lunes, 13 de febrero de 2012

Jugar con fuego •

_________________________________________
Autor: August Strindberg.
Traducción de Igor Cantillana.
Intérpretes:  Marcelo Alonso, Juan Francisco Melo,
Alessandra Guerzoni, Sonia Mena, Jéssica Vera,
Eduardo Barril.
Escenografía y vestuario: Bente Lykke Moller.
Dirección: Stakkan Valdemar Hola
 (Teatro Nacional Chileno).
Teatro: La Abadía. (2.12.1999)
_______________________________________________



Strindberg, en vodevil

Se proporciona al espectador el nombre del traductor, pero nada se dice de la traslación o adaptación del texto que Strindberg escribió hace cien años. Habrá que suponer que los notorios cambios se deben al propio director, a la sazón sueco -como el autor-, aunque el espectáculo lo presenta el Teatro Nacional de Chile, perteneciente a la Universidad de aquella ciudad. La observación viene a cuento porque se han hecho fuertes transformaciones del texto original, y además su puesta en escena se ha ambientado en nuestros días. A veces, con recursos tan obvios como convertir al protagonista, pintor en el original, en fotógrafo –que trabaja con una Polaroid, para mayor dislate- y así, en lugar de referirse a que la joven Prima ha posado para él en traje de baño, asegurará que la retrató “en pelotas”. Las miradas, las insinuaciones, el mundo interior de los personajes de Strindberg, se manifiestan, en esa misma línea, a base de magreos, de escenas de erotismo insinuado o explícito, y, como todo debe ser muy “actual”, el momento de la seducción se resuelve metiendo ella mano al “paquete” del galán.
     En realidad todo el trabajo posee un paroxismo que se sitúa en las
antípodas del original, y plantea el clásico debate de la manipulación de los textos. Un sinfín de acciones secundarias, de gestos, de cinturones aflojados, de retratos planos, o el fácil recurso de una pantalla de televisión, que ofrece, durante toda la representación, un incendio que convierten la reflexión del autor sueco en un vodevil lamentable e ingenuo. En la misma línea se utiliza el lenguaje, a veces directamente vulgar, o buscando la ocurrencia chistosa en otras ocasiones.
    El obsesivo tema de Strindberg, presente en tantas de sus obras, en las que a menudo plasmó sus propias experiencias –casado tres veces, celoso, engañador, cruel con las mujeres, a pesar de haber bebido del progresista Ibsen- es aquí un juego casi morboso que, por su lectura simplista, cae en la comedia de salón. Histriónica, eso sí, porque los actores, en la inercia de la destemplada dirección, se dejan llevar por una sobreactuación, cercana a la parodia no buscada. Montaje plano en referencias, insustancial en su actualización, banal en el conflicto, ridículo en sus formas. Un disparate.
Enrique Centeno

No hay comentarios: