptación libre y dirección: Ainhoa Amestoy.
Intérpretes: Paloma Mozo, Tomás Repila,
Jesús Asensi, Miquel Tubía (piano).
Teatro: Fernán-Gómez, Sala II (C.C. de la Villa). (7.4.2010)
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A este montaje se le ha querido dar el título de la comedia de Shakespeare. Es por tanto un cierto engaño para quien acude a esta famosa obra. Se trata de la breve obra de Jacinto Benavente (1866-1954) Los favoritos –que desconocíamos- y que la compañía Factoría Estival de Arte realmente sí lo hace firmar. Amante del bate inglés, el madrileño tomó algunos textos de sus títulos. O una curiosa e interesante obra en la que quiso suponer a Hamlet, durante su juventud, con El bufón de Hamlet, estrenado en los años sesenta. La adaptación libre es de Ainhoa Amestoy, encargada igualmente de la dirección e interpretación.
    Son siete u ocho escenas rápidas, numeradas por el pianista –los anima sin cesar, con alegría, el músico Miquel Tubía- y con títulos. Antes de comenzar la acción, nos saluda desde el patio de butacas una de las supuestas actrices de una compañía que va a ofrecer la comedia. Sobre el escenario, explica cómo lo han preparado, como les place, y que están casi a punto de empezar: lo cuenta durante demasiado tiempo, tal como se quejan verdaderamente sus propios compañeros, pidiéndola que deje ya de hablar para poder comenzar. Ella, incluso nos anuncia, ante la cámara negra, que no se dispone aún del decorado, que deberá imaginárselo el público, y, efectivamente, se utilizará un simple banco público. Actuarán como en un antiguo teatro viajante, con cuatro artistas sobre las tablas y una simple manta. Y la verdad es que lo parecen –sin un rico vestuario-, en la versión que se acerca a un entremés o a un paso de Lope de Rueda, con una duración de poco más de una hora tras su presentación. Hacen una especie de metateatro cuando detienen la función para hablar entre ellos u obedecer a la directora de la supuesta compañía.
      Con sus comentarios y conclusiones finales, se intenta dar fuerza, ensañamientos y juegos de amor. El enredo –para la historia de Mucho ruido y pocas nueces, Shakespeare utiliza una veintena de personajes- se consigue, más que nada, por los brillantes intérpretes. Ainhoa Amestoy introduce enseguida al público al presentarse, sin perder el humor y la frescura de Celia, la duquesa. Y, como siempre, toma parte la mentira y la farsa. Leve y divertido, Jesús Asensi hace el inocente duque. La hermosa y rígida Beatriz, desconfiada de los hombres, terminará cayendo bajo el amor, y lo crea estupendamente Paloma Mozo, entre el cinismo y las sonrisas escondidas. Es un conquistador, ignorante ante ella, este Benedicto -machista despreciado por Beatriz- que cederá para unirse a ella; lo hace muy bien el actor Tomás Repila. No es un montaje ambicioso, cuya simplicidad, muy cuidada, logra un feliz éxito.
Enrique Centeno

jueves, 8 de abril de 2010

Truenos & misterios ●

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Creación y dirección: Ana Vallés.
Intérpretes: Perico Bermudez, Juan Cejudo, Mauricio
González, Carlos Sarrió, Ana Vallés.
Escenografía: Baltasar Patiño.
Compañía Matarile.
Teatro: Cuarta Pared. (1.2.2007)
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Aparece el escenario ocupado por una mesa enorme, de punta a punta. Miren, es de madera y tiene forma rectangular. Podemos decir que no es un cuadrado, un rombo, un trapecio: la verdad es que no encontramos cómo explicar esta función. Porque toda ella está formada por interminables palabras y conversaciones que absolutamente no nos importan. Al principio, un profesor explica ante una pizarra grande la lección sobre la geografía física entre el agua, la tierra y las plantas. Un libro de texto durante un cuarto de hora. Tiene gracia. Veamos qué va a pasar ahora.
Se juega, como en un aula, con un esqueleto, mostrando los movimientos del cuerpo humano. Y un grupo de cómicos charlan después en un extremo de la mesa, y nos cuentan asuntos sobre la literatura, como sus conocimientos acerca del teatro y de Tadeusz Kantor. De este modo permanecen, sin terminar nunca, con tópicos o charlas comunes de cada día. La Enciclopedia es continua. No sabemos si es un happening o una provocación. Pero nunca se enciende un poco la luz de sala, para que la gente cansada se pueda marchar, salir de ese hueco interminable. La compañía se lo pasa bien en sus silencios o sus cambios de inutilidades. Qué valor.
Enrique Centeno

