Autor:
Agustín García Calvo.
Intérpretes:
Lidia Otón, Alberto Jiménez, Carles Moreu, Ernesto
Arias, Javier Vázquez,
Gabriel Garbisu, Elisabet Gelabert,
Josep lbert, Cristina Arranz, Miguel
Cubero.
Vestuario:
Baruc Corazón.
Espacio escénico y dirección: José Luis Gómez.
Teatro:
La Abadía. (27.1.2000)
______________________________________________
Un monarca
entre la justicia y la crueldad
Tiene terribles palos esta baraja del rey don Pedro
que da título a la ambiciosa tragedia que ha escrito García Calvo. Las espadas
asesinas y las copas de la incontinencia en el beber y el amor, son quizá las
que más se ponen de manifiesto. No parece exagerado el retrato, puesto que así
se recoge la forma de ser de este rey, Pedro I de Castilla, en las crónicas de
su tiempo y en las posteriores. El canciller Pedro López de Ayala señaló sus
muchos asesinatos, que le dieron el sobrenombre de El Cruel, aunque también, por su dureza incombustible, se le llamó,
curiosamente, El Justiciero. “A cualquier mujer que bien le parecía –leemos
de una de esas crónicas-, no cataba, que fuese casada o por casar; todas las
quería para él”. Asesinado en Montiel a manos de su hermanastro, Enrique de
Trastámara, la historia de este monarca representa, sin duda, la convulsión política
y social de la Península en el siglo XIV.
García
Calvo ha querido dar su propia interpretación del personaje. Y lo hace con un
lenguaje conceptual, y lírico al mismo tiempo, en un tono shakesperiano
grandioso, que con la poesía se funden
los versos en pasajes estremecedores. Aunque, desde luego,
narrativamente presenta puntos oscuros o mal contados, algo que no le sucede al
bardo inglés.
El
director, José Luis Gómez, ha hecho una apuesta muy arriesgada en este montaje.
Un escenario aparentemente vacío; un espacio circular, alrededor del cual se
supone el exterior y delimitado por
elementos eficaces y simbólicos. Ha cuidado mucho el espacio sonoro, y se ha
servido de una brillante iluminación de Solbes. Y allí, sirviéndose de ritmos y
pausas, del entrenamiento físico y la expresividad muy trabajada por sus
actores. Rechaza la utilización de mobiliario y atrezzo –el imprescindible,
únicamente- e incluso de acciones secundarias que distraigan los parlamentos. Esta
apuesta, este ejercicio de estilo, denota una especie de veneración por el texto,
y sólo alguien con la sabiduría de Gómez podría correr semejante riesgo, y
mantener una hermosa plástica.
Decíamos
que hay un entrenamiento corporal casi explícito –las luchas o el impresionante
momento de la orgía amorosa del rey con doña Toda y con su hija, serían los más
notorios . Lo que se valora, no es el
trabajo de cada uno de los intérpretes –un reparto excepcional-, sino esa
homogeneidad conseguida, desde “el Rey que no ríe” –eso se afirmaba-,
interpretado por Ernesto Arias, hasta el
último de sus vasallos. Recibieron todos muchos aplausos al terminar la función
del estreno, y salió el autor a saludar. En los agradecimientos de García
Calvo, desde el escenario, mostró nuestro escritor esa misma incontinencia
verbal, que creo yo se acusa en su texto. El cual, por cierto, obtuvo el Premio
Nacional de Literatura Dramática de 1999, lo cual podrá parecer también
excesivo a algunos.
Enrique
Centeno
No hay comentarios:
Publicar un comentario