miércoles, 11 de enero de 2012

La naranja mecánica **

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Autor: Anthony Burguess.
Traducción: Eduardo Fuentes.
Intérpretes: Israel Frías, Pilar Bayona, Miguel Floronda, 
Alberto Berzal, Pepe González, Carlos Martínez, Elisa Martínez-Sierra. 
Escenografía: E. Fuentes, Garajalde y Sánchez. 
Vestuario: Pedro Moreno.
Dirección: Eduardo Fuentes. 
Teatro: Nuevovo Apolo. (25.4.2000)
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Un espectáculo del pasado

 Causó una verdadera conmoción la versión cinematográfica de esta novela, dirigida por Stanley Kubrick. Hace casi treinta años que se nos mostraba en ella una escondida pero naciente violencia muy peculiar: la ejercida indiscriminadamente por jóvenes pandilleros desarraigados, un embrión de tribu urbana enloquecido. También se denunciaba en ella la psiquiatría conductista para anular la mente y rectificar conductas. Fue innovador, insistimos, hace treinta años. 
    Ocurre que aquella conmoción –cuya violencia trajo problemas de censura, que en España se tradujeron en su prohibición durante largo tiempo- se produce hoy cada día, y que la realidad ha superado de manera espantosa a la ficción o a la anticipación. Nuevas y numerosas bandas violan y asesinan; no importa si a machetazos junto  un estadio o a patadas en una ciudad olímpica. El valor de Burguess, su autor, o la del cineasta que la llevó a la pantalla, debería hoy ser convertido para testimoniar la realidad de nuestros días, que es una de las funciones esenciales del teatro. Lo sabe bien el director de este montaje de La naranja mecánica, Eduardo Fuentes, como ha demostrado a lo largo de una brillante y comprometida trayectoria (él fue, por ejemplo, quien denunció sobre un escenario la siniestra figura de un conocido concejal fascista de la ciudad de Madrid, por citar uno entre sus espléndidos trabajos). Este título es un clásico de la historia del cine, sin duda; pero no lo es socialmente como para ponerlo en pie hoy sobre las tablas, y, cuando se contempla, ni asombra, ni sorprende, ni emociona, quizá porque en la memoria del espectador hay sucesos próximos e inmediatos mucho más dignos de ser tratados.
       Por contraste, el lenguaje verbal elegido,  que ha hecho también Fuentes, pertenece, al parecer, a  la auténtica jerga de los delincuentes, calcando la intención del original, con un vocabulario del que, durante la mayor parte de la obra, apenas entendemos las conjunciones y preposiciones Tamaño alarde otorga a la historia más falsedad, porque no hablan así nuestros cabezas rapadas –sería su equivalente- y, además, cansa e irrita.
      Queda la interpretación: exceptuando a los dos “actores invitados” –así figuran-, Pilar Bayona y Miguel Foronda, el grupo de jóvenes compone un coro de voces ineducadas, de torpe ortofonía, de malsonantes timbres. Hacen un trabajo de muchísimo esfuerzo, de incansable composición coreográfica con esa disciplina de escuela donde, sin embargo, el talento brilla por su ausencia en interpretaciones estereotipadas. El resultado es un espectáculo viejo, antiguo, estética y conceptualmente reaccionario en su huida hacia atrás sobre un tema muy sugerente y que, en algunas ocasiones, ha sido llevado a escena con mucho más brío.
Enrique Centeno

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