Autor: Peter Shaffer.
Versión de Ángel Alonso.
Intérpretes: José Sacristán, Roger Pera, Carmen del Valle, etc.
Dirección musical: Miguel Ortega.
Escenografía: Quico Estivill.
Vestuario: María Araujo.
Iluminación: Kiko Planas
Dirección: Ángel Alonso.
Teatro: Nuevo Apolo. (29.2.2000)
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Mozart contra el poder
Esta
es la historia de una patraña, de una imaginación, de un juego dramático que
Peter Shaffer ideó hace más de dos décadas y que, curiosamente, es más conocida
que la propia verdad, gracias a su valor teatral, y sobre todo a la versión
cinematográfica de este Amadeus.
Se
trata, como es sabido, de la confrontación del genio de Mozart con la supuesta
mediocridad de Antonio Salieri –que, por otra parte, no fue tal- en la Viena
del siglo XVIII, en la que el italiano era dueño y señor músico oficial de la
corte del Emperador de Austria, y todopoderoso intrigante, según imagina
Shaffer.
Se
critica, a menudo, la mentira del escritor británico, su invención, su fantasía
sobre una rivalidad que él lleva a unos límites no atestiguados. Pero el
reproche pierde de vista que todo ello no es sino una metáfora que en la pieza
teatral, como suele ocurrir, siempre llega más al intelecto que en la
producción cinematográfica, cuyo poder de seducción, y no de reflexión, induce
a quedarse con la malformación o la manipulación histórica. La puesta en escena
de este Amadeus, que acaba de estrenarse, es un ejemplo del poder de la escena para
invitar a la reflexión mucho más allá de la anécdota, de la historia misma, que
Shaffer ha utilizado, a su antojo, para hacernos llegar algo mucho más
importante que lo que podemos encontrar en las biografías de los fascículos
coleccionables. Y si la patraña sirve para el análisis, bienvenida sea.
Salieri
cuenta su vida pasada antes de degollarse con un cuchillo. Lo hace en tiempo
real, dos horas –en una madrugada- en la que rememora su relación con Mozart,
ese eterno adolescente prodigio que revolucionó la música del XVIII, con una
incontienente producción que a Salieri le causaba un pasmo y una admiración
infinita. Mozart fue el perdedor de aquellos años, y terminó su vida en la
absoluta miseria, enterrado en una fosa común y olvidado; Salieri, en cambio,
galardonado, condecorado y homenajeado permanentemente. Envidió a Mozart hasta el infinito, y el
dramaturgo de Amadeus imagina que
incluso estaba convencido de que era la mismísima reencarnación de Dios, y por
eso mismo se hace enemigo de un Todopoderoso enviado a la música, al que
venera y odia; al que persigue hasta buscar su ruina y su destrucción.
En
realidad no se trata sólo de un conflicto de personalidades, que lo es: es un
tiempo que llega, el de la Ilustración, y otro anterior y conservador que se
termina. Es, también, la dificultad de dar paso a los nuevos creadores, el
asentamiento en el poder –Salieri- y la imposibilidad de una cierta
extravagancia o genialidad –Mozart- ante el encorsetado mundo de la burguesía y
de la nobleza que se resisten a agonizar. Son estas las cosas que la película
no dejaba ver, y que en la obra teatral, como decíamos, aparecen como metáfora
viva, por mucho que se objete a la mentira histórica en la que se basa la
historia.
Claro
que esta propuesta de Shaffer solo pueden hacerse ante un espectáculo bien
hecho. Lo ha dirigido formidablemente Ángel Alonso, con una escenografía
limpia, hermosa, como lo es también el vestuario, cuidando muchísimo luces,
ritmos, ámbitos escénicos que crean cada clímax y cada acción dramática. Hay un
numeroso elenco de cantantes excelentes que, a medida que el protagonista
–Salieri- va haciendo sus evocaciones, nos regalan fragmentos de algunas de las
delicias de Mozart. Sus protagonistas son tres actores excepcionales: Roger
Pera, riquísimo de cuerpo y de voz, vivo en su Amadeus Mozart; Carmen del
Valle, su esposa perdedora, alocada y entrañable; José Sacristán, en un Salieri
de registros ricos, tanto en los momentos de su ancianidad como en los que
recuerda los viejos tiempos, que son los que sustentan la trama argumental. La
música ha sido grabada por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga: suena
bien e incluso, en algunos momentos, Mozart por sí mismo –sin patrañas ni
historias- llega a emocionar con sus composiciones.
Enrique
Centeno
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