miércoles, 17 de agosto de 2011

En la soledad de los campos de algodón ***

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Autor: Bernad-Marie Koltès.
Versión: Michel López, Santiago Sánchez.
Intérpretes: Carles Montoliu, Sandro Cordero.
Escenografía: Dino Ibáñez. Dirección: Michel López.
Compañía L'om Imprebís
Lugar: Círculo de Bellas Artes. (10.1.2001)
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Desde que lo estrenara Patrice Chéreau, con enorme éxito, este título En la soledad de los campos de algodón es, posiblemente, el más representado drama del francés Bernard-Marie Koltès (1948-1989) escasas por su prematura muerte. En nuestra memoria, con En la soledad de los campos de algodón, hizo un gran montaje Guillermo Heras, hace diez años en el desaparecido Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas.
    Un dealer, vendedor callejero y misterioso cuya mercancía no aparece jamás, intercepta a un presunto cliente en el crepúsculo de un día cualquiera y en un lugar solitario. Entre ellos se establecerán largos monodiálogos en los que el autor hace gala de una capacidad extraordinaria para la metáfora, el simbolismo y la reflexión sobre todo lo nos rodea. Más allá de la tradicional lucha de clases -aquí hay un hombre que en cierto modo domina, y otro amilanado por él- parece que Koltès quiere decirnos que la sociedad, el mundo, es en realidad un comercio en el sentido más amplio. Se vende o se compra, todo se trueca, y hay en nuestras conductas la espera de que cualquier gesto, cualquier acto, debe procurar la reciprocidad; que hasta los sentimientos se expresan para que sean pagados. Nada se hace por nada, no hay cosa alguna gratis en la relación humana.
    Ya queda señalado el poder metafórico del autor, más que el estrictamente teatral: una descompensación que le ha convertido en dramaturgo polémico. Su escritura, en todo caso, es de indiscutible calidad y de una profundidad que casi no deja respirar al espectador. Sus temas, que desgrana con excelente literatura, van desde la arrogancia humana a la desigualdad; del miedo a la desconfianza; del egoísmo a la solidaridad; de la incomunicación a la violencia de cada día. Resulta casi imposible ir asimilando tantos conceptos, tantas reflexiones, y por ello es muy aconsejable la lectura del texto, un verdadero alarde de poética social.
    En el montaje que ahora puede verse, hay dos actores excelentes, que creen en lo que hacen y en lo que dicen, que defienden bien sus posturas antagónicas, que se mueven y hablan con perfección. Y una dirección algo tímida, que no ha querido enfrentarlos más que levemente. De modo que cada largo parlamento es apenas encajado por el interlocutor, cuando debería enfrentárselos también, escénicamente, de modo más claro. En todo caso, la función posee ese sello de lo bien hecho, y se disfruta sobre todo si el espectador conoce previamente qué clase de teatro ha elegido.
Enrique Centeno



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