viernes, 25 de marzo de 2011

Artaud recuerda a Hitler y el Romanische café ***

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Autor: Tom Peuckert. I
Intérprete: Martin Wuttke.
Dirección: Pau Plamper.
Compañía Berliner Ensemble.

Teatro: La Abadía. (3.9.2001) (Festival de Otoño).
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Delirios de un loco


Demente, visionario y anarquista, Antonid Artaud arrastró durante los últimos años de su vida (murió en 1948) trastornos mentales y físicos, miseria y gestos propios de lo que solemos considerar un loco. Su imagen física, melenudo, flaco y de inquietante mi-rada, hospedado en un sórdido local donde murió al pie de la cama mientras se calzaba en la más completa soledad, no tiene mucho que ver con esta obra de pequeño forma-to que nos trae el Berliner. Los recuerdos imaginados por Artaud sobre un encuentro con Hitler, sus reflexiones sobre el poder, los escuchamos amplificados y procedentes de una aséptica pecera rectangular y hermética donde un también pulcro personaje in-terpreta los últimos momentos del genio. Posee el actor Wuttke una energía enorme, y es capaz de transmitirla al público desde las limitaciones del espacio, en el que incluso rara vez puede vérsele de cuerpo entero. La iluminación y el encuadre logrado con la escenografía es lo más parecido a una pantalla de cine, donde se ha suprimido prácti-camente la tercera dimensión para presenciar imágenes planas escuchadas a través de altavoces. Una especie de cine en vivo. Lo cual no deja de ser curioso en una institución como el Berliner Ensemble, al que se acude llamado sobre todo por la búsqueda del es-pectáculo, del teatro épico y de comunicación directa entre actores y espectadores. A pesar de las excelencias indudables del intérprete y de la buena traducción en sobretí-tulos, la ceremonia del personaje no termina de atrapar sino como lección actoral.
Enrique Centeno

miércoles, 23 de marzo de 2011

Falstaff **

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Sobre textos de William Shakespeare .
Adaptación de Marc Rosich.

Intérpretes: Chema Adeva, Raúl Arévalo, Jesús Barranco,
Sonsoles Benedicto, Alfonso Blanco, Pedro Casablanc, Alfonso
Lara, Andrés Lima, Carmen Machi, Rebeca Montero, Rulo Pardo,
Ángel Ruiz, Alejandro Saá.
Escenografía: Beatriz San Juan.
Iluminación: Valentín Álvarez.
Dirección: Andrés Lima.
Teatro: Valle-Inclán (CDN). 18.3.2011
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Carnen Machi, en Doña Rauda
 Ha querido Andrés Lima –junto a Marc Rosich- adaptar la Primera y la Segunda Parte del Rey Enrique IV, de Shakespeare. El personaje de Falstaff ha sido una tentación para diversas adaptaciones, al igual que la ópera bufa de Verdi.
    Lima, director y actor, ha inventado El Rumor, personaje realista que él mismo interpreta, y que irá contando, entre interrupciones y opiniones, escenas que no se verán, acerca de los acontecimientos de la trágica historia que escribió Shakesperare. Y lo hace como dramaturgo, o sabio dios, con cuartillas sobre la mesa que va mirando bajo un flexo, casi siempre adelantándose entre las tablas y dirigiéndose al público como un juglar de hoy, vestido con traje de corbata. Este procedimiento podrá servir para conocer los diez actos del original: o como esos cuentos resumidos para niños, en esta función que durará cerca de tres horas. Este personaje llamado Rumor es aburrido, pesadísimo en su pretendido encanto. Tanto, que escuchamos con respeto, aunque algunos espectadores prefirieron, la noche del estreno, ausentarse durante el intermedio. En numerosos momentos, el siempre barrigón Falstaff hace reír, desde su entrada por el patio de butacas con una nariz de payaso entre el público del circo, aunque pronto veremos su carácter de borrachín, juerguista y putero, pero mostrando su inteligente visión sobre la corte de Inglaterra y sus guerras.
    Gran parte del éxito –será legítimo que lo logren- se deberá a la formidable creación que hace Pedro Casablanc, que, por cierto, en su caracterización nos recuerda al Falstaff de Orson Welles en su Campanadas a media noche. En realidad, todo el reparto hace milagros para subir esta función, a pesar de los conocidos y admirados actores. Lo cómico va cansando, deja de sorprender, y, afortunadamente, se detienen en momentos magistrales de Shakespeare sobre la ambición política, la podredumbre y la traición hasta la batalla de los muertos. En la representación, los versos se respiran con emoción. Pero luego se van otra vez. Vamos esperando a que lleguen a la meta para aplaudir y marcharnos. Pero se añadirá aún una escena, inventada, en la que se representa la muerte de Falstaff, más allá de su condena al destierro por el nuevo Rey Enrique V. Esta escena tiene una hermosa expresión entre el humor y el drama del seboso protagonista.
Enrique Centeno

