Autor: Antonio
Álamo.
Intérpretes: Mariano Alameda, Daniel Huarte, Sergio Viloldo,
Rodolfo
Sancho.
Dirección: Eduardo Fuentes.
Teatro: Alcázar. (5.2000)
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Jóvenes caóticos
Cuatro chicos
guapos, en una escenografía posmoderna e incomprensible, son los protagonistas
de esta historia. Está obtenida de un relato del narrador, y también
dramaturgo, Antonio Álamo, que se ha encargado de su adaptación para el teatro.
La han llamado Caos. O sea, el vacío,
lo anterior, lo que existía antes del cosmos. Es verdad: esta función es el
retroceso y el vacío hacia un teatro que se basa, fundamentalmente, en los
rostros populares de una serie televisiva deleznable y alienadora de jovencitos,
y parece buscar el caos en su acepción más despreciable, la del descerebramiento.
El caos es también
la masa informe de los elementos antes de que se produjera el estallido del
mundo, esa masa que no hace mucho vino en llamarse “generación X”, y que
creemos ya superada, al menos en parte. Pero estos cuatro presuntos actores,
aprovechando la efímera popularidad de la televisión, y haciendo un verdadero
alarde de descaro, y se suben al escenario con sus retrancas de plató, con su
exhibicionismo físico, y también con esa ignoracia de lo que es o debe ser nuestro teatro.
Antonio Álamo |
Gritan las
chiquillas espectadoras a sus ídolos, aunque la función sea un disparate,
ininteligible, aburrido, fácil en sus ocurrencias, eficaz en los gestos, hermoso
en el muestreo de cuerpos peinados, y gestos de esa perversa coquetería, tras lo
cual está el verdadero caos, es decir, la nada absoluta: es esa admiración
fetichista, lo que sin duda busca el espectáculo, y en la que basa su promoción.
No es seguro que el texto original, el cuento de Antonio Álamo, que no
conocemos, sea tan perverso, pero esta puesta en escena, con la que el excelente
director Eduardo Fuentes, se ha puesto al servicio de estos cuatro guapos y
populares chicos de Al salir de clase
resulta, un producto que ofrece, frente al cosmos de un teatro que busca el
arte y el testimonio, un caótico espectáculo que además aburre a las ovejas
hasta provocar literalmente el sopor y el sueño. Han salido estos actores del
Instituto Siete Robles –el escenario de ficción de esa serie para adolescentes-
y han debido pensar que al arte escénico se lo podían comer igual que a las cámaras fáciles de ese producto
mentiroso. Pero el teatro se escribe con mayúsculas, y el resultado está tan
lleno de faltas de ortografía, que resulta verdaderamente vergonzante. Puede
que tengan éxito, y si eso es así, es una mala noticia para nuestra escena: les
deseamos suerte en muchas más series televisivas; les pedimos que dejen nuestra
escena en paz, porque es demasiado frágil para soportar el intrusismo y el
oportunismo.
Enrique Centeno
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