Autor: Rudyald Kipling.
Adaptación teatral: Gustavo Tambascio.
Intérpretes: Carlos Solano, Francisco Maestre, Mélida Molina,
Enrique Anaut, Eduardo Yagüe, Luisa Sala, Marta Moreno,
Javier Ibarz, Raúl Rodríguez, Armando Pelayo (piano), etc.
Vestuario: Gabriela Salaberri.
Escenografía: Tomás Muñoz.
Música: Antonio Palao.
Dirección: Gustavo Tambascio.
Teatro: Alcázar. (12.1999)
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Para nuestros locos bajitos

Sucede, además, que este montaje de El libro de la selva, sin llegar a ser una superproducción de factoría multinacional, posee la dignidad y encanto, porque transpira entusiasmo y muchas ganas. Se ha compuesto una música original, se canta en directo, se cuenta con un hermoso decorado y, sobre todo, con buenos intérpretes. Son éstos muchos, algunos de ellos conocidos en proyectos excelentes y que no decepcionan aquí bailando y comunicándose con el espectador más pequeño (quizá en algunos momentos con excesiva ingenuidad, aunque puede que ésa sea la impresión del crítico, carroza ya). Son nombres como los de Mélida Molina –exultante en su personaje de la serpiente Kaa-, de Francisco Maestre, una humanidad llena de talento –es Baloo, claro-, o los también excelentes Enrique Anaut o el debutante –eso creemos- Carlos Sonano en el recurrente Mowgly. El largo reparto funciona, en general, muy bien, pero es extraño que el director, Gustavo Tambascio, los haya escondido tras aparatosas máscaras que impiden apreciar el trabajo actoral de muchos de ellos; además, las voces se escuchan amplificadas –hay un buen sonido también-, resulta difícil saber quién habla en cada momento, al menos en muchas de las escenas corales. Una objeción grave, desde luego, pero que no impide aplaudir una puesta en escena rica en concepción, en movimientos, en ritmos.
Se sabe que la obra de Kipling es un clásico, y nada hay que objetar a su nueva puesta en escena. Porque también se sabe que estos títulos atraen mejor al público que otras apuestas menos conocidas. Sobre el mundo animal, sobre la fábula –al fin y al cabo lo que es esta encantadora obra- hay por ahí títulos nuestros, cercanos e igualmente valiosos. Nosotros recordábamos, por ejemplo, El león enamorado, El león engañado o esa formidable Asamblea general, todas ellas de nuestro Lauro Olmo. Pero parece que nuestros clásicos tienen que ser, por fuerza, los que nos mande Walt Disney, y yo creo que no es eso.
Enrique Centeno
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