miércoles, 16 de marzo de 2011

Woyzeck **

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Autor: Georg Büchner.

Versión: Juan Mayorga.
Intérpretes: Javier Gutiérrez, Markos Marín, Chani Marín, Jesús Noguera,
Helio Pedregal, Lucía Quintana, Sergio Sánchez, Marina María Sereseski,
Mariano Martín, Trinidad Iglesias, Andoni Larrabeiti, Jon Bermúdez,
Críspulo Cabezas, Sara Sierra, Elena Castañeda, Ana Marita Zafra.
Escenografía: Max Gleenzel y Estel Cristià.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Vestuario: Alejandro Andújar.
Movimiento escénico y coreografía: Chevi Muraday.
Dirección: Gerardo Vera.
Teatro: María Guerrero. (CDN) (11.3.2011)
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Reza otra vez el soldado Woyzeck. Conocido y necesario, siempre para poder admirarlo y emocionarse, y necesario para quienes aún no conozcan este anticipado teatro que escribió Georg Büchner. (Se ofrecen varios montajes en las anteriores páginas del blog).
    Juan Mayorga se ha ocupado de adaptar esta tragedia que el autor dejó algo desordenada e incluso incompleta. Un manuscrito aparecido en un cuaderno tras su muerte (v. 1830-1837), y que tardó casi medio siglo en ser publicado. El texto contiene 25 escenas, cortadas y enlazadas sin sucesión, y un final imaginable pero no presente. Entre los personajes internos, una es la Coplera, y se monta como prólogo inicial. A Gerardo Vera le gusta Brecht -quien conoció la obra de su compatriota Büchner-, y ha utilizado esa distanciación montando una barraca o teatrillo portátil, verbenero, con una compañía que anuncia y avanza la verdadera historia de Woyzeck, entre la diversiones y la tragedia social. Brillantísima escenografía de Glaenzel y de Cristià, iluminada por Juan Gómez-Cornejo. Juegos de lucimiento coreógrafico entre bailes, rupturas y textos en altavoz. Oiremos, entre otras, la copla popular sobre los acontecimientos: “Esta es una triste balada./ La historia de un pobre Woyzeck; / de él nunca se supo nada/ después de lo que os contaré/ ¡Pobre Woyzeck! ¡Oh, pobre Woyzeck!” (Este texto puede no ser idéntico al de esta versión).
    Con este decorado, toda la historia aparece hundida en un ambiente tenebroso. Un justo expresionismo que, sin embargo, impide crear escenas vivientes. Se ha construido en la zona central una baja fosa que sirve para recoger algunos de los momentos más íntimos. Es aquí –o así lo podemos pensar- la casa de Woyzeck y Marie, mujer que ha olvidado ya su amor entre rechazos, desprecios y protestas por la pobreza y su maternidad. Aquí sucede una de las perfectas escenas de la obra. La sensualidad de Marie y el macho Tambor Mayor que poseerá a la mujer -y que más tarde la abandonará-, en una apasionante y plástica composición: con dos formidables intérpretes, tanto Lucía Quintana, como Markos Marín.
    El mismo espacio sirve para formar un pantano en el que se encorvan las altas cañas que deben recoger tanto Woyzeck como Andrés, compañero de la pobreza, en conversaciones sobre la carencia, personaje que interpreta con talento Chani Martín.
    La primera acción de la obra es siempre sorprendente, potente, en la que nuestro soldadito, barbero del cuartel, afeita al Capitán -Jesús Noguero, perfecto- en movimientos corporales que acercan el filo de la navaja a su cuello como una tentación. Es en realidad el comportamiento del mando y del criado. Desde este momento nos enseña Büchner el poder y la sumisión, el conocimiento ante la ignorancia. La misma actitud tendrá el Doctor, decidiendo juntos hacer el experimento con Woyzeck, una cobaya humana. Con este médico hace una rica creación el actor Helio Pedregal.
    Son tantas humillaciones, miserias y metamorfosis médicas, que la desvergonzada y adúltera Marie terminará como estaba previsto en la tragedia; él se alejará con las ropas ya teñidas de sangre.
    Este tormentoso Woyzeck es complicado, necesita un análisis entre el levantamiento, sus reacciones ante la represión y la respuesta a su destrucción por el poder, la necesaria respuesta violenta y valiente. Javier Gutierrez es un estupendo actor, pero a este personaje no le ha terminado de entender o de reflejar. Lo hace un poco tonto, medio idiota, como con una mente pobre; no se acerca más allá de la inocencia o la espontaneidad criminal comprando ese cuchillo; no llegamos a comprender o a entender qué le está pasando durante la obra hasta llegar a su decisión final. Con todo respeto, aseguramos que el personaje se le ha escapado del todo.
    No es malo el montaje, pero no contiene la suficiente tensión en el viaje de Woyzeck.
Enrique Centeno

