viernes, 29 de julio de 2011

Las señoritas de Aviñón ***

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Autor: Jaime Salom.
Intérpretes: María Asquerino,
Carlota Alonso, Beatriz Rico, Yolanda Ulloa, Bárbara Lluch,
Fran Sariego, Montse Cot.
Escenografía: Wolfgang Burmann.
Figurines: Javier Artiñano.
Dirección: Ángel Fernandez Montesinos.
Teatro: Príncipe Gran Vía. (15.3.2001)
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El teatro que queremos


Con Las señoritas de Avignon produjo Picasso, en 1907, una de las grandes conmociones de la historia de la pintura contemporánea. Su sofisticado título, como se sabe, responde en realidad al de las meretrices de un burdel que el pintor frecuentaba en la barcelonesa calle de Avignon. El autor Jaime Salom, que ya ha tenido otras debilidades hacia los pintores (recuérdese su excelente Casi una diosa, a propósito del extravagante Dalí), ha mirado el cuadro y se ha preguntado por esas cinco mujeres del lienzo. O sea, a quién pudieron pertenecer esos rostros, esas caderas, ese pubis, esos cuerpos desnudos que él veía en sus correrías entre la bohemia y la golfería. El asunto, ya se comprenderá, atrapa desde su propio planteamiento.
    Hay un recurso, siempre eficaz en el teatro, que consiste en el recuerdo, en el tiempo que va y viene, y que aparece ante el espectador de forma inmisericorde. Salom lo aprovecha doblemente: primero, porque nos traslada al tiempo de Picasso y sus andanzas por aquel prostíbulo; después, porque son las mismas protagonistas del cuadro quienes rememoran, años después, todo lo ocurrido en aquel lenocinio de viejos terciopelos. Jaime Salom juega con el tiempo y se aprovecha de él para contarnos lo que pudo suceder, lo que sucedía en realidad –la guerra de Cuba, la Semana Trágica, la frustración cultural, el desamparo de la mujer y muchas más cosas- y construir una historia dramáticamente conmovedora. Organiza escenas de arriesgados y acertados diálogos y va haciendo el retrato, uno a uno, de aquellas señoritas. Desde la madame a su hija, separada del colegio a los quince años; de las dos hermanas, una enamoradiza del propio Picasso, y otra de tendencias lésbicas; de la brutota y realista a la amargada y trágica que terminará en final fatal.
   En esta fantasía sobre el gran cuadro, hay en el pintor una instrospección sobre el mundo de la mujer, verdaderamente sorprendente, sabio, conmovedor, aunque ya sabemos que estos personajes no son los del cuadro. O quizá sí, quién sabe. También retrata el autor a Pablo, el joven atribulado, inquieto, sediento de sexo y de amor, de viajar a París, de intentar hacer que sus ojos miren de una manera diferente a lo que se entiende por realidad.
     Las señoritas de Aviñón es obra de autor que recupera un teatro que ya aparece, por desgracia, pocas veces en nuestros escenarios. Ambiciosa, de perfecta construcción, densa en sus conceptos y lúdica en sus formas, alejada de la liviana escena que suele triunfar entre nosotros y digna de uno de nuestros mejores autores. Se ha montado con preciosa escenografía y magnífico vestuario y con un excelente reparto en el que destaca, sobre todo, una María Asquerino arrolladora, llena de talento, de humanidad y de gracia dentro de la escuela de esos cómicos nuestros que tanto se echan de menos. Para ella fueron, sobre todo, las ovaciones de un público entregado la noche del estreno. La función la ha dirigido muy bien Ángel Fernández Montesinos, más certero en los pasajes de comedia que en los dramáticos, y todo posee ese sello del teatro de siempre, de la escena sabia, de las tablas en las que se comunica algo más que un juego. Se dice a veces que el crítico debería servir para corregir o apostillar. Pues bien, la primera escena precisa de una urgente corrección en cuanto al gestus colectivo y el ritmo actoral, y la última, que ha sido modificada respecto al original que conocemos, entra en un edulcoramiento innecesario. Hablaron desde la escena, la noche del estreno, el autor, la actriz protagonista y el director. Cualquiera hubiésemos querido intervenir para decir que éste es el teatro que queremos.
Enrique Centeno

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