miércoles, 27 de julio de 2011

Los engranajes ***

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Autor: Raúl Hernández Garrido.
Intérpretes: Marta Aledo, Esther Ortega,
Txema Piñeiro, Paul Lostau, Noelia Tejerina,
Mar Corzo, María Morales, Mauricio Bautista,
Rosana Blanco, Carmela Nogales, Luis Rayo.
Dirección: Francisco Vidal. 
Teatro Pradillo. (6.9.2000)
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Foto de Daniel Alonso
Un mundo caníbal

El autor Raúl Hernández (1964) ganó con esta obra el premio Lope de Vega, y ya antes había conseguido el Calderón de la Barca con Los malditos. Estamos, pues, ante uno de los ya reconocidos nuevos talentos de nuestra escena. Al Premio Lope de Vega le despojaron de la cláusula más suculenta y necesaria, la obligatoriedad de su estreno en el teatro Español, y por eso Los engranajes se ha montado en una sala alternativa y por una compañía joven que ha tomado como nombre El Grito. En efecto, esta función, como el dramático cuadro de Munchen, es un grito toda ella, una denuncia, una áspera queja en la que su autor cambia la espátula y los pinceles por una caligrafía sorda, brutal y trágica.
    Alguien practicó el canibalismo en la Rusia de los últimos años, transformando un cadáver en hamburguesas. Este horrible hecho –Shakespeare: Tito Andrónico; Sondhein: Sweeney Tood- impresionó a Hernández y quiso indagar, como lo hizo Büchner en su Woyzeck, sobre la sociedad y los personajes que hicieron posible algo tan aparentemente inconcebible. De modo que de lo que se trata es de analizar elementos tan complejos como la justicia, el amor, la desesperación, la maternidad frustrada, la necesidad, la niñez y la pubertad de una muchacha: una reflexión sobre la vida, en suma. De este modo, la obra tiene un resultado barroco, en el que la acumulación de visiones sobre el mundo, apenas deja tiempo al espectador para hilar los diversos mensajes.
    Hay una dificultad añadida, y es la no linealidad temporal de la historia, porque ésta se estructura como un poliedro cuyas caras y aristas aparecen y desaparecen sin orden cronológico. En la puesta en escena, Francisco Vidal ha querido, quizá precisamente por ello, situar a los actores permanentemente a la vista del público, sentados alrededor del espacio central, que ocupan o desocupan cuando les corresponde, pero permaneciendo siempre a la vista, en ese juego de poliedro que mencionamos. Es una excelente idea –probablemente el mejor trabajo de Vidal que hemos visto- para poder organizar el bronco texto, que tiene mucho de desafío para un director de escena.
    Quienes interpretan esta apuesta proceden del laboratorio teatral de Wiliam Layton: un estilo que se percibe casi inmediatamente, para bien o para mal. Preferimos referirnos a lo primero: rigor, seriedad, dominio corporal, credibilidad, personajes hechos y redondeados, disciplina impresionante. Es obra coral, y todos ellos están impecables, aunque es difícil sustraerse a la tentación de destacar a una actriz, Esther Ortega, cuyo talento no es frecuente encontrar en nuestro teatro.
Enrique Centeno


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