Woyzeck *

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Autor: Georg Büchner.
Traddución: Jôao Barronto

Intérpretes: Antonio Fonseca, Antonio Julio,
Catarina Requeijo, Cátia Pinheiro, Daniel Pinto,
Nuno Cardoso, Joâo Miguel Melo, Luis Araújo,
Miguel Rosas, Patricia Brandâo, Paulo Moura Lopes,
Tónan Quito.
Escenografía: F. Ribeiro.
Vestuario: Teresa Azevedo.
Música: Sérgio Delgado.
Dirección: Nuno Cardoso. (T.N. Sâo Joâo)
Teatro: La Abadía. (26.1.2006)
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La tentación de los directores es en ocasiones la búsqueda del título que les permita mostrar su talento, su visión personal o la originalidad, superando al propio autor, como en este caso al propio Büchner.
    Pues bien, ahora llega la compañía portuguesa de Oporto. Se presenta, en intercambio con La Abadía, con un elenco de calidad. Una escenografía llamativa con incomprensibles subidas y bajadas por una base de entreolas: nos place la estética, pero no entendemos sus movimientos por arriba y por abajo. La adaptación utiliza un texto desordenado respecto al original, cortado y con añadidos. Se persigue la brillantez, se mueve aquella María –la asesinada por el soldado- con carrito de bebé, de aquí para allá, y Woyzeck parece pertenecer a las comedias románticas. El drama queda en un juego, rico, de efectos como el espejo, la lupa o el circo. Y la tragedia, la defensa de aquel hecho real –en él se basó el autor- es aquí otro aprovechamiento para alejar el reflejo social del revolucionario Büchner. Preferimos recordar de nuevo su copla popular que corrió de mano en mano: “De él nunca se supo nada/ después de lo que ya os conté/ ¡Pobre Woyzeck!, ¡Oh pobre Woyzeck!”.
E.C.

Woyzeck ****

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Autor: Georg Büchner.

