miércoles, 17 de agosto de 2011

Elektra ***

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Autor: Carlos Iniesta.
Intérpretes: Charo Sojo, Marga Reyes, Jerónimo
Arenal, Joaquín Galán, Sario Téllez, Aurora Casado,
María Martínez de Tejada.
Escenografía y dirección: Ricardo Iniesta.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (11.2.2001)
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Electra, una apasionada fusión

El dramaturgo Carlos Iniesta ha tomado textos de los griegos Sófocles y Eurípides, del austríaco Hofmannstahl, del alemán Müller o del francés Sartre para ensamblarlos y construir su propia visión de aquella Electra, que persigue la venganza, hacia su madre, por el asesinato de Agamenón, padre de esta desdichada y también de su hermano, Orestes. Ha tomado el autor muchos textos de ese pesado Heiner Müller, lo cual lleva el espectáculo por el camino de la recitación y la ceremonia, por la falta de organicidad y los inacabables monólogos. La compañía Atalaya, sin embargo, da muestras de una excelente calidad plástica y su director, Ricardo Iniesta, de un gran talento.
    Del mismo modo que el texto mezcla, juega y fusiona a diversos autores, la puesta en escena bebe de aquí y de allá. Toma el estilo de la antigua tragedia griega –coros frente a los monólogos, siempre con excelente sincronización-, utiliza técnicas del teatro balinés, pasa por las danzas butu, la vorágine de la danza turca o, cómo no –la compañía es sevillana-, por la percusión y ciertos ritmos de evocaciones flamencas. El resultado es hermoso, estéticamente impresionante, escenográficamente impactante.
    Seis actores, seis personajes -que a veces se alternan para convertirse en coro-, aparecen íntimamente unidos a unas inquietantes bañeras: la metáfora es clara, no sólo porque en una de ellas fuera asesinado Agamenón, sino porque el objeto, en sí, evoca otras muchas leyendas o historias de sangre y violencia. Y estos objetos, que se convierten en lecho, bases musicales, cajas de resonancia, murallas, nichos o artilugios, para la aparición o escamoteo de personajes; cobran un valor icónico formidable. Hay, además, un entrenamiento duro, porque el movimiento coreográfico no es fácil, y se resuelve, sin embargo, con limpia perfección. La cual abarca, además, a los intérpretes, en especial las dos mujeres protagonistas –Electra, Charo Sojo; Clitemnestra, Marga Reyes-, aunque el espectáculo es fundamentalmente coral.
    El montaje, de apenas una hora de duración, conmueve, emociona e inquieta: se sigue con el fervor ceremonial que la compañía ha querido imprimirle. Un hermoso rito al que se le podría poner quizá una pequeña objeción: la liturgia plástica, la fusión inacabable de lenguajes escénicos, la emoción de las imágenes, anulan en parte el contenido de los textos. En todo caso, el día que lo vimos, no de estreno, el público siguió la representación casi con fervor y aplaudió mucho a esta joven compañía.
Enrique Centeno



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