Soliloquio de grillos *

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Autor: Juan Copete.
Intérpretes: Ana Trinidad, Paqui Gallardo, Paca Velardiez.
Escenografía y dirección: Esteve Ferrer.
Teatro: Sala Cuarta Pared (7.9.2006).
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La escenografía, llamativa, es un suelo transparente en el que se insinúan los cadáveres de muertos bajo tierra. Sobre ello, se encontrarán tres mujeres mayores que parecen estar buscando a sus hijos o a sus esposos. Ya lo entendemos: serán, entre los grillos, los españoles caídos y asesinados en las batallas y en los caminos, enterrados en fosas comunes. (Entre otras músicas, se incluye una muy lejana canción trágica refieriéndose a los soldados españoles en la guerra de Marruecos, “Pobrecita madre, cuánto llorará”). Está nuestra Memoria Histórica –su reciente Fundación- buscando y reconociendo, para darles un sitio a tantos miles que fueron asesinados. Tanto durante la Guerra Civil como en los años posteriores del dictador y de los falangistas.
   La memoria ha estado siempre en el recuerdo y el dolor de aquellos años: no hablamos ya de la crueldad de los ejércitos, sino de la represión criminal. Su recuperación es aprovechada enseguida en esta limitada obra de teatro. No hay en ella reflexión, sino sentimentalismo y ausencia de un texto realista. Y lo acompañan de vez en cuando con un sordante, las canciones de la guerra, sacadas del disco de la película.  La cosa tiene tela, aprovecharse así, ser tan originales.
Enrique Centeno

sábado, 3 de abril de 2010

La mujer del sexo tatuado ***

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Autores: Mario Zorrilla y Mariano Hossorno.

Intérprete: Mario Zorrilla.
Dirección: Luis Araújo.
Teatro: Las Aguas. (2.2010)
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Siempre acudimos a ver un monólogo con desconfianza. Casi todo el mundo se atreve a comerse el escenario y exhibir su creída genialidad. No se asusten, porque La mujer del sexo tatuado es una función magnífica cuyo texto han escrito el propio actor, Mario Zorrilla, y Mariano Hossorno.
Es un cuento dramático, la historia sentimental del viejo marinero arrastrado y abandonado en el rincón de un malecón. Este vagabundo, con la botella de ginebra, va contando sus dolores, la tragedia que le sumió. Y descubrimos, de pronto, que en un bulto cubierto por una vieja manta, yacía el cadáver de un colega. Se arrastra, se arrodilla a su lado, camina torpemente sin alejarse del muelle, y va explicándole cómo incumplió su regreso junto a la mujer apasionada. Y le lee una vieja carta de amor que recibió, hacía muchos años, pidiéndole su regreso. Él terminó por cruzar el mar hacia el país donde la dejó. Encontró que su amada, destruida, vivió en la degeneración, hasta llegar al asesinato y su suicidio. Nos recordaba esta historia en la que se embarcó el amado marinero: “Él vino en un barco, de nombre extranjero, / lo encontré en el puerto un anochecer…”. Es la popular copla Tatuaje, que contiene varias coincidencias con este argumento, y aquí, con su sexo tatuado, debió caminar “de mostrador en mostrador” –citamos de nuevo aquella canción- hasta transformarse en un enloquecimiento. Este poético texto, durísimo –con algunos versos pertenecientes a Javier Egea y José María Heredia Mayo-, es interpretado por Mario Zorrilla con emoción, con voces entre lamentos y sollozos en tonos susurrados o lanzadas, sin piedad para estremecer al público. Un personaje difícil, lo hace formidablemente. La función la ha dirigido Luis Araújo, y entre los dos han logrado un ritmo entre pausas y cadencias, desde la expresión al naturalismo. Yo lo vi mucho después del estreno, y el público quedaba encogido para pasar a los intensos aplausos.
Enrique Centeno

