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Autores: José Ramón Fernández, Yolanda
Pallín, Javier García Yagüe.
Intérpretes: Audrey Amigo, Barde, Elena Benito,
Eugenio Gómez, Verónica Regueiro, José A. Ruiz.
Espacio escénico: Juan Sanz, Javier G. Yagüe.
Dirección: Javier G. Yagüe.
Teatro: Cuarta Pared. (1.3.2001)
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Aquellos años difíciles
Hace ahora dos años, se produjo un acontecimiento teatral que causó una importante conmoción en la escena española. El espectáculo se llamaba Las manos, y era la primera parte de una proyectada Trilogía de la juventud. En aquella obra, se presentaba la Castilla deprimida de los años cuarenta y cincuenta, con su folklore y costumbres, y el padecimiento que, finalmente la inevitable emigración hacia la gran ciudad. Terminaba con una inolvidable escena donde las maletas señalaban la huida y el deseo de respirar en el éxodo. Nos dejó la compañía expectante, esperando la segunda entrega. La cual hacen ahora los mismos autores, el mismo director, algunos intérpretes de aquel espectáculo para la memoria. Y se acude por eso a la sala Cuarta Pared deseoso, sediento casi entre el páramo que en estos momentos agosta nuestros escenarios.
Imagina transcurre en los difíciles años 70. Los hijos de la emigración conocen la dictadura, la crisis familiar, el ansia de libertad con la que nunca soñaron sus padres, protagonistas del episodio anterior. Aquel mundo hippy, el del porro y los sostenes fuera, que se entremezclaban con huelgas, de trabajadores y estudiantes, en un mosaico de desconcierto y contradicciones continuas. Difícil, muy difícil.
Las formas de la música, los modos de hablar, las conductas personales, eran entonces un permanente desconcierto. Se tiraban panfletos, se pintaba de gris a los profesores de universidad, se quemaban autobuses, se hacía el amor por solidaridad. Se hacía, incluso, una cultura independiente, un teatro que recorría pueblos para hablar de tortura, para denunciar opresiones de cada día entre asociaciones vecinales. Tantas cosas...
Los autores de Imagina -José Ramón Fernández, Yolanda Pallín y Javier García Yagüe- tenían entonces más o menos diez años. Y es posible que de su misma generación sean quienes acudan a esta sala. A unos, y a otros, hay que decirles que aquello no era así. Que ni el lenguaje, ni las situaciones vivenciales, ni las preocupaciones cotidianas, se encorsetaban como si aquellos seres fueran unidimensionales; aquella generación perdida dejó la piel no sólo en la política, sino también en el amor, en la cultura, en el fútbol, en la diversión, en el estudio, en el sentido de la amistad. Son muchas cosas como para comprenderlas desde la perspectiva de estos jóvenes autores que, sencillamente, esquematizan muy elementalmente una época en la que suponen que no se vivía, sino que se sufría. No saben, suponen. Debieron asesorarse, hablar, investigar con más rigor. También entrelazar sus respectivos escritos, porque las numerosísimas escenas acusan esa triple autoría que no consigue la armonía dramática. Conociendo a los autores, casi podría asegurarse a quién pertenece cada una, lo cual es, en sí mismo, un fracaso como obra de creación colectiva.
El espectáculo tiene más problemas, además del texto. Había en Las manos un espacio escénico que hablaba por sí solo, que respiraba con los personajes. Ahora, en Imagina se ha dispuesto a la italiana con recursos monótonos y demasiado conocidos. Y los actores de entonces, cuyas imperfecciones quedaban integradas en aquel mundo rural –Delibes-, acusan aquí demasiadas deficiencias vocales y corporales, que ya no se entienden ni se justifican. Puso Las manos el listón altísimo para una trilogía. Y hay suficiente talento en sus creadores como para que se replanteen un trabajo que no ha llegado al límite de sus posibilidades. En los años 70 se estrenaba de una manera y se concluía de otra: trabajando, investigando, sopesando y contrastando. Es lo que debería hacer este espectáculo, cuyo planteamiento es hermosísimo.
Enrique Centeno
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