sábado, 23 de junio de 2012

Con cierto desconcierto ●

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Autores: Norberto di Giorno y Miguel Molina.
Intérpretes: Norberto di Giorno, Lola de Cea (piano).
Dirección: Miguel de Molina.
Teatro: Alfil. (10.5.2000)
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Cada uno en su sitio

Norberto di Giorno, travestido como
 Psicosis Gonsáles

El cabaret español fue siempre para señoritos, muy especialmente el que se hizo en el último medio siglo; señoritos que iban a ver de madrugada a las señoritas, que  ofrecían encantos físicos, prohibidos para el resto de los mortales. En aquel negro contexto social es cuando se inicia el travestismo como espectáculo: para señoritos homosexuales, para juerguistas de adictos al régimen. Un ambiente que retrató muy bien nuestro autor Rodríguez Méndez en su  inolvidable Flor de otoño. El género del travestismo se popularizó un poco más tarde: el Plata de Zaragoza o el templo que fue El Molino barcelonés. Y hubo grandes artistas de un género que admite casi de todo. El más venerado fue, quizá Paco España, por su audacia, por ser el primero que no actuaba para babosos, sino para mentes normales; el gran Ochoa aportó su inteligencia; Fama –Fernando Telletxea- sus portentosas cualidades vocales. Ninguno de estos fenómenos, o similares, parecen ser ya del gusto del público, aunque han escrito páginas del mejor teatro de cabaret.
    Psicosis Gonsáles se diferencia de todos ellos en varias cosas. La principal es que su actuación parece pertenecer a la caspa y la baba de un tiempo, afortunadamente perdido, en el que el aspecto artístico no importaba, y sí la iconografía transexual que, en sí misma, se puede hoy obtener en una tienda de disfraces,   que ni es subversiva ni sorprendente. De modo que habrá que ver qué es lo que este/a artista nos ofrece desde el escenario aparte de sus flecos y sus medias de rejilla. Canta mal, muy mal; sus guiones –que además se los escriben- son viejos, tópicos, vulgares, con pretensiones de transgredir, pero inocentes como un cuento infantil. Su supuesta comunicabilidad con el público consiste en zafias provocaciones, violentas invitaciones a la intervención, insultos impertinentes a quien se le antoja, y un absoluto desdén hacia todo lo que no sea ese tonto cuerpo, y ese lenguaje de furcia que es lo que alimenta el penoso espectáculo. Y va desgranando ordinarieces sin ingenio, esta “psicótica” Gonsáles  con la misma patosería que el borrachín a los postres de una boda hortera. En casi una hora no conseguimos adivinar dónde estaba el arte de este presunto artista, cuyo sitio no sé si podría encontrarse en aquellos cabarets clandestinos de posguerra para señoritos y chulos, pero que desde luego no era el escenario de un teatro. Por eso, como otros vecinos de butaca hicieron, aprovechamos uno de los oscuros para huir hacia la salida: se estaba mejor fuera.
Erique Centeno


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