jueves, 4 de agosto de 2011

La raya del pelo de William Holdem **

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Autor: José Sanchis Sinisterra.
Intérpretes: Ana Torrent, Manuel Galiana,

José Luis López Vázquez.
Escenografía y vestuario: Montse Amenós.
Drección: Daniel Bohr.
Teatro: Arlequín. (30.1.2001)
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 En un cine pulgoso

No importa que la idea no sea nueva, porque la hermosa escenografía de Amenós, un viejo y decrépito cine de barrio, crea una atmósfera llena de sugerencias. Y entre las viejas y pulgosas butacas, sitúa Sanchis Sinisterra un extraño encuentro tras treinta años; Esteban y Catalina –Manuel Galiana y Ana Torrent- son personajes crepusculares, solos en la platea, merodeándose y fingiéndose, el uno al otro, hasta descubrir sus verdades, para de nuevo volver a la separación.
    Como en la inolvidable película Cinema Paradiso, en este cine es continua la referencia continua, de las músicas los efectos o los diálogos de viejos celuloides. Antiguos dramas o historias exóticas de aventuras africanas u oceánicas.
    Algo ocurre, sin embargo, en la escritura de Sanchis Sinisterra para que no todo funcione. Probablemente una excesiva demora en la primera parte, como si quisiera recrearse en el juego sin considerar que el espectador va cansándose de él. Gana después la función, pero es tarde para remontase. Y todo ello a pesar de que hay una muy buena dirección de Baniel Bhor -gozó de gran prestigio entre nosotros, pero abandonó España hace tres décadas, y no volvimos a verle--, que sabe crear esa atmósfera y ese calor preciso, entre las vetustas butacas; y especialmente, una interpretación magnífica de Galana en un personaje poliédrico, fascinante como eterno perdedor, como el Ulises que nunca encontrará Ítaca con su humilde petate a cuestas cargado de reliquias. O la de Ana Torrent, enigmática, en un trabajo muy limpio, austero casi, pero que sabe recorrer registros muy variados con toda perfección. Y el vejo acomodador lo hace José Luis López Vázquez, con su habitual veteranía, su facilidad para desparramar gestos y aspavientos.
    Por la reacción del público y por lo que vimos, no parece que estemos ante uno de los grandes textos lel autor valenciano -que es lo que se esperaba-, aunque es seguro que contiene suficientes méritos, y posibilidades para que pudiera ser arreglado.
Enrique Centeno

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