viernes, 2 de abril de 2010

Escenas de un matrimonio ** Sarabanda *

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Autor: Ingmar Bergman.
Traducción: Carolina Moreno Tena.
Intérpretes: Francesc Orella, Mónica López, Miquel Cors, Marta Angelat, Aina Clotet.
Escenografía: Max Glaenzel.
Vestuario: Antonio Belart.
Dirección: Marta Angelat.
Teatro: Español. (25.3.2010)
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Las Escenas de un matrimonio pertenecen al argumento cerrado hace cuarenta y tantos años. Sus “buenos días”, el beso matinal con las asiduas sonrisas cariñosas de la pareja, su marcha hacia el trabajo del marido y la permanencia de la esposa para ocuparse de la casa. Tan educados y atentos. Fuerza Bergman la despedida en una interminable conversación que nos permite entender la monotonía y el fracaso. Decía el marido, en otro momento, que el matrimonio debería de acordarse o hacer un contrato, para obligarse, únicamente, a cinco años de matrimonio. Es el anuncio de Johan, que querrá romper la relación, y Marianne intentará mantener su convivencia utilizando su atracción.
Lo interpreta Francesc Orella, bien conocido por su sabiduría en numerosas obras, rico en expresión y con su extraordinaria voz. Sin embargo, utiliza aquí un tono y ritmo de párrafos con una cierta falsedad, una perfecta exageración que nos hace recordar a los superados actores de doblaje, como si lo hubiera elegido así. A la actriz Mónica López, la vemos también frecuentemente –a menudo en catalán y en versión castellana cuando representa en Madrid, como su compañero- y, como siempre, abraza a sus personajes, sea en tragedias o en comedias. En estas Escenas de un matrimonio, camina por encima del decorado y muestra con intención su atracción; sonrisas, movimientos y andares que persiguen la seducción al marido; fracasando su intento al hacer el amor. Si no agradeciéramos su interpretación, como también la del actor, la función se arrojaría al patio. Hace unos años se montó esta obra con el importante reparto de Magüi Mira y José Luis Pellicena (Teatro Lara, Madrid, 3.8.2000), y esta comedia de Bergman resultó igualmente inútil o sin sentido. Personalmente, hubiéramos preferido escuchar estas conversaciones a través de nuestras paredes finas, para poder subir nuestra música y no oirlas, carentes de interés para mí. Aunque tal vez sí para la vecina del 5º, atenta a las noticias de una joven amante de Johan. En la tercera escena, regresan a casa tras acudir al teatro: el marido comenta la función de Ibsen, que no le gustó o le parecía una obra vieja. Suponemos que, naturalmente, el sueco Ingmar Bergman (1822-1906) recurrió al noruego (1818-2007), a quien criticó, con el escándalo, el dominio sobre la mujer en el matrimonio en su Casa de muñecas, obra cumbre del teatro social del siglo XIX. En el final de regresan juntos a casa tras acudir al teatro: el marido comenta la función de Ibsen, que no le gustó o le parecía una obra vieja. Suponemos que, naturalmente, el sueco Ingmar Bergman (1822-1906) recurrió al noruego (1818-2007), a quien criticó, con el escándalo, el dominio sobre la mujer en el matrimonio en su Casa de muñecas, obra cumbre del teatro social del siglo XIX. En el final de esta función, el vencido Johan intentará forzar a Marianne para el regreso, cayendo en la violencia, entre el alcohol e incluso el  maltrato físico; se defenderá la mujer y buscará la puerta de  salida hacia la liberación: Henrik Ibsen ya había hecho histórica su conclusión con “el portazo de Nina”, un esta función, el vencido Johan intentará forzar a Marianne para el regreso, cayendo en la violencia, entre el alcohol e incluso el maltrato físico; se defenderá la mujer y buscará la puerta de salida hacia la liberación: Henrik Ibsen ya había hecho histórica su conclusión con “el portazo de Nina”, un siglo antes que la de Bergman. Es la escena que, tal vez por venganza, nos encantó.

regresan juntos a casa tras acudir al teatro: el marido comenta la función de Ibsen, que no le gustó o le parecía una obra vieja. Suponemos que, naturalmente, el sueco Ingmar Bergman (1822-1906) recurrió al noruego (1818-2007), a quien criticó, con el escándalo, el dominio sobre la mujer en el matrimonio en su Casa de muñecas, obra cumbre del teatro social del siglo XIX. En el final de esta función, el vencido Johan intentará forzar a Marianne para el regreso, cayendo en la violencia, entre el alcohol e incluso el  maltrato físico; se defenderá la mujer y buscará la puerta de  salida hacia la liberación: Henrik Ibsen ya había hecho histórica su conclusión con “el portazo de Nina”, un
arabanda es una segunda parte de la obra anterior y se representa en el mismo espectáculo, de tres horas y media, en cuyo intermedio se marchó parte del público. La directora, Marta Angelat, presenta la historia que viene, explicando la situación y la colección de los personajes: en la isla de Sarabanda se ha aislado aquel Johan -lo hace distinto actor, Miquel Cors-, ya en la vejez, donde se encuentra el hijo -interpretado por Francesc Orella, Johan en la primera parte-, que tuvo con otra esposa, y su nieta, con repetidas referencias a su madre Anna, fallecida dos años antes. Por eso no nos extraña que se nos aclare el censo.
Una generación pondrá en marcha el argumento cuando llega allí, inesperadamente, la antigua mujer, Marianne, sin que se hubieran visto desde hacía cerca de treinta años, y que se ha interesado por esta casta. Se odian el padre y el hijo, anda perdida la nieta, último eslabón del entrelazado, cuya juventud es lo que más nos interesa, y que interpreta formidablemente Aina Clotet. Mantiene la inteligente Marianne diversas conversaciones con el grupo, consiguiendo, tal como quería, saber qué ocurre allí. La obra carece de encuentros: diálogos de dos en dos, sin que aparezcan juntos, como si nunca se encontraran en esta isla. Es un mundo cerrado, ajeno a la existencia y a la sociedad, lo que le interesa al autor: ya ocurrió en Escenas de un matrimonio, cuyas ventanas están cerradas al sol, a la sombra de su biografía. Nos volvemos a cansar, y nos unimos a aquella mujer que, tras rebelarse de su marido, ha ido liberándose –lo hace en este caso la propia directora, Marta Angelat- con ricos textos. El drama triste, entre fracasos y choques indica el final de una generación. Y escuchamos otra vez, como al inicio, un discurso larguísimo. Toda la representación carece de construcción, y es evidente que la directora desea que se mantenga lo más posible, que mastiquen las frases, que pueda embelesar. Por fin nos dio, ante el telón, su Ite, missa est.
Enrique Centeno