jueves, 12 de abril de 2012

El idiota en Versalles **

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Autor: Chema Cardeña. 
Intérpretes: Juan Carlos Garés, Inma Sancho, 
Chema Cardeña, Pascual Peris. 
Escenografía: Antoni Bueso. 
Vestuario: Pascual Peris. 
Dirección: Carme Portaceli.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (1.10.1999)
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Molière o el artista en venta

Como en su anterior obra, La puta enamorada, recrea el autor Chema Cerdeña una ficción histórica con grandes personajes. En esta ocasión imagina el encuentro de Molière con el músico Lully que le reclama, por orden del rey, una versión de Medea para ser convertida por él en ópera de cámara. Esta colaboración, que en efecto se produjo entre ambos creadores –Lully puso música a varios títulos de Molière, como El burgués gentilhombre-, plantea la difícil relación del artista con el poder: el comediógrafo aborrece el encargo, odia aquella corte y, para colmo de la desesperación, debe aceptar un reparto en el que formará parte, él mismo, la reina española –se trata de María Teresa de Austria- y la favorita del rey, que además es un secreto travestí.
    Es histórico que Molière, en su azarosa y apasionada vida, aceptó una pensión del Rey Sol, aquel déspota que en realidad hubiera preferido declararle proscrito, pero que no se atrevió a hacerlo. En esta fantasía, Molière aceptará el encargo de Luis XIV por una importante suma de dinero, lo cual producirá sarcasmo, y agudizará las  burlas del compositor. La dialéctica entre ambos, y el juego con los otros dos curiosos personajes –la española reprimida, la equívoca cortesana que se acuesta con su marido y que la enseña a lucir el escote- son los elementos con los que se establecerá la trama. La cual sucede en un Versalles en construcción: feo en esta escenografía, incómodo de ver, no sé si buscadamente.
    El enredo es, sobre todo, verbal; un desafío difícil del que se espera mucho y que no siempre cumple las expectativas. A menudo se hace monótono, también porque los intérpretes están excesivamente convencionales –es magnífico Pascual Peris- con esa corrección que no termina de traspasar al espectador. La compañía valenciana, Arden, ha contado en esta ocasión con la directora Carme Portaceli, admiradísima en muchos trabajos  vistos en Madrid. Parece que le ha faltado un cierto pulso para crear los clímax, marcar situaciones y atmósferas en las diferentes escenas, las que se amontonan a veces como con un cierto desorden. Son los defectos de la función, procedentes ya del propio texto. Gustó mucho la noche del estreno, a juzgar por los aplausos.
Enrique Centeno

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