miércoles, 27 de julio de 2011

La ópera de los tres reales ***

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Autor: Bertolt Brecht.
Música: Kurt Weill.
Traducción: Pepe Sendón.
Intérpretes: César Goldi, Alba Messa, Víctor Mosqueira,
Mónica de Nut, Marco Orsi,Marta Pazos, Francisco Péres "Narf",
Muriel Sánchez, Begoña Santalices, Luis Tosar, Sergio Zearreta.
Escenografía: Baltasar Patiño.
Coreografía: Mónica García.
Dirección musical: Diego García Rodríguez.
Dirección: Quico Cadaval.
Teatro: Fernán-Gómez. (21.7.2011)
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      Es un caramelo envenenado. Brecht explicó como hacer para salvar su teatro, y La ópera de los tres reales –una de sus principales obras- es la permanente tentación de los directores. La que hoy vemos la ha producido el Centro Dramático Galego (CDG), y ha tenido el afecto –agradecido- de representarlo aquí en  castellano, naturalmente no en las canciones.
    Bajo un puente de barras metálicas –de poco uso-, el decorado tiene una  escalera de music-hall de los años treinta, como destinado a una vedette. Se trata de representar la obra como una distanciación de la historia del bandolero Mackie.
La verdadera historia de Mackie Navaja (a quien el traductor ha querido llamar con el alias “Faca”, como también ha utilizado tres reales, en cuyo título es el de centavos, o céntoms.), anuncia la función con un deambulante cantante. El CDG lo convierte en un ciego con zanfona -reconocemos al gallego Valle-Inclán en su obra El embrujado-, y lo clava  el actor César Goldi.
    El director Quico Cadaval ha respetado, afortunadamente, todo el estilo y enseñanzas de Brecht. Prácticamente, en todos los elementos como carteles, pancartas, telón americano, rupturas. Pero le ha añadido algo profundamente discutible: la mayor parte de las escenas las monta con una tendencia humorística, una farsa en ocasiones cercana al esperpento. El alemán quería romper y volver continuamente a la historia dramática, como enseñanza social y política.
    Es la explotación a los propios mendigos, la corrupción de la policía –sus personajes de Jeremías Peachum y Brown, El Tigre, ambos muy bien interpretados por César Goldi y Marcos Orsi, con estupendas canciones-o el perdón de la maldad, concediendo la libertad al ladrón, violador y asesino Mackie. Lo hará el Rey por su celebración  de la coronación mediante un mensaje (la llegada del lujoso uniformado, sobre un triciclo con cabeza de cartón, es la carcajada masiva: ¿era también nuestra propia burla?). En este montaje, el Rey se ha cambiado por el Papa, a quien el pueblo espera con entusiasmo su llegada –lemas en carteles-  a la ciudad donde se montará el recibimiento y adoración. Precisamente, con la casualidad de que en Santiago de Compostela, donde  se encuentra el CDG, se está preparando ahora la llegada de Benedicto XVI.
    Ante la inadecuada escenografía, y con una coreografía de escaso valor, todos los actores hacen un difícil trabajo –muchos de ellos duplicando o triplicando a los personajes- luchando y consiguiendo creaciones magníficas. Otra cosa es el resultado de Mackie, con sus continuas y torpes pausas, sin respuestas vivas en los diálogos. Lo hace el prestigioso actor Luis Tosar, que, además, canta sus baladas.
    Y ahí está el gran Kurt Weill, de quien depende, fundamentalmente, La ópera. Canciones inolvida bles, emocionan-tes, que vamos recibiendo en cada escena. No es fácil contar con un buen elenco de actores capaces de cantar. Y en este espectáculo hay una perfecta y rica calidad, bajo la orquesta que dirige Diego García Rodríguez. Son ellas –sobre todo las actrices- quienes expresan sus relatos, baladas o protestas en los versos de Brecht.  No hay excepción. Y es natural que destaquen los principales personajes, como La Señora de Peachim, madre, a quien Begoña Santalices planta y canta, entre otras, la  Balada de la dependencia del sexo. La prostituta Jenny, el amor perdido de Mackie, la crea  Mónica de Nut, de muchísimo talento, que muestra su fuerza en la canción de Jenny la de los piratas o, ante el telón, la impresionante Canción de Salomón. Muriel Sánchez muestra, igualmente, su gran calidad, en esa Polly, “esposa” –en la falsa boda- con un dueto riquísimo en el enfrentamiento con Lucy –estupenda Alba Messa en todas sus escenas-, apasionada amante del burdel. Se mantendrá entre ellas una dialéctica, celos divertidos  sobre la posesión de Macky, con el Dueto de los celos.
    Las rupturas de este teatro, marcadas por Brecht,  el director Cadaval las obedece, ciertamente –no es tan frecuente-, con una lealtad muy agradecida.
Quizá, excesiva esa ruptura, -distanciación  que no siempre observamos en otros montajes-, porque su insistencia llega a alcanzar la farsa. Son muchos esfuerzos, es una compañía de grandes actores –no debemos repetir quién no es capaz- en este gozoso espectáculo.
Enrique Centeno

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