Canciones y música: Tom Waits/ Kathleen Brennan.
Dirección: Robert Wilson.
Comañía Betty Nanden, Dinamarca.
Teatro: La Zarzuela. (1.11.2001)
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La superación del musical

En estos tiempos en los que el llamado género musical se adueña de los escenarios de las principales capitales del mundo, parece como si Bob Wilson quisiera demostrar que hay algo más allá de los productos de Broadway y de Londres. Ha traído al Festival de Otoño, de la mano de la compañía danesa Betty Nansen, nada menos que al clásico y áspero contemporáneo Woyzeck, el indefenso y oprimido soldadito, engañado y desconcertado, que imaginó su autor –basándose en un hecho real- hace casi siglo y medio. La verdad es que se acude a ver los trabajos de Wilson, al menos en nuestro caso, con el escepticismo de encontrarse ante un espectáculo esteticista y superficial, porque así lo ha hecho en otras ocasiones. Y nos encontramos con el desentrañamiento, desde la vanguardia, de uno de los grandes del teatro contemporáneo hasta unos límites que producen el pasmo.
    Meterse en la piel de Woyzeck no significa, lo ha dejado claro Wilson, hacer claroscuros, expresionismos ni surrealismos. La historia de este infeliz puede ser contada desde la arquitectura minimalista, desde el nuevo absurdo de colores y geometrías. Lo que nos ha mostrado este creador es una ruptura formal sin precedentes que, sin embargo, se nutre de los grandes dramas del hombre, que son los nuestros propios. El espectáculo es deslumbrante, inquietante, insólito, estremecedor en su contenido y en su forma. Traspasa cualquier otra cosa vista en nuestros escenarios en mucho tiempo. No sólo por Bob Wilson, creador de todo el diseño del montaje, sino también por la música y las canciones de Tom Waits, cada una de ellas estremecedora. Este espectáculo es superador de todo ello, porque la perfección casi insultante del reparto hace que nuestros musicales parezcan bisutería al lado de este fenomenal espectáculo para el placer, para la consciencia, para la formación, la memoria y el aprendizaje sobre nosotros mismos. (Un tirón de orejas a quien corresponda: los sobretítulos, un desastre, sobre todo porque no se traducen las letras de las hermosísimas canciones ni se suministran en los programas).
Enrique Centeno




Woyzeck ***


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Autor: Georg Büchner.

Adaptación: María Fernández Ache.
Intérpretes: Dritan Brahimilari, María Fernández Ache,
Germán Varone, Agustín Ustarroz, Pablo Scola,
Javier Rojas, Salvador Quesada.
Dirección: Luis Garván (Globo Teatro).
Teatro: Triángulo. (10.2.1999)
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Inmigrante acosado

Marcó un hito en la dramaturgia contemporánea cuando el joven Büchner la escribió, en 1836. Sigue viva, magistral, conmovedora en su dialéctica, brutal en su denuncia, e innovadora en su estructura (no es posible comprender importantes tendencias escénicas posteriores sin el Woyzeck). Se ve así todavía, y no precisa de adaptaciones ni dramaturgia alguna, ni siquiera por el hecho de que el autor alemán la dejara inconclusa. Lo cual no significa, en modo alguno, que no pueda hacerse una lectura más evidente sobre una realidad concreta, sobre todo si, como en este caso, se hace con coherencia y se aprovecha bien la lección de aquel visionario, que no hizo sino aprovechar el material que un hecho histórico le brindaba.
    El desdichado Woyzeck no es aquí un soldado, ni un trabajador perteneciente al proletariado, sino que pertenece a ese nuevo lumpen que las sociedades desarrolladas están creando merced a la explotación del inmigrante. Éste, en el que se ha convertido, ha llegado de un país de Europa del Este y, como el personaje original, se encuentra asediado, cercado por el abuso de poder, por la explotación, por su indefensión en un mundo del que ni siquiera domina el idioma. A ello obedece la infidelidad de su amante y el horrible crimen del desdichado Woyzeck, cuya trayectoria de círculo asfixiante avanza, al mismo tiempo, con una perfección dramática portentosa.
    El texto ha sido bien entendido, y la puesta en escena, bronca, conservando la estética expresionista, posee hallazgos plásticos en la escenografía, la iluminación, y en momentos de hermosa coreografía. Todo transmite esa inquietud, esa zozobra del personaje en un mundo hostil. Debería el director, que hace un buen trabajo, contemplarlo de nuevo, y observaría que la crispación con la que se inicia el espectáculo, y que se mantiene bien, impide sin embargo el crecimiento del drama, la carrera del personaje hacia la destrucción. Los gritos de la primera aparición del Capitán –aquí no se le afeita, en esa escena ya clásica, sino que se le aplican masajes en una silla de ruedas, en la que permanece inválido, en el cambio quizá más audaz hecho a los personajes- sería un ejemplo de lo que queremos decir. Por lo demás, hay una interpretación brillante, sincera en algún caso –la del protagonista o la de María-, atenta más a los tipos que a la interiorización en otros. El espectáculo, que posee indudables dificultades, se resuelve bien en su conjunto.
Enrique Centeno

