martes, 23 de agosto de 2011

El diario de Franck **

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Autores: Frances Goodrich y Albert Hackett.
Adaptaón de Juan José Arteche.
Intérpretes: Vicente Gisbert, Marisa Segovia, Mara
Goyanes, José Hervás, Marco Sauco, César Sánchez,
Carmen Martínez Galiana, Lola Manzanares, Pepe Rubio.
Escenografía: Gil Parrondo.
Vestuario: José Miguel Ligero.
Dirección: José Tamayo.
Teatro: Bellas Artes. (23.1.2001)
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Terrible adolescencia


Estuvieron dos años enteros encerrados en una improvisada vivienda. Ocho personas que debieron vivir como los topos, silenciosos e inertes hasta que el atardecer les permitía hablar, lavarse o comunicarse entre ellos. Ana Frank, una adolescente que pasó allí desde los 13 a los 15 años, conoció en esta historia el amor, las dificultades de la convivencia, la solidaridad y la soledad entre otros siete personajes, judíos huidos en Holanda de la persecución nazi.
   Ana Frank lo contó todo –excepto su detención, que sí aparece en el drama y su internamiento y muerte en un campo de concentración- en su célebre diario.
    Contiene éste, no solo el estremecedor relato de aquella forzada convivencia presidida por el miedo del día a día; son el tono propio de un diario íntimo, de su lenguaje de adolescente y de su emocionada sinceridad. Y se comprenderá que, trasladarlo a diálogos, escenificarlo incluso, constituye, en sí mismo, una transformación tanto del género como del tono. En este montaje se escucha de vez en cuando, la voz en off de la protagonista con textos del original, y en ellos se aprecia ese tono, pero es insuficiente para mantener el carácter espeluznante que tiene el diario como testimonio.
    A pesar de todo, y como siempre sucede cuando se rememora algún episodio de aquellos momentos de la barbarie nazi, la realidad contada supera los límites de la ficción, y no deja de constituir, en ese sentido, una lección que hay que repasar de vez en cuando.
    En cuanto al montaje en sí, no será de los que pasen a la historia de quien ha marcado importantes pautas en la escena española, José Tamayo. Se aprecia, como siempre, esa sabiduría suya para crear ciertos espacios de tensión, para ir llevando cada pasaje a su término, con conocimiento dramático. No es suficiente. El espectáculo, con leves excepciones como la de José Rubio, al que nunca habíamos visto tan bien, naufraga permanentemente en una interpretación no ya convencional, sino exagerada, declamatoria, falsa. Una especie de escuela antigua se apodera del escenario apenas empezar y, en ese concepto del teatro declamatorio, todo posee un aire casi escolar, de imitación de personajes, como de parodia. Hay cientos de años entre esa forma de actuar y el teatro de nuestros días, a pesar del respeto que podamos sentir por todos los que aquí “actúan”. No, ya no se hace ese teatro, ya no se puede dirigir así a los actores, ya no existe esa falsedad continua que se transmite permanentemente. Cuando falla eso, todo se viene abajo. Y es lo que sucede con esta función, llena de buenas intenciones.
Enrique Centeno

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