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Autor:
Carlos Arniches.
Versión de Andrés Amorós.
Intérpretes:
José Luis López Vázquez, Mari Carmen
Ramírez, Manuel Andrés, Manuela Paso, Paca
Lorite,
Diego Pizarro, Virginia Mateo, Carlos Ruiz, Luis Lorenzo,
José Luis
Gago, Manuel Cal.
Escenografía y figurines: Miguel Ángel Ligero.
Dirección:
José Luis Alonso de Santos.
Teatro:
Arlequín. (15.2.2000)
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Retrato de humor y de mentiras
Hay al menos dos Arniches:
el de los sainetes costumbristas, y el de la comedia tragicómica, con la que
echaba su mirada sarcástica sobre las miserias que veía a su alrededor. En esa
línea, como La señorita de Trévelez o
Los caciques, habría que situar este
juego de ¡Que viene mi marido!, cuyo
tema y tratamiento recuerda a la poética del mejor teatro de humor español,
como es el de Mihura.
La mentira, la hipocresía y
la ambición, son el tema central de esta comedia, envuelta en escenas
chispeantes que esconden esa miseria a la que nos referíamos: la joven pareja
de enamorados que, para conseguir una herencia, acceden a que ella se case con
un supuesto moribundo, que luego no será tal, y que creará el conflicto
dramático.
Las complicidades familiares,
el interesado egoísmo de todos los personajes, retratan un mundo sórdido,
similar al de los títulos citado, aunque el lenguaje de Arniches optas por un
teatro humorístico dirigido a la burguesía de su tiempo, puedan difuminar esa
crítica.
Lo más formidable
conservado del autor alicantino –suele decirse que su imitación del habla
popular madrileña no era tal, sino que más bien fueron los madrileños quienes
tomaron sus giros, lo cual da muestra de la enorme fama que su teatro alcanzó-
es, probablemente, su perfecta carpintería teatral, su mecanismo dramático
impecable. Otros elementos, como la comicidad, no han resistido tan bien el
paso del tiempo, aunque en esta ocasión, probablemente merced a la mano del
adaptador, Andrés Amorós, los anacrónicos procedimientos apenas se perciben.
Este montaje cuenta,
además, con la dirección de un experto en la comedia, José Luis Alonso de
Santos, que suele utilizarla también para mirar a su alrededor, y se nota en el
tratamiento de su puesta en escena, en la que ha subrayado los momentos más
tiernos, más entrañables, y ha buscado la poética de la inocencia, en la joven
y en la del perdedor -el presunto moribundo-. Son los dos mejores trabajos del
espectáculo, junto con el de Manuel Andrés, que está también espléndido. Ella
es Manuela Paso, con una fuerza y una frescura capaces de transmitir la
inocencia y la ilusión con mucho encanto. Pero en el terreno de la
interpretación, el espectáculo crece, como era de esperar, con José Luis López
Vázquez. Su presencia en escena, alejado de tentaciones histriónicas, posee una
credibilidad completa, y ha sabido dar a su personaje una extraña poética, una
composición llena de ternura que llega a conmover en muchos momentos. El
director se ha empeñado en ello, y a medio camino entre el dulce Totó y la
tristeza de Fellini –notas musicales de evocación-, crece López Vázquez en una
lección magistral de talento y de honestidad. Se le quiere a este actor, y así
lo demostró el público, pero no era en esta ocasión el entusiasmo por el divo,
sino por el trabajo bien hecho. Tras los saludos finales, entre muchos
aplausos, se le rindió un pequeño homenaje desde el escenario del Arlequín y también
desde la sala, donde se percibía la solidaridad del público ante esa “butaca de
plata” que el empresario Enrique Cornejo entrega, en contadas ocasiones solo a
los grandes.
Enrique Centeno
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