sábado, 23 de junio de 2012

¡Que viene mi marido! ***


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Autor: Carlos Arniches.
Versión  de Andrés Amorós.
Intérpretes: José Luis López Vázquez, Mari Carmen 
Ramírez, Manuel Andrés, Manuela Paso, Paca Lorite, 
Diego Pizarro, Virginia Mateo, Carlos Ruiz, Luis Lorenzo, 
José Luis Gago, Manuel Cal.
Escenografía y figurines: Miguel Ángel Ligero.
Dirección: José Luis Alonso de Santos.
Teatro: Arlequín. (15.2.2000)
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Retrato de humor y de mentiras 

Hay al menos dos Arniches: el de los sainetes costumbristas, y el de la comedia tragicómica, con la que echaba su mirada sarcástica sobre las miserias que veía a su alrededor. En esa línea, como La señorita de Trévelez o Los caciques, habría que situar este juego de ¡Que viene mi marido!, cuyo tema y tratamiento recuerda a la poética del mejor teatro de humor español, como es el de Mihura.
    La mentira, la hipocresía y la ambición, son el tema central de esta comedia, envuelta en escenas chispeantes que esconden esa miseria a la que nos referíamos: la joven pareja de enamorados que, para conseguir una herencia, acceden a que ella se case con un supuesto moribundo, que luego no será tal, y que creará el conflicto dramático.
    Las complicidades familiares, el interesado egoísmo de todos los personajes, retratan un mundo sórdido, similar al de los títulos citado, aunque el lenguaje de Arniches optas por un teatro humorístico dirigido a la burguesía de su tiempo, puedan difuminar esa crítica.
    Lo más formidable conservado del autor alicantino –suele decirse que su imitación del habla popular madrileña no era tal, sino que más bien fueron los madrileños quienes tomaron sus giros, lo cual da muestra de la enorme fama que su teatro alcanzó- es, probablemente, su perfecta carpintería teatral, su mecanismo dramático impecable. Otros elementos, como la comicidad, no han resistido tan bien el paso del tiempo, aunque en esta ocasión, probablemente merced a la mano del adaptador, Andrés Amorós, los anacrónicos procedimientos apenas se perciben.

Este montaje cuenta, además, con la dirección de un experto en la comedia, José Luis Alonso de Santos, que suele utilizarla también para mirar a su alrededor, y se nota en el tratamiento de su puesta en escena, en la que ha subrayado los momentos más tiernos, más entrañables, y ha buscado la poética de la inocencia, en la joven y en la del perdedor -el presunto moribundo-. Son los dos mejores trabajos del espectáculo, junto con el de Manuel Andrés, que está también espléndido. Ella es Manuela Paso, con una fuerza y una frescura capaces de transmitir la inocencia y la ilusión con mucho encanto. Pero en el terreno de la interpretación, el espectáculo crece, como era de esperar, con José Luis López Vázquez. Su presencia en escena, alejado de tentaciones histriónicas, posee una credibilidad completa, y ha sabido dar a su personaje una extraña poética, una composición llena de ternura que llega a conmover en muchos momentos. El director se ha empeñado en ello, y a medio camino entre el dulce Totó y la tristeza de Fellini –notas musicales de evocación-, crece López Vázquez en una lección magistral de talento y de honestidad. Se le quiere a este actor, y así lo demostró el público, pero no era en esta ocasión el entusiasmo por el divo, sino por el trabajo bien hecho. Tras los saludos finales, entre muchos aplausos, se le rindió un pequeño homenaje desde el escenario del Arlequín y también desde la sala, donde se percibía la solidaridad del público ante esa “butaca de plata” que el empresario Enrique Cornejo entrega, en contadas ocasiones solo a los grandes.
Enrique Centeno


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