Woyzeck ***


Woyzeck o la tragedia sin misterios
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Autor: Georg Büchner.
Intérpretes: Eusebio Lázaro, Marina Saura,
Manuel de Blas, Miguel Gallardo, Eduardo Mac  Gregor,
Carlos Manuel Díaz, Eva del Palacio, Paco Plaza,
Jorge Viroga, José Luis Sanjuán, Mauro Muñiz, Amador Rehak.
Vestuario: Antonio Cascales.
Escenografía: Antonio Saura.
Versión y dirección: Eusebio Lázaro.
Teatro: Martín. (1.3.1985)
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El soldado Woyzek, "fusilero del 2º Regimiento", tenía 30 años cuando fue ejecutado por acuchillar a su mujer. George Büchner, médico interesado por los mecanismos del comportamiento humano, conoció el hecho por los atestados judiciales del caso e imaginó su historia, que no llegó a terminar por su prematura muerte a los 24 años (1837).
    Perseguido por sus actividades revolucionarias, Büchner representa, junto con otros autores de su tiempo, el momento de ruptura con una dramaturgia lineal y orgánica que basaba sus tragedias en la grandeza del héroe, en la predestinación sacralizada y en la catarsis. Nos referimos al drama romántico, que cronológicamente hubiera correspondido hacer a este verdadero precursor.
   ¿Qué móviles podrían haber llevado al soldado Woyzeck a degollar a su mujer? La primera consideración de Büchner es tratar y concebir al personaje como un verdadero proletario o servidor, como un criado del ejército. La innovación acababa de producirse al elevar a un criado a la categoría de protagonista; pero, además, el héroe clásico será reemplazado por un hombre débil, cargado de taras, y sus acciones se dispersarán en el tiempo y en el espacio para presentar, fraccionadamente (es una sucesión de breves y condensadísimas escenas), los elementos externos que van condicionando su conducta. Estas consideraciones -a las que podríamos añadir muchas más- son suficientes, como se ve, para que Woyzeck sea valorada como una obra premonitoria, un texto que anuncia los nuevos caminos del teatro contemporáneo.

La conciencia del débil

Woyzeck no puede verbalizar sus miserias, lo cual no significa -en ello consiste uno de los espléndidos hallazgos de Büchner- que no las sienta. Sabe que es "un pobre hombre", nota el acoso al que es sometido por su capitán, por el doctor cientifista que le utiliza como conejillo de experimentación, por un mundo, en suma, que se recrea en su miserable condición, y que incluso llega a disfrturar -así lo hace su capitán- recordándole que aún le quedan interminables años de existencia, en la proverbial escena primera -la tercera en el montaje que hemos visto- en las que el soldado afeita a su amo y soporta sus contradictorias filosofías. Pero Woyzeck, aunque no verbalice, piensa, intuye su soledad, su explotación; sabe que la moral, la "virtud" burguesa que se le exige, es sólo patrimonio de quienes poseen la riqueza: él no puede ser "virtuoso". Por eso constituye un peligro, precisamente por su pura y simple condición de desheredado: "vas por el mundo como una navaja abierta", le dice su capitán, y añade después: "y las navajas cortan".
    El asesinato de su propia mujer -en cuya "infidelidad" reside una transgresora y hermosísima grandeza-, víctima también de la situación doblemente opresora, como desheredada y como mujer, constituye, en definitiva, el ciego acto de rebelión del soldado.
    El montaje que ha concebido Eusebio Lázaro no deja fisura alguna en los elementos que van configurando al personaje, de modo que cada escena potencia su nuclearidad y marca, al mismo tiempo, la progresión en la comprensión de Woyzeck. En la misma línea de rigor está su propia interpretación y la dirección de los demás personajes, muy especialmente en la simplicidad y grandeza de María, para cuya interpretación Marina Saura ha sabido desdeñar tentadores y fáciles recursos.
    Antonio Saura ha creado casi un antiespacio escénico abierto, infinito, que permite la multiplicidad de acciones con un elemento escenográfico fijo, pleno de sugerencia, que conforma una síntesis plástica de muchos ismos y que otorga al montaje su necesaria universalidad.
    La gran dificultad del montaje es sin duda la vertiginosa sucesión de las 27 rápidas escenas, en las que forzosamente se producen altibajos. En todo caso, bienvenido sea este Woyzeck, a pesar de opiniones contrarias que escuchamos a la salida la noche de su estreno.
Enrique Centeno

