jueves, 4 de agosto de 2011

La valse des adieux ***

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Autor: Louis Aragon.
Intérpretes: Jean-Louis Trintignant
Daniel Mille, acordeón.
Dirección:  Antoine Bourseiller.
Teatro:  La Abadía. (23.10.2000)
 (Festival de Otoño).
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Recuerdos de una vida


En ese espacio tan singular y acogedor como es el teatro de La Abadía vimos, hace ya dos años, Cómo canta una ciudad de noviembre a noviemre, que interpretó Juan Echanove y que trataba de transmitirnos el espíritu de García Lorca, a través de sus conferencias y canciones. Lo recordábamos viendo ahora a Jean-Lous Trintignant, porque nos ofrecía uno de los referentes culturales de su propio país, Louis Aragon, con una lectura simulada de El vals de los adioses.
    Es sin duda distante para nuestra cultura, entonces alejada de los “ismos” europeos, especialmente franceses (allí, Picasso, Dalí, el propio Lorca, bebieron o se exiliaron a París para compartir el surrealismo de Breton o de Aragon); incluso de los acontecimientos europeos que marcaron la historia con una guerra mundial, una legendaria Resistencia, unas contradicciones entre distintas actitudes ante los grandes ideólogos –Trotsky, Stalin- de la esperanza comunista. Y en medio de ellos, los poetas: Maiakowski, Sartre, Breton y el muy activo Aragon. Son fenómenos que España no vivió, y por eso este espectáculo resulta extraño y, a mismo tiempo, aleccionador.
Louis Aragon
    Se trata de un Louis Aragon (1897-1982) crepuscular, que rememora una vida entera, con un tono sentimental, ahuyentado de su afiliación al surrealismo, a su militancia comunista, a todo lo que, en fin, creyó en cada momento. Reflexión de un viejo, meditación y recuerdos de un hombre que se despide y deja casi un testamento donde manifiesta sus sueños, su vida, y que ha aprendido a no gritar, o cuya mayor invocación es al dios de los infiernos. Por encima, o por debajo, están sus recuerdos biográficos, su llorada Elsa, su viaje desconcertante en una larga existencia que pasó por innumerables contradicciones estéticas e ideológicas.
    El texto, plagado de nostalgias, posee la hermosura del poeta, la serenidad del ensayista, la lucidez de la política. Ternura sentimental a la que acompaña el lloro de un acordeón que ilustra, apoya, pero también sale a primer plano para cobrar el merecido protagonismo en las manos de DanieL Mille. El aplomo y la cadencia de Trintignant, recia voz para un relato de la memoria, sólo ante una mesa y un micrófono, recibía así el perfecto contrapunto y el diálogo emocionante. Se levantó al final el público de sus asientos para despedir a este enorme actor, cuya presencia viva en los escenarios parece que quiere ya mantener de forma permanente.
Enrique Centeno

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