miércoles, 16 de marzo de 2011

Woyzeck ***


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Autor: Georg Büchner.

Adaptación: María Fernández Ache.
Intérpretes: Dritan Brahimilari, María Fernández Ache,
Germán Varone, Agustín Ustarroz, Pablo Scola,
Javier Rojas, Salvador Quesada.
Dirección: Luis Garván (Globo Teatro).
Teatro: Triángulo. (10.2.1999)
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Inmigrante acosado

Marcó un hito en la dramaturgia contemporánea cuando el joven Büchner la escribió, en 1836. Sigue viva, magistral, conmovedora en su dialéctica, brutal en su denuncia, e innovadora en su estructura (no es posible comprender importantes tendencias escénicas posteriores sin el Woyzeck). Se ve así todavía, y no precisa de adaptaciones ni dramaturgia alguna, ni siquiera por el hecho de que el autor alemán la dejara inconclusa. Lo cual no significa, en modo alguno, que no pueda hacerse una lectura más evidente sobre una realidad concreta, sobre todo si, como en este caso, se hace con coherencia y se aprovecha bien la lección de aquel visionario, que no hizo sino aprovechar el material que un hecho histórico le brindaba.
    El desdichado Woyzeck no es aquí un soldado, ni un trabajador perteneciente al proletariado, sino que pertenece a ese nuevo lumpen que las sociedades desarrolladas están creando merced a la explotación del inmigrante. Éste, en el que se ha convertido, ha llegado de un país de Europa del Este y, como el personaje original, se encuentra asediado, cercado por el abuso de poder, por la explotación, por su indefensión en un mundo del que ni siquiera domina el idioma. A ello obedece la infidelidad de su amante y el horrible crimen del desdichado Woyzeck, cuya trayectoria de círculo asfixiante avanza, al mismo tiempo, con una perfección dramática portentosa.
    El texto ha sido bien entendido, y la puesta en escena, bronca, conservando la estética expresionista, posee hallazgos plásticos en la escenografía, la iluminación, y en momentos de hermosa coreografía. Todo transmite esa inquietud, esa zozobra del personaje en un mundo hostil. Debería el director, que hace un buen trabajo, contemplarlo de nuevo, y observaría que la crispación con la que se inicia el espectáculo, y que se mantiene bien, impide sin embargo el crecimiento del drama, la carrera del personaje hacia la destrucción. Los gritos de la primera aparición del Capitán –aquí no se le afeita, en esa escena ya clásica, sino que se le aplican masajes en una silla de ruedas, en la que permanece inválido, en el cambio quizá más audaz hecho a los personajes- sería un ejemplo de lo que queremos decir. Por lo demás, hay una interpretación brillante, sincera en algún caso –la del protagonista o la de María-, atenta más a los tipos que a la interiorización en otros. El espectáculo, que posee indudables dificultades, se resuelve bien en su conjunto.
Enrique Centeno

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