miércoles, 9 de marzo de 2011

Viaje del Parnaso *

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Autor: Miguel de Cervantes.
Versión de Ignacio García May.

Intérpretes: Israel Elejalde, José Luis Alcobendas, Fernando Cayo,
José Luis Patiño, Iñaki Rikarte.
Escenografía, atrezzo y vestuario: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso.
Música: Alicia Lázaro
Dirección: Eduardo Vasco.
Teatro: Pavón, CNTC. (21.12.2005)
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En este final del cuarto centenario de la edición de El Quijote, 1615, la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) hace su homenaje a Cervantes poniendo en escena su novela Viaje del Parnaso. Lo escribió como poema –más de 3.000 versos-, con acciones mitológicas, en el que quiso criticar y condenar a los numerosos “malos poetas”, dejando ya a muchos de ellos en tierra, antes de embarcarse en una nave camino del Monte de Parnaso. Y ya en la mar, surgirán continuas batallas ante los ataques de los mediocres poetas contra los grandes autores. No quiso Cervantes mencionar los nombres, aunque se citó a sí mismo –varios de sus títulos y datos personales- con humildad, en ese terceto tan llamativo que se incluye ya en los libros de texto: “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo”. Fue también poco magistral en las comedias –sí incomparable en sus Entremeses- vencidos sus endecasílabos por los octosílabos de Lope. Tal vez así ha preferido la CNTC, en su celebración, recurrir a la novela en lugar de a la dramaturgia. Una astucia para intentar agarrarse al Parnaso con escenas de la mitología -con su habitual soberbia- que aquí le sirven para un ritual de festín coloreado.
    El procedimiento para poner en escena la novela épica, abreviada en la versión de Ignacio García May, es simple: cinco actores que se distribuyen fragmentos de los originales, a veces con creación de personajes que consiguen más bien imitaciones. Con títeres que, con sus negros vestuarios, se ocupan de manipular muñecos o de formar sombras chinas. Con las voces en verso –en conjunto correctamente afonadas- van llegando al espectador los estupendos títeres, y va cansándole esta larga función de teatrito: en las fiestas de cumpleaños deben durar, como mucho, media hora, y sería obligatorio, como aquí, esconder a Cervantes en lugar de darle un bofetón. Lo que mejor mantiene el interés es el propio saber de los dibujos, telones, vestidos, maderas, atrezos, máquinas de efectos y entretenimientos. Ayuda también un conjunto de músicos que tocan y cantan algunas métricas (la primera, creemos que pertenece a Paco Ibáñez, no declarado), y con todo ello tenemos aquí otra vez la categoría de la actual Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Enrique Centeno

