miércoles, 23 de noviembre de 2011

Obedecedor ***

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 Autor: Juan Cabestany.
Intérpretes: Cote Soler, Carol Salvador, Fernando
Tejero, Guillermo Toledo, José Luis Alcobendas, Alberto
San Juan, Malena Alterio, Chiqui Fernández, Roberto
Álamo, Santiago Chávarri, Secundino de la Rosa, Pilar Castro.
Escenografía: Beatriz San Juan.
Música: Pedro San Juan.
Dirección: Amparo Valle.
Teatro Alfil. (25.2.2000)
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Jorge, el hombrecillo


A través de la biografía de un infeliz personaje –todos lo somos-, quiere mostrar el autor, Juan Cabestany, la situación a la que lleva a ser “miembro” de la sociedad; expresión que el protagonista utiliza como sueño o satisfacción de lo que, día a día, ha ido haciendo desde su infancia. Ser miembro de la sociedad es, por definición, obedecer ciegamente a los padres, estudiar, someterse a las extravagancias autoritarias familiares, y a las del ridículo y maniático profesor. Todo es una caricatura, claro está, porque el espectáculo está montado en clave de farsa humorística, como corresponde a una función de trasnoche –se representa a partir de las 12.30-, pero ello no impide hacer un repaso cruel sobre un mundo que, el espectador, siente la necesidad de dinamitar.
Juan Cabestany
     Este hombrecillo, Jorge, transita por diversas etapas de su vida siempre como un súbdito, sometido y manejado. Mueren sus padres, y presencia la corrupción de todos, desde el enterrador al indeseable policía; encuentra un humilde trabajo, y se le quiere explotar en negocios turbios, lo que provocarán su despido; y es víctima amorosa de una furcia, a la que se dedica con la mayor ingenuidad. Un retrato cruel, como se comprenderá, que sin embargo provoca la risotada por la gracia del texto, por la estética esperpéntica, y por la propia hipérbole que los actores -estupendos- hacen de esa fauna urbana. Todos ellos, naturalmente, también miembros de una sociedad que reconocemos y que, en el fondo, sabemos que se acepta.
    Familia, obligada educación, mundo laboral, amor, el sexo o la amistad: todo un recorrido plagado de frustraciones, es lo que amargamente nos cuenta Cabestany. La obra está bien escrita, estupendamente construida, aunque se le puede reprochar su excesiva duración: la última media hora repite clichés y llega a agotar al espectador. Por lo demás, el numeroso elenco –algo no habitual en este tipo de locales- realiza un trabajo basado, sobre todo, en la brillantez, en la capacidad de observación, imprescindible para llevar a cabo tantos retratos. Sin duda ha debido ayudar una excelente dirección de Amparo Valle, que engarza loas numerosas, escenas con talento, y que organiza bien el juego escénico. Estamos ante uno de esos espectáculos que podrán atraer al nuevo espectador, tanto por su tema como por su tratamiento y estética; y en ese sentido, resulta también reconfortante.
Enrique Centeno


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