miércoles, 27 de julio de 2011

Los chiquipandas ●

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Guión: Luis Navarro y Alberto Martín.
Música: Nino Sánchez 
 Dirección: Luis Navarro.
Lugar: Teatro Alcázar. (9.9.2000)
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Una estafa para niños

Inaugura este espectáculo la cartelera que nuestros teatros preparan ya de cara a las vacaciones de los niños, a las festivas fechas que nos amenazan ya. Cualquier pretexto será entonces bueno para arrancar a los chavales de la pantalla del televisor, de despojarlos del mundo virtual para acercarlos a la creación viva. Incluso para poder tener un pretexto para charlar con sus padres y reflexionar sobre la obra vista. Este espectáculo que acaba de estrenarse, como pasará con algunos otros –siempre es así-, es, justamente, el paradigma de todo lo contrario.
    Parece que sus creadores confían poco en el poder de la escena, de modo que hacen una imitación virtual de lo que debería ser el teatro, lo despojan de sus poderes, y ofrecen al niño un poco más de la pequeña pantalla con la única diferencia de que deben salir de casa para verlo. Qué decepción, cuánto mal hace al teatro una cosa como esta.
    Los elementos pertenecientes al arte escénico, ése que debería encandilar al pequeño espectador, se han suprimido, absolutamente, en este presunto montaje. La escenografía es un telón pintado –un fondo de pantalla televisiva, pongamos por caso- ante el cual se mueven un grupo de personas disfrazadas de muñecos. No hay actores, porque, recubiertos en cabezotas de peluche, nos privan de otras de las magias del teatro, la de la interpretación, el gesto, la creación actoral. Las voces están grabadas, también al modo de los productos televisivos, de modo que el play-back atronador lanza los textos y las canciones –facilonas, pésimas-, todo ello pregrabado, desde muñecones de escaparate sin la menor verosimilitud. Ni la luminotecnia, ni las coreografías, ni ninguna otra cosa, acercan al pequeño espectador al mundo del teatro, de modo que todo es una vil copia de otros medios. El espectáculo es, en ese sentido, sencillamente indignante.
    Nos referíamos antes al texto. Es mucho decir: unos ositos panda encantadores, con nombres como Nico, Fifi, Pipo, y así, se sienten perseguidos por un malvado que quiere su perdición. Y en ese esquema para alimentar la oligofrenia o los encefalogramas planos de tanto esquematismo estúpido, los dulces osos pandas cantan, se enternecen, aman porque son buenos y así, siempre alineados en el estrecho pasillo del escenario o bailando al corro en coreografías de patio de colegio, nos muestran que son buenísimos y que el mundo, en realidad, se divide entre ellos y los malos.
    Mensajes aparte, lo cierto es que el espectáculo se mueve entre la mediocridad, la carencia, la estafa y la propia negación del arte escénico. Un producto verdaderamente deprimente al que debería asistir nuestro Defensor del Menor y tomar medidas.
Enrique Centeno

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