Tragicomedia Don Duardos ***

_______________________________________________________ Autor: Gil Vicente.
Versión de A. Zanora
Intérpretes: Francisco Merino, Fernando Cayo, Jesús Fuente,
Fernando Sendino, Clara Sanchis, María Álvarez, José Ramón Iglesias,
José Cocente Ramos, Savitri Ceballos, Daniel Albadalejo, Eva Tarancón,
Arturo Querejeta, Nuria Mencía.
Vestuario: Deborah Macías.
Escenografía: Richard Cenier.
Música: Alicia Lázaro.
Dirección: Ana Zamora.
Teatro: Pavón, CNTC. (15.2.2006)
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Hacía tiempo que no veíamos en la Compañía Nacional de Teatro Clásico un montaje leal donde poder gozar, conocer y comprender la época, sin falsear a los clásicos con directores deseosos de exhibir sus propias creaciones.
     De Vicente Gil (¿1470-1536?), autor portugués- castellano, se nos muestra en este texto su encantadora poesía. Su teatro renacentista estaba ya en el pórtico del Siglo de Oro, cuando enseguida llegó la versificación logrando la popularidad de las fuentes surgidas desde el siglo XII –anónimo fue el más antiguo con Los Reyes Magos – hasta el definitivo Lope de Vega. La obra de Gil Vicente produce la ternura, dulzura y goce con sus octosílabos de pie quebrado: qué coplas de personajes tan bellos. Calificado por el autor como Tragicomedia, queda sobre todo en una obra de amor con un contrario militar noble. Es el sentido que afirmó: “Contra la muerte/ nadie no tiene valía”. Lo que le da sentido a la historia de Don Duardos es su enamoramiento de una campesina. Este personaje se ve obligado a fingir y aprender el mundo humilde: canciones, bailes, tratamientos y relaciones. La muestra de aquel mundo transcure entre la verdad y la fantasía mentida de Gil Vicente, protegido por su Rey. Por eso decimos que así se goza hoy la autoridad de la puesta en escena sin caer en la ruptura, versión e imaginación de la Historia y huida del Siglo de Oro.
    La directora Ana Zamora cuida su Renacimiento mimando el texto en cada actor, un reparto que, en conjunto, rima y canta con sus personajes (será injusto no citar, sobre todo, a Fernando Cayo, Fernando Sendino y Clara Sanchis). Son excelentes los músicos, que con la vihuela, el órgano, el laúd y la flauta logran –repetimos- el encanto del espectáculo. Se introduce el humor con la pobre “fea” del campo, interpretada por el actor –sin afeitarse, que está de moda- lleno de amor.
Enrique Centeno

domingo, 6 de marzo de 2011

Noches blancas **

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Autor: Fiodor Dostoievski.

Intérpretes: Raúl Chacón, Lorena Roncero.
Adaptación y Dirección: Jaroslaw Bieiski.
Teatro: Réplica. (4.3.2011)
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Se está celebrando el Año Dual España-Rusia en el que ambos países intercambian y organizan actuaciones culturales. Aquí en Madrid, Réplika Teatro dedica su sala durante este mes de marzo a Dostoievski, considerándolo como homenaje en el 190 aniversario de su nacimiento. Es necesario señalar que la inauguración, antes del estreno, se ha presentado por el embajador de Rusia, Kuznetsov, en una pequeña conferencia acerca del autor, de su interiorismo, independencia y prisión durante el zarismo. Y citó también la admiración que sintió hacia El Quijote: buena cita literal en esta celebración. Fue escuchado y agradecido con entusiasmo. Se hizo después el oscuro y se inició la primera representación, Noches Blancas.
    Es uno de los iniciales relatos que escribió Dostoievski, cuyo sentimentalismo la ha convertido en una de sus conocidas y sencillas obras. Ha sido a veces adaptada al teatro e incluso al cine (Visconti). En su preferido procedimiento, el autor utiliza la primera persona como narrador. En el escenario, será su personaje quien reflexiona y recuerda la historia de aquellas cuatro Noches blancas. Un monólogo interior que el actor, Raúl Chacón, -con el director, Jaroslaw Bielski-, transmite en tonos más meditativos: es lento, y el texto captura gracias al propio relato. Tal como en la novela, en su paseo por el parque descubrirá en un banco a la joven llorosa. Y aproximándose, comienzan sus diálogos. Ella vive en la tristeza por haberse alejado su prometido, e irá acercándose su amistad. Confiesa este idealista muchacho su soledad y el completo desconocimiento de las mujeres. Ella le explica que quedó huérfana, ya muy niña, y que vive desde entonces con su abuela, ciega, y con la madura matrona, sorda. Este melodrama –tenía Dostoievski 27 años- produce al público un cierto humor no deseado. La actriz, Lorena Roncero, da al personaje un carácter de inocencia e ingenuidad, a veces llegando a parecer una jovencita ignorante; tanto, que en los diálogos poéticos aparecen los encuentros de dos personajes imposibles de emocionar; quizá únicamente en la última escena con la huída de la chica hacia el antiguo amor. El montaje no ha querido presentar ese doble sentido entre la realidad y el sentido humano que llegó a convertir a Dostoiovski en uno de los grandes maestros de la novela rusa.
Enrique Centeno

miércoles, 2 de marzo de 2011

El castigo sin venganza *

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Autor: Lope de Vega.
Intérpretes: Gerardo Malla, Jesús Teyssiere, Manuel Sámchez Ramos,
Rodrigo Arribas, Jesús Fuente, Alejandro Mayo, Belén Ponce de León,
Bruno Ciordia, Lidia Otón.
Escenografía: Almudena López Villalba.
Vestuario: Susana Moreno.
Iluminación: Chahine Yabroyan.
Dirección: Ernesto Arias. (Rakatá)
Teatro: El Canal. (10.2.2011)
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Un mes después de representarse El castigo sin venganza, montada por Miguel Narros, sorprende que aparezca este título en el mismo teatro del Canal.
    Hace muchos años que este director lo hizo ya en el teatro Español -Octubre, 1985, en cuyo reparto figuraban nada menos que Luis Pellicena, Inma de Santis, Ana Marzoa o Juan Ribó, entre otros-, un montaje inolvidable que ya no nos deja aceptar las insuficientes puestas en escena de este Lope. La última vez lo vimos con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (Teatro Pavón, 27.4.2005), ya en el periodo de su hundimiento.
    La que ahora comentamos pertenece a la compañía Rakatá, a la que vimos hace dos temporadas, en este lugar, en un estupendo montaje de Fuente Ovejuna (v.), y por eso hemos acudido ahora a contemplar de nuevo El castigo sin venganza, otra de las mejores obras del Fénix. Antes del texto teatral, se escucha un largo prólogo explicando, con una cuidada voz en off grabada, la historia que se va a representar, cuyo sentido didáctico no parece justificado, a no ser que se desconfíe de la representación o, peor aún, que se considere al público algo torpe. Y sí se recita muy bien la rica versificación. Lo que más le importa al director –Ernesto Arias- es respetar la métrica, los ritmos y sus estrofas. Pero la creación de los personajes y de sus acciones escénicas aparece escasamente y, por no juzgar, con demasiada torpeza. Escuchamos más bien los versos, porque los personajes están en el aire, dejando para el director las lecturas o lucimientos. El admirado actor Gerardo Malla, consigue casi crear el personaje del Duque de Ferrara, en escenas divertidas del inicio, aunque tampoco reprime el énfasis en los momentos trágicos. Pero el hijo, Federico, lo hace Rodrigo Arribas, actor joven y aún verdísimo para asumir tal personaje; y la adúltera madrastra, Casandra, es igualmente demasiado para Alejandra Mayo. Estos enamorados, alejados aunque cerca y adosados al suelo, en sus declaraciones carecen de electricidad. El más vivo personaje es el acompañante de Federico en el viaje y el regreso de Mantua con la prometida Casandra, -robada ya en el camino y descubiertos en las noches del palacio-, el inteligente criado Batin, que Jesús Fuentes crea con mucha inteligencia.
    Nos gustó escuchar y disfrutar los versos en uno de los reconocidos dramas de Lope de Vega. No siempre podemos escuchar tanta genialidad entre redondillas, décimas o romances que en cada momento son lecciones de nuestro teatro clásico.
